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Dos años antes. Dos años antes de cuarto grado.


Educación física, se basaba en el hecho de tener un maestro que no fuera para nada atleta y se paraba de una panza que le colgaba, cuyo crecimiento era realmente dudoso en cualquier parte del mundo.

El sonido de la pelota marcando la piel de los estudiantes que corrían y saltaban sobre arena morena, era lo que llenaba el ambiente en aquella zona del instituto. La más ágil y habilidosa de todo el equipo de chicas, era ella, la chica que goteaba del esfuerzo que acababa de hacer en la primera vuelta del partido, bebiendo del agua que sus dos cercanas amigas le daban de dos botellas diferentes, siendo secada por una tercera y frotada de sus muñecas por otra. Los constantes «¡destrúyelos!», «vamos, solo quedan trece minutos de partidos y podrás exonerarte de lenguaje y química por tercera vez en el año», «eres pequeña, pero puedes con ellos, son solo chicos».

«Solo chicos». Claro. No era como si eso le importara o como si siquiera tuviera experiencia social con ellos, solo, no le importaba, como bien dijeron las otras, solo quería lograr una nota alta en esta clase para que automáticamente la exoneraran de otras dos y de paso, los profesores evaluarían a quiénes del equipo salvarían de dos exámenes de tres horas cada uno. No tenían muchas opciones, pero al menos las tenían.

El silbato sonó para que comenzaran esos trece minutos restantes de partido entre los chicos y chicas de la sección D de segundo año.

Viendo ya al equipo por tercera vez, evaluó que no tenía mucho que temer, aunque sus manos ya no daban para una vuelta más de vóleibol.

Sus amigas la vistieron con el equipo de siempre, lloraban y lloriqueaban de lo pequeña que era su amiga, tan menuda que podría salir volando en cualquier momento, o bien, tan menuda que cualquiera podría tomarle en brazos y huir con ella en menos de dos segundos.

Todos desde sus asientos o estaciones de partido, miraban cómo la más joven de todas en la chanca del lado de las chicas, saltaba, retrocedía y se adelantaba a poder cubrir bases que las otras no alcanzaban por muy altas y fuertes que fueran. Su piel ridículamente pálida, sobresaltaba entre la morena arena que se abrazaba descarada a sus suaves poros, pintando de otro color el negro de sus largos cabellos, lustrosos que solo existían para hacer que los ojos esmeraldas de la chica resaltaran y crearon un juego para todo el que la viera, entre poner atención a sus fresados labios o a sus ojos.

La chica tenía futuro, tímida o no. Avergonzada o no. Despistada o no. De muy gran corazón o no, tanto que le creería a una mosca cuando esta le dijera que nunca se paró en su vaso. La chica en verdad tenía futuro. Nunca se había metido en problemas, nunca se había metido con la gente equivocada, más bien, esta le daba un buenos días o buenas tardes cuando se los topaba y eso no hacía más que voltear las cosas a su paso.

O bien, eso era lo que todos creían. De saber que alguien volteaba todo para ella, la historia sería diferente.

El cielo nublado, pintaba una tarde fresca y como para estar en casa, con una empanada de queso dulce, de esas alas que se volvió adicta gracias a su gratificantemente fría compañía de todos los días; eso, en lugar de estar entre los dos últimos minutos de partido, donde el último golpe declaró a las chicas ganadoras, y todo gracias a ella.

Exoneración, ya era algo real.



—¡Apresúrate a salir!

—Ni siquiera me he metido a la ducha, Gisa.

—Lo siento, solo no quiero llegar tarde a tomar lugar en las mesas para biología, sabes lo torpe que soy para esa basura de clase.

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