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«La crueldad, lejos de ser un vicio...

—¿Q-ué qui-e-res?

—Que sigas la frase, solo de ser muy interesante, responderías lo que sigue. «La crueldad, lejos de ser un vicio...

Dolía, esa voz le dolía. No los golpes, no la sangre desperdiciándose en un manto bajo ella, pero solo su voz, la voz que no esperó escuchar ese día.

—...e-s el primer senti-mien-to que imprim-e en no-sotros la naturale-leza».

—...e-s el primer sentimiento que imprime en nosotros la naturaleza.

Los ojos radiantes de Yves cayeron en los de Hanadriel cuando leyó la fortuna de su galleta. El golpe fue inmediato, eso era lo que le había hecho decir a la última chica a la que osó tocar con sus pesadas y asquerosas manos cuando la tuvo en las dos primeras horas de todo ese día.

Día que duró dieciocho horas entre ellos seis y esa misma.

Misma que seguía apareciendo en sus sueños, pero como pesadilla, misma que seguía encarnando en las bocas y palabras de cada uno de los que parecían rodearle, como si fuera amiga de todos, como si hubiese esparcido lo ocurrido, pero sin hacer alboroto alguno.

Era interesante.

—Bastante interesante.

—¿Cómo puede ser eso la fortuna de tu galleta? – Habló Yves, ya que Trevor parecía no querer comentar nada de nada.

—¿Cómo saberlo? No las preparo yo – dijo de un solo respiro la chica, metiendo a su suave pero pudiente boca, masticaba con cautela, sobre todo porque sentía perfectamente la mirada de Yves y de Trevor encima, como si fueran una sola persona.

Porque siempre lo han sido.

El silencio parecía ser un cuarto invitado cada tres minutos que Hanadriel o Yves dejaban de hablar, Trevor estaba, como era para variar, pendiente en sus propios pensamientos, pero sin dejar de colgar su mirada sobre la única chica que lo acompañaba a él y a un segundo psicópata.

No sabía Yves tenía planeado llevársela arrastras, en lugar de hacerlo, como bien dice el, de forma casi concientizada.

Hanadriel no era alguien a quien pudieras solo arrastrar porque sí.

—¿Qué tanto tengo en la cara, Trevor? No has dejado de mirarme desde que llegué.

—Ah, él es así, me sorprende que hasta ahora lo hayas notado. T, siempre ha tenido un sentido muy cuidadoso de comunicarse sin necesidad de abrir la boca, eso, y que seguramente le debes de recordar a alguien o bien que quiere algo de ti.

—Idiota – al fin había articulado una palabra. Y fue la única, ya que luego de eso, se marchó directo al baño de hombres, dejando solos a Hanadriel e Yves.

Estos dos últimos se quedaron viendo al punto en donde había desaparecido, para luego verse directamente, Hanadriel sonriendo de lado de forma inesperada, luego de ellos, colgó sus dos manos detrás de su nunca y se estiró un poco, como si fuera un gato, todo y todo con la atención del muchacho puesta sobre ella.

—Ahora eres tú el que no deja de verme.

—¿Por qué saliste corriendo la primera vez que nos encontramos?

Ajá.

—¿Qué? – La chica consiguió ruborizarse por su propia cuenta cuando recordó algo, algo que no fue el maldito día en el que se topó a Yves.

Por primera vez.

—Bueno pues, es que, no estoy acostumbrada a ese tipo de comportamiento, más cuando conozco a la persona por primera vez, me pone incómoda y suelo salir corriendo.

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