—Abrazar un frasco no va a ayudar de nada.
—Ignorar que nunca pasó tampoco.
El viento era su único compañero además de un frasco frío y sus miradas sumergidas en el horizonte que se iba escapando dentro de un nuevo atardecer.
Los atardeceres eran sus favoritos. Siempre lo fueron.
Y no solo ellos los lo sabían, pero todos aquellos también. Cada uno, y todos por una sola boca, una sola palabra que dio paso a todo lo que la empujó también a ella a estar donde estaba ahora, sentada sobre un risco, al lado de su acompañante y esa vasija que ya contaba historias en sus grietas. Historias que nunca debieron enfrascarse, historias que nunca debieron ser tiradas al fuego. Historias de sueños que fueron arrebatados.
Todo parecía estar cada vez más lejos en cuanto más se iban a cercando al cierre de toda esa pesadilla. Al fin iba a poder darle a esas cuatro chicas, un espacio, su espacio silenciado en el cuento de todo aquel país, de toda la sociedad que ha sido maneja muy fuertemente por las familias de los hijos por los que iba y por los que estaba ahí, sentada, pensando y tratando de olvidar.
Tratar de olvidar cómo el cuerpo de Layi se había arrastrado hasta ella, tratando de olvidar cómo el suelo como las gradas fueron pintadas de carmesí, tratando de olvidar cómo el peso casi se iba entre sus brazos en lo frío de esa noche.
Olvidar era cobarde para ella, ella jamás olvidaba.
Por eso estaba ahí.
Justo cuando su cuerpo cayó recostado sobre la húmeda grama, el muchacho, el que siempre iba con ella, colocó deprisa su brazo a la altura de la cabeza de ella. Siempre le hacía lo mismo, afortunadamente nunca la había dejado lastimarse.
—La forma en la que me vio, no puedo quitarme el infierno de aquella mirada.
—Y tampoco pienso decirte que lo hagas. No conozco nada sobre esa clase de conexiones, pero sí que puedo leerlas, sobre todo cuando eres tú la que habla con un solo vistazo.
—Si no hubieras aparecido a tiempo, no sé qué abrí hecho en ese instante.
—No habrías hecho nada, quedamos en que nunca harías nada si no estoy yo para verlo todo.
—Pero no la viste a ella.
—Lo hice cuando llegaste a mí.
Hyuk, era la clase de persona que nunca creyó que llegaría a su vida, a sus días como a sus noches, abrazando todo lo que era ella, y por todo lo que era, se aclaraban en sus exámenes donde fue diagnosticada con varios síntomas de sociópata, diagnosticados a tiempo como para ser inscrita en una de las mejores clínicas. No estaba en sus planes ser un monstruo.
Una sociópata de bajo nivel contra un psicópata profesional.
Menuda racha la que llevaban los hilos que los unieron.
—Me parezco a ellos.
—¿Qué?
—Soy como él, con diferente nombre en los papeles, pero como él.
—No, claro que no. Tú estás haciendo esto por alguien, no contra alguien. Y muchos pueden venir con la mierda de que la venganza no hace más que crear un nudo más grande, pero esa es tú decisión, no la de nadie, ni siquiera la mía cuando te quise parar en la entrada de toda esta mierda.
—Pero nada debió ser como fue.
—Ya hablamos de eso.
Ya, ya habían hablado de eso.
ESTÁS LEYENDO
Seis
Mystery / ThrillerSeis y contando Cinco y contando Cuatro y contando Tres y contando Dos y contando Uno. La venganza se cobra ¿verdad? La venganza se paga ¿verdad? La venganza tiene un color ¿qué tal si no es el que debió de ser? Ella. Ella. Novela de término fuerte...