69. .

423 24 1
                                    

16:03, sábado, dos años antes del atentado.



—Me dijo exactamente que estos días has estado algo distraído.

—¿Y a ti qué te importa cómo he estado?

—¡Gua! Solo repito lo que me dijo – mencionó este, dando fuego al cigarro que había colocado en su boca – y lo digo porque me resulta raro que TÚ estés distraído.

—Lo que haga o deje de hacer, lo que sienta o no, no es asunto de ninguno de ustedes, ese ya lo he declarado muchas veces.

—Y todas esas veces las he entendido por completo, pero ahora ya no respondes cuando te llamo, sabes lo difícil que es poder coger un teléfono en mi estado.

—Eso es porque eres un imbécil.

—Tú eres el sádico y resulta que yo soy el que debe de estar bajo encierro en mi propia casa.

—Eso es porque yo no me ando mostrando a los ojos de todo el mundo, tal y como tú lo haces. Lo que hago lo hago para mí mismo.

—Así el gozo sería más elevado.

—Lo sabes, pero aun así no lo haces.

—No soy un matón que se esconda, soy un matón sin vergüenza.

—¿Matón?

—¿Acaso no es así como nos llaman?

—¿Nos? Yo no he hecho nada.

—No todavía.

—¿Planeando algo ya?

—No tengo nada en mente, luego de casi matar a ese chico, quedé muy cansado y me bastó, al menos por ahora, pero sabes perfectamente que siempre quiero más. Ya encontraré algo en donde poder poner tu mi gusto.

El chico más alto y que tenía limpio sus pulmones, miró al horizonte todo el tiempo en el que estuvo hablando con su mejor amigo, aunque sintiera su mira encima todo ese tiempo, él sabía más que nadie que no había nada que lo estuviera distrayendo, nada que mencionar, decir o comentar al respecto de lo que fuera que sus otros amigos dijeran de él con su mejor amigo.

Aun así, sabía también, de forma perfecta, que, para su mejor amigo, no era necesarias las palabras para saber que algo estaba en un lugar en el que no debería estar. Pero ni eso le preocupó, porque estaba firme y convencido de que nada lo estaba distrayendo, nada le estaba quitando su tiempo o su atención de lo poco que le importaba del día a día. Claro, era eso y nada más, solo una idea, una pasada en los ojos de sus demás colegas.

—¿Quién es?

El chico que no fumaba cerró sus ojos automáticamente. Sí, su mejor amigo no necesitaba palabras.

—¿Quién es quién?

—¿Cómo nombro a quien te está distrayendo lo suficiente como para que no tengas ni cinco minutos para tu viejo amigo?

—¿Acaso somos pareja o algo parecido?

—No, pero nunca me dejaste sin responder, al primer tono respondías.

—Faggot.

Los dos rieron fuerte ante el comentario. Se volvía a sentir todo bien, todo como si nada estuviera pasando lejos o cerca de ellos, de cierto modo, se sentía así.

SeisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora