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Layi y Trevor tenían historias que contar, pero ninguna que compartir, ninguna que emparentar, ninguna en la cual decir que al fin habían podido cruzar en la vida del otro. O tal vez, y solo tal vez, la parte más ingenua, el lado más inocente y menos experto de aquel cruel mundo, había sobre pasado los límites, había saltado hacia él con seguridad en sus pequeños taconeos, provocando que todo lo que había en su entorno, se fuera en su contra.

Ciertamente había cosas que no tenían que ser, cosas que no podían ser por mucho que se peleara contra la ley de ellas.

¿Y por ello se justificaba lo que le hizo? ¿Por eso daba motivos de lo que hizo con esa chica?

Nada salvaría su pellejo, nada podría alcanzar los restos de retazos que habían quedado de su alma, nada, ni siquiera ella, de la que no supo nada desde aquella noche donde el mismo Yves había dicho lo cerca que la dejó de su casa para no despertar a sus vecinos a las claras cuatro y cuarenta y tres minutos de la madrugada.

Desde esa noche, sus sueños se hicieron pesadillas, la criatura que constantemente lo llegaba a visitar, ahora había desaparecido, se había esfumado, su había suspendido lejos, para ser claros, en la rama de un árbol que en repetidas ocasiones había visto, el Árbol de la Muerte, el más peligroso del mundo, del que las piernas menudas y suaves de aquella, colgaban y se columpiaban mientras miraba a un horizonte púrpura y rosa, con tres lunas que se suspendían en el aire con hileras que extrañamente, la tenían a ella de la muñeca.

En el sueño, eran solo ellos dos, una extensa montaña verde rellena de alta grama y fresco rocío; un cielo inmenso, estrellado y cálido en aquellos colores que solo en películas se podría ver; con una briza a cereza, exactamente el aroma tan familiar de la misma muchacha, el aroma tan familiar y desconocido que era para él; y unos hilos, las largas hileras que cada vez que Trevor se acercaba a Layi , estos se movían, tiraban alejándola de él, moviéndola como marioneta, con fuerza haciéndola caer varias veces pero sin lastimarla, lo contrario a cuando ella corría hacia él, donde de forma repentina, varios golpes y marcas de sangre aparecían cuando ella daba un paso al frente, intentando acercarse, ir más frente a él, con él, por él.

En el sueño, no se escuchaba nada, ni las voces de ellos, ni un grillo o el vuelo de una luciérnaga, nada, solo el viento y ellos, solo el aire y las hileras que, con el paso, dejaban marcas más violetas en las muñecas de la chica. Para cuando ya era mucho, en un abrir y cerrar de ojos, esta estaba en el árbol, como si estuviera castigada, sin poder bajar, sin poder hablar, solo mirándolo, solo suspendiendo sus verdes ojos directamente hacia él.

Se sentía vacío, raro, desnudo y con miedo, no era un sueño, era una pesadilla vestida de rosado, utilizando sus puntos más débiles para hacerlo quebrar, para hacerlo querer gritar, sin conseguir nada. Casi al final de dicho sueño, con Layi sobre aquel oscuro árbol, rodeada de manzanillas, un repentino viento venía brusco, arañando su rostro en el paso, pero sin hacerle mayor daño, todo caía en ella, que solo le veía, sin sentimiento de dolor, sin mirada de querer parar todo.

Y entonces comprendió. Él era el viento, era el aire esparciendo, extinguiendo la esencia de la chica.

Layi.

—Y... ¿seguro que te encuentras bien?

La voz de Hanadriel lo había tirado de regreso a la realidad, donde sintió cómo sus pies lo llevaban colina abajo al lado de su vieja bicicleta y los zapatos de talla grande que sonaban a su derecha. Ya había terminado la escuela y por otra rara ocasión, había decido acompañar a la muchacha la mitad del camino, solo esperaba que esta vez, no apareciera Yves de pronto y arruinara todo como la vez anterior. Llevaba días sin verle, pero en cualquier momento, este podría aparecer, y botar todo en cuestión de la mitad de un parpadeo.

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