71. .

536 32 2
                                    

—¿T? – preguntó la chica que se estiraba sobre la mesa para alcanzar los libros más pesados, con ojos y voz curiosa.

Hablar de eso, simplemente era una total negativa, algo de lo cual no gustaba para nada sobre todo por la carga que eso conllevaba, pero la chica que lo acompañaba no lo sabía. No lo sabía ¿cierto? Ya ha pasado mucho tiempo desde que fue visto con su mejor amigo y que este o los otros le llamaron por aquel sobrenombre.

—Es... un... sobrenombre.

—¿De Trevor?

—Sí, por nada más – rió con sarcasmo porque era obvio que no podría ser de nada más.

—No sé, tal vez podía ser de testarudo – rió – o de temperamental.

El chico rió con ella, esta vez en serio.

—O de tarado, o de tímido – la risa se hizo más grande.

—¡Oye, oye! ¿Por qué solo palabras de esa categoría?

—No lo sé, tal vez me lo pareces – sonrió, una sonrisa que dio una punzada muy extraña dentro del propio Trevor, como si esa mínima de gesto hubiese causado algo en él que parecía ser nuevo, cuando realmente no era así.

¿Para dónde iba esto?

—Mis... mis mejores amigos pensaron que sería más gracioso y serio a la vez, si nos llamábamos fuera de nuestra zona con tan solo nuestras iniciales, de esa forma, no daríamos mayor rastro de nada.

—¿Rastro, dijiste?

La pausa se hizo cada vez más larga.

Los ojos felinos y claros de Trevor pasaron del rostro de Hanadriel a las manos de Hanadriel y la mesa que los separaba por un momento.

Rastros. Esa palabra formó una gran parte de su vida, sobre todo en esa ocasión.

—¿Trevor? – Lo llamó la chica que comenzaba a llamar algo dentro de él.

—¿A-alguna vez has pensado en lo que has hecho?

—¿Hecho? ¿Hecho de qué?

—Hacer algo de lo cual no sepas ni siquiera extraer la forma en la que te sentías o cómo realmente te debías sentir, o cómo realmente te debiste comportar porque así fue como otros te lo pidieron. Queriendo hacer y sentir otra cosa es débil contra el hacer y sentir lo que te mandan a hacer o sentir, es confuso pe-pero... no, sabes – el chico respiró profundamente – olvídalo.

—Te refieres a que, por ejemplo, al pisar una abeja, tú siente automáticamente peca o vergüenza con el mundo, pero no pueden sentirlo porque la sociedad o el mismo mundo te pide comportarte como un hombre y o una dama y no llorar o expresarte ¿a eso te refieres?

Trevor se le quedó viendo a la chica cuyos ojos se quedaron perdidos en algún punto de la mesa donde podían ambos ver su reflejo. El de una piedra rompiéndose.

—Lo has sentido.

—Constantemente. Queriendo actuar a los ojos de todos, pero sabiendo que no puedo hacerlo, porque de hacer, no terminaría la danza que comencé.

—¿Danza?

—Fui al balé, fue lo primero que me vino a la mente – respondió tímida la muchacha. – Siempre lo odié por su rigidez y por no dejarme arrancar las uñas frente a todo el público cuando el personaje que me dieron estaba desesperado por la vida.

—Psicópata.

—Para muchos, sí – volvieron a reír ambos – como sea, creo que comprendo el por qué usar solo una letra en lugar de todo el nombre.

SeisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora