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Días después de verse a los ojos...

—Tomate este paquete también, creo que son especias de Noruega, no estoy muy segura, mi abuela las trajo, pero sabes que no como nada de esto así que en lugar de tirarlas pensé que era mejor traérselas a alguien que sí las consuma. Además de las especies, están esta clase de tortillas largas que no... ¿me estás prestando atención?

—¿Ah? No, la tarea de álgebra la tiene Emily, pídesela.

—Para empezar ¿qué? Y segundo, yo soy Emily.

La chica redondeó sus ojos hacia su amiga que llevaba la tercera bolsa desempacada en frente de ambas, dentro de estas llevaba bastante comida, como para alimentarla por dos o tres años y es que en verdad no exageraba, Emily sabía perfectamente que ella era una chica cuyo apetito se esfumaba tan pronto veía a alguien que lo necesitara más o alguien cuyo interés fuera muy grande como para sacar el bocado debajo de su manga y dárselo y no era solo en cuestión de comida sino en varias cosas en general.

—Lo siento, lo siento, tengo la cabeza en otro lado.

—Lo sé, lo noté desde que llegué ¿pasa algo?

—No, nada de qué preocuparse, te lo aseguro.

Emily se detuvo a chequearla un rato más. El domingo le sentaba bien a la más joven, como si el nombra día del Señor le caía muy bien a las únicas criaturas que este mismo señor amaba y adoró crear. Claro, hablando de la chica que tenía en frente.

—Prosigo, aquí tienes siete cajas de huevos que bien puedes usar para hornear...



... 


El viento sopla en popa como si le trata de decir algo que ella intenta codificar en lo que esperaba a que Edgar terminara con la limpieza de su clase. Era jueves por lo tanto al tercer año le tocaba el oficio.

Como fuese, aquel día Inglaterra olía bien, como si se hubiese levantado de buen humor a favor de alguien como ella, cuya alma deseaba conocer muchas cosas, pero aún no podía permitírselas, no si su única y terca familia no estaba informada de hacia dónde se dirigía su futuro.

Se apoyó en la pared, sujetando bien su roja bicicleta. La única roja en el parquímetro, quizá debería cambiarla por alguna que no llame la atención.

Mientras sus pies vestidos con los zapatos de tacón bajo de charol jugaban con las piedras del suelo, se puso a pensar mucho más en eso.

¿No importaba hacia dónde iba ella? Claro que sí importaba, sobre todo a ella, a ella, a las dos les importaba mucho hacia dónde iba la otra, tan solo así las cosas podrían seguir con el balance que la más responsable, mantuvo desde que ambas, perdieron a sus padres.

¿Perdieron o se liberaron?

Realmente era un misterio. De lo único que quería saber era de ella, contactarla y seguir como el viento, en popa a todo lo que quería logar. La escuela de danza, la universidad, escribir cuentos para niños y vivir en una pequeña casa de madera lejos de todo el ruido, aunque eso le complicaría vender sus libros, bueno, eso lo arreglaría con el tiempo. Y por muy cliché que sonará, de verdad quería esa vida que las imágenes de naturaleza le vendían, un hogar caliente, despejado, salir a caminatas, todo eso que estaba muy a punto de lograr si sacaba esos dos años y medio de carrera y se lanzaba a la universidad, sobre todo porque había estado practicando mucho para la danza también, aunque si bien no la aceptaban, danzaría solo por gusto y ejercicio.

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