Capítulo 7

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A la mañana siguiente, mientras Albeans me enseñaba a afilar algunas armas, me dio una lección rápida sobre los acompañantes. Estábamos sentados uno frente al otro.

            "Me imagino que no sabes nada." Me dijo y yo le di una mirada asesina. "Veo que estoy en lo correcto. Si tuvieses que elegir entre un acompañante hembra o un acompañante macho, ¿qué elegirías?"

            "Un acompañante hembra." Le dije sin titubear y él se echó a reír. "¿Qué?"

            "Es una lástima."

            Fruncí el ceño. "¿Por qué dices eso?"

            "Porque todos los acompañantes son del sexo opuesto de la persona." Dijo pero luego bufó y sacudió su cabeza.

            "¿Entonces por qué me preguntas mis preferencias?" Pregunté y se encogió de hombros.

            No pude preguntar más porque en ese momento apareció un criado y susurró algo en el oído de Albeans. Él asintió y me miró.

            "Tienes que ir a los establos." Me dijo poniéndose de pie mientras se sacudía el pantalón. "Ya."

            Minutos después me encontraba en los establos observando a la bestia infernal que era Ocaso. Sí, mis pies me dolían pero me di cuenta que a nadie le importaba eso (tampoco era que me sorprendía) así que me dediqué a sufrir en silencio.

            "Ese caballo me odia." Espeté retrocediendo. 

            "Sí, no hay duda." Adregon miró a Ocaso. "Te mataría si te le acercas."

            "¡¿Y me querías poner a montar por primera vez a esa cosa?!"

            Me miró de reojo. "Así que el odio es mutuo. No, no es conveniente que mueras ahora. Montarás a Killihan."

            Uno de los chicos del establo llevó al caballo.

            Luego de tres días, una que otra caída y varias maldiciones de mi parte, Adregon estaba seguro de que podría montar un caballo. Sólo imaginen el entrenamiento tipo espartano que me dieron para sentirme relativamente bien sobre la criatura.

            Ah, también estaba seguro de que sabía luchar. Eso lo supo viéndome entrenar con Albeans.

            "¡Puta!" Jadeó Albeans desde el suelo.

            Jadeando, me sequé el sudor de la frente. Le extendí mi mano, la tomó y se incorporó. "Ya sé que al menos no te sacarán la mierda." Entrecerró sus ojos. "¿De verdad nunca tuviste entrenamiento en combate?"

            "¿Por qué lo dices?"

            "Aprendiste a una velocidad más rápido de lo normal."

            Yo no lo llamaría de esa manera. Yo diría que estaba puliendo y mejorando el conocimiento que ya tenía pero me limité a mirarlo, encogerme de hombros y agregar un: "¿Quién sabe?"

            Él bufó. "Al menos si te matan, morirás peleando."

            "Vaya, qué lindo." Reí. "¿Puedo tomar un descanso?" Asintió. "Gracias."

            Caminé hacia el palacio. Aún me dolían las plantas de los pies, pero estaba decidida a poder caminar sin zapatos. Aunque era más fácil decirlo que hacerlo con las heridas sin terminarse de cerrar.

            Escuché sonidos provenientes de uno de los comedores. ¿Ver o no ver? He allí el dilema, decidí dejar de lado la hipocresía de pretender que no me gustaba el chisme y me acerqué a la puerta. Adregon se encontraba de pie y al menos cinco sirvientes (seguía sin gustarme la palabra) estaban postrados con la frente pegada al suelo frente a él.

Una General en JefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora