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La resolución de esas interminables pasadas en su cabeza, se hacían cada vez más vivas, como si estuviera ahí, como si todo aquí lo que rodeaba ahora, fuera lo que en ese día cruzado en su cabeza, estuviera en realidad.

El peso se sentía por una vez más y nada parecía querer aclararse luego de ya un tiempo, un tiempo que no debería estar más ahí. No solía establecerse en lo que había hecho, pero resultaba que aquellos actos puestos en uno solo, estaban más dispuestos a batallar en su contra que cualquier otra cosa.

Cada pieza ardía por el rasgo, cada segundo pesaba por los gritos, cada minuto que transcurría haciéndose una hora y otra, era solo uno...

...

El que había denominado como el cuarto de la jugada, estaba ahora con las piernas de la chica enganchadas a su cintura, atándola de sus tobillos cuando su insistencia de soltarse fue mayor, lo que provocó que recibiera una bofetada de parte del más callado de todo el grupo, una bofetada que hizo eco hasta luego de diez minutos de haber pasado.

En el momento en el que ello había pasado, todos se habían bañado en un silencio total, sobre todo luego de que el responsable del golpe, se acercara a ella por arriba de cabeza, presionándola contra el suelo con fuerza, tomando entre sus manos su rostro quedando con la mirada en sus labios rojos y ella viceversa. En ese instante, todos iban esperando por su compañero a besar a la chica, cuando lo único que se oyó, fue una pequeña risita de parte de él cuando este mismo se había sumergido en el silencio de la muchacha, aún más cuando le vendó la boca, dejando a la vista sus perfectos labios rojos.

Luego de ello, el cuarto había sido el que tomó las riendas, desabotonando la blusa de la chica, encontrándose con un sostén color palo rosa, una cintura estrecha y una piel sin una sola marca, mancha o interrupción, lo que había provocado en todos el deseo de arruinarla tan pronto fuera posible, admirando sus finas piernas, como si toda ella estuviera hecha de porcelana.

-¿Qué deberíamos hacer contigo?

La voz del quinto miembro se hizo en una sola pregunta, justo cuando se puso de cuclillas a admirar con un cigarro en la boca, a la chica.

-Por ahora, solo sus labios y rostros parecen tener una marca, y si mencionamos sus rodillas cuando se le hincó en aquel callejón –habló el quinto.

-Es como una hoja nueva del cuaderno, y no sé ustedes pero a mí me gusta llenar cada espacio –dijo el cuarto.

-Hay que aprovechar tan lechosa y fina piel, no en todos lados encuentras una de estas. Al menos salvamos ello porque sus pechos, no dan mucho de qué hablar, aunque tienes una cintura muy preciosa, pequeña y muy marcada que incluso podríamos dibujarla dentro de un año o seis, recordando cada centímetro de tu cuerpo, chica. Solo siéntete agradecida de que podría pasar.

-Va a pasar –habló el sexto, un momento antes de que lanzara sobre ella por la cabeza, con ojos intentos y cazando su labio inferior entre sus dientes fríos, mordiendo duramente, lamiendo la saliva y el dolor que dejaba la esencia de esta chica.

Atada de muñecas, boca y tobillos, tendida sobre el suelo, con su blusa desabotonada y su falda a media caminar fuera de su cuerpo.

Y si tan solo pudiera tener sus ojos ahora en aquella dirección, sabría muy bien que arriba de ella, sentado cómodamente, se encuentra el protagonista de esta caza, acompañado de quien se parecía tan solo por mucho, a su fiel seguidor, el que verdaderamente le importaba a ella en ese momento, como en muchos otros anteriores, el más leal de todos en aquella habitación. El más significativo para ella. 

Ahí, abrazada al dolor atado a la confusión. La muchacha estaba siendo estirada, tomada con fuerza con unas manos que no llegaban a ser siquiera desconocidas, jadeando frente a seis cabezas que en su vida, recordaba haber visto aun cuando estos llevaban el uniforme de su instituto, el uniforme de dos agrados mayores que ella, grados que ella no se topaba ni en horas de descanso.

¿Por qué estaba ahí? ¿Por qué había llegado hasta ahí? ¿Qué querían de ella?

Tan pronto, su último jadeo dejó de salir, sintió como como algo caliente comenzó a correr por su vientre haciéndola gritar, gritar con todas sus fuerzas. Un delgado alambra de hierro caliente estaba pasando sus costillas y más abajo, sobando por sobre la parte alta de su falda. Ardía, dolía, quemaba en su piel, sintiendo como tan pronto el hierro dejaba de pasear, la marca iba estableciendo, y con más fuerza al instante en el que una boca se acercó a la parte baja de su pecho, succionando con fuerza, provocando más dolor en las recientes quemadas que seguían pasando y haciéndola quejarse bajo el trapo que cubría su boca.

Las succiones, dos de estos chupaban con fuerza su vientre mientras un tercero perfilaba el hierro con más fuego en su piel.

Y el protagonista disfrutaba oír, oía en silencio con los ojos cerrados tanto como lo hacía su mano derecha, provocando ecos propios, haciendo su mente volar con la imagen de aquella muchacho en sus manos, bajo su cuerpo, bajo sus embestidas, tomando sus delgadas caderas, subiéndola y volviéndola a frotar sobre su ingle, sobre su polla.

Oliendo, sintiendo su suave aroma y sexo...

Solo para él, solo con él en una habitación callada, la tomaría, la rompería, la haría suya.

Solo suya hasta que todo el juego terminara con todos esos idiotas que disfrutaban con el juguete que había conseguido.

Y sus ojos seguían cerrados.

...

El agua no le estaba haciendo nada a su rostro, era la tercera vez en la madrugada que se levantaba directamente al baño, vomitando tras su mente, sus sueños acorralando su presente. Haciendo que los mareos fueran frecuentes, que el asco fuera más vivo, que el dolor era más palpable, que el solo pasar de todo aquello, fuera como estuvieran los segundos corriendo por ahí nuevamente, alrededor de su cuerpo.

Temblaba, tan solo temblaba y no era capaz de ver su reflejo, no era capaz de verse, de respirarse, de incorporarse luego de aquel ataca mental propio.

¿Por qué, por qué?


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Volví, ahora sigue, comenta y vota...

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