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Su cuerpo danzaba entre los únicos brazos que le quedaban, los únicos brazos, de cuatro, que alguna vez conformaron su hogar, su adorado, tibio y sagrado hogar.

Danzaba a pies descalzos sobre las frías sábanas de la cama que tanto la ha visto y manoseado por casi toda su vida. La música era la otra droga que se insertaba en su cuerpo además del éxtasis que compartía con su compartida soledad. La polera que llevaba puesta le estorbaba, eso y los pensamientos de parar todo por lo que había iniciado esta cacería.

Parar nunca, matar a todos.

Un camino carmesí, largo, desde la puerta trasera de la casa, hasta su habitación. Vestida en sangre, bañada en perfume petrolero, rodeada de armas, compases musicales y una hoguera que la esperaba muy pronto.

Parar nunca, matar a todos.

Hyuk, la única parte que le quedaba de su hogar, estaba enroscando sus brazos alrededor de su cintura, mientras sin mucha fuerza, la sacaba de sus constantes y arrítmicos saltos que llamaba "baile"; recostándola sobre el espacio acolchonado, sin dejar de verla a sus ojos.

Su mirada era tan oscura y viva a la vez, que lo único que pedía, era haber podido conseguir algo para su otra parte, algo que tan solo reflejara lo que hoy su amante hacía.

Pero en realidad, lo único que pudo dar, fue un final agrietado, doloroso y arañado.

Lo dio sin darse cuenta, sin preverlo.

Parar nunca, matar a todos.

La dosis ya estaba pasando, sus semi-dilatadas pupilas lo decían todo. Pupilas reflejando pupilas, sobre todo cuando Hyuk se acercó más a depositar un calmado, pero aun así hambriento beso sobre sus enrojecidos labios.

Ambos estaban manchados en sangre, por ella... por todo, por matar a todos.

La lealtad que Hyuk tenía a con Kenani, era incomprensible, alta y valiosa, casi perfectamente envidiable. Sus años de diferencia, eran algo que se comentaba de boca en boca, desde las principales fuentes de envidia, – las chicas de su edad – y las madres y abuelas de estas chicas. Se contaba lo religioso, lo pecaminoso, y lo sospechoso de esta pareja.

Casi siete años...

Siete años de lealtad, fidelidad, pasión y seguimiento que solo resultan en algo.

Parar nunca, matar a todos.

—Me voy a quedar contigo, siempre.

—No.

—¿Qué?

—No quiero que lo hagas solo porque temes que todo se volverá en mi contra.

—Me da igual si se pone en contra tuya o no, al hacerlo, automáticamente también se pone mal para mí, mucho más por ser hombre, ser un "viejo" a la vista de las hermanas de la iglesia, y hacer pensar que te he robado de la cuna a los ojos de tus padres. Me da igual lo que pueda pasar después si no vas a estar ahí, yo solo y simplemente quiero estar contigo, huir, quedarnos, ser sedentarios o nómadas, nada me caería mal si es contigo, Kenani, sabes perfectamente que te adoro, y lo haría aun si tú fueras el mismísimo anticristo.

Bastó para sacar un leve pero sincero gesto de satisfacción de entre los labios de la chica que Hyuk miraba con tanta atención y adoración.

—Por mi culpa ahora estás manchado en sangre.

—No es tu culpa.

—No lo es.

Silencio.

—No lo es, porque tú le estás poniendo fin al resultado de la culpa de alguien más.

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