63. . .

551 40 5
                                    

El paso del tiempo en tan solo tres días parecía estar en silencio, o al menos el tiempo, lo estaba; las noticias seguían su curso matutino en un país tan castro y pulcro como aquel, solo que en esta ocasión a las 09:40, algo había hecho que el grito sonoro en la calle desviara la tranquilidad de todos, haciendo que cada persona se alterara hasta la médula. De forma clandestina, un periódico nuevo se había infiltrado en un jueves 11, tomando bajos sus aburridas pero terroríficas letras, el habla y la calma de toda aquella área de Inglaterra.

Un asesino.

Se desconocía el paradero de dicho asesino, y las fotos que se presentaban en el periódico no ayudaban mucho, puesto que eran solo acerca de vistas de pájaro de una que otra ciudad y una cabaña que muy bien podría estar ubicada a las afueras del país o incluso más lejos o más cerca, paso a paso más delirante al oído de cualquier individuo.

Junto con este anónimo periódico, aparecieron dentro de frías y fibrosas páginas, cuatro volantes con rostros de cuatro personas aparentemente desaparecidas, todas tratándose de muchachos de más o menos entre diecisiete a dieciocho años. Algunos llevaban cerca de medio año desaparecidos, otros a penas cumplían un segundo aniversario de aislamiento.

Un asesino.

Los cuatro volantes mostraban cuatro nombres y un solo apellido para todos. Una familia. Habían desaparecido cuatro integrantes a sangre fría. El periódico citaba algo sobre varias bolsas dejadas por las calles de aquel mísero pueblo, que contenían, ya fuera cabello, o bien sangre, ropas desgarradas, hasta dedos mutilados.

Un asesino.

Los gritos no dejaban de darse a lo largo de las avenidas a temprana hora de la mañana, las mismas avenidas donde Molly y Claudyn despertaron por un café y quedaron varadas luego de haber leído dos de los volantes, pues decían:

Desaparecidos y desterrados.

August Forll, febrero 12 - 2019.

Bastian Forll, mayo 19 - 2019.

En ambos volantes había algo que ni los mismos oficiales que salieron corriendo, notaron, mucho menos aquellos que no dejaban de gritar. Para el volante de August, aparecían las iniciales L.O., para Bastian, aparecían las iniciales I. K.

—Luna Oconer.

—Iri Karlsson.

Las dos leyeron, con un volante cada una, sin saber a dónde llevar sus mentes ahora, sin saber dónde estacionar sus pensamientos aplastados por la confusión.

En ese instante, el teléfono de Claudyn sonó con un mensaje de parte de... Adela.

Deberían estar conmigo ahora en Newquay y no con esa directora. Por cierto ¿por qué no han respondido mis cartas? ¿Me están evitando?

Imagen adjunta.

Cuando Claudyn abrió la imagen, notó que era la playa Newquay, aparecían las delgadas y pálidas piernas de Adela dentro de la arena nublada por el cielo.

—¿Cartas? – Dijo en voz alta, con el ceño fruncido.

Molly desvió su mirada hacia ella, y al ver que no obtenía respuesta y su amiga no parecía responder del miedo y el temblor de sus manos, esta tomó el teléfono y leyó.

—¿Qué?

—Adela está en Newquay.

—No, no, eso no puede ser.

—¡Molly, mira esa foto! ¡Es ella! Incluso nos ha enviado cartas, pero... ¿dónde están? ¿Desde cuándo está allá? Por eso dejó la escuela, para darse unos días de descanso, ¡mierda! Era obvio con todo el dinero que tiene.

SeisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora