Capítulo 6

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Los ojos vacíos de Wila me devolvían la mirada con una flecha entre ellos. Cuando escuché gritos aún más fuertes, yo grité: "¡NO LO MATES, HANOLU!"


Sentí que Kalous se quitaba de mi espalda permitiéndome ponerme de pie y cuando lo hice, noté que en su costado se encontraba enterrada una flecha del mismo color de— Tragué saliva. Del mismo color y forma de la que tenía Wila. Me quité mi vestido, me agaché, cerré los ojos de Wila, la tapé con el vestido y me incorporé.


Siguiendo la petición de Kalous, le arranqué la flecha de manera seca pero no la rompí. No. Era flecha tendría un uso.

Me acerqué hasta donde Albeans tenía agarrado al hombre por su cabello. Se encontraba arrodillado con un cuchillo en su cuello mientras que otros dos soldados lo apuntaban con lanzas. Era normal pero joven, de unos dieciocho años y en sus manos tenía un arco y una flecha.

"Es un asesino profesional de Captol." Dijo Albeans apretando su agarre en el chico. "Tuviste suerte de que no te mató."

"No es suerte lo que está de mi lado, Capitán Albeans." Le dije con seriedad. "Se llaman Hanolu y Kalous." Me puse frente al sujeto. "Levántenlo." Lo hizo. "Noté que es un asesino profesional de Captol pero me decepciona. No me mató." Le di vueltas a la flecha en mis manos. "Albeans, ¿hace cuánto que no practico arco y flecha?"

"Hace un tiempo."

"Me imaginé."

Tack. "¡AAAAHH!"

"Pensé que se había quedado sin cuerdas vocales." Comenté tomando otra flecha de las que había preparado especialmente con veneno de Hanolu —veneno que hacía arder las heridas sin ningún cambio aparente en la piel. Miré al chico que estaba amarrado en un árbol frente a mí con la nieve roja a sus pies. "Veo que aún tiene. Por cierto, más flechas."

"¿C-C-Cuántas, General Sebrin?" Escuché detrás de mí.

"Una docena." Solté la última flecha que me quedaba.

Tack. "¡Aaaaaah!" Se escuchó un grito más ronco.

Hanolu, ¿tienes otro veneno extremadamente doloroso pero que no mate?

¿Específico para hombres?

Es mejor
, asentí.

Sí lo tengo.

"Capitán Albeans, por favor sáquele veneno a Hanolu y tráigame las flechas bañadas en él." Anteriormente lo había hecho yo pero no tenía tiempo para esas cosas. No cuando estaba tan furiosa como lo estaba en ese momento.

Cuando me llevaron las flechas y comencé a disparar de nuevo. Los gritos se volvieron más altos y roncos pero no se detuvieron. No. No lo hicieron.

Se detuvieron fue cuando tomé la flecha que estuvo enterrada en Kalous, la puse en mi arco y la disparé. Allí acabaron los gritos ese día y nadie, nadie en todo el campamento, me dirigió la palabra en lo que quedaba del día.

Esa noche lloré, lloré por Wila y por cómo había muerto —sin su chance de ser un alto rango en la milicia, sin su chance de probarse a sí misma que podía ser algo más allá que una escudera— pero esas fueron las primeras y las últimas lágrimas que me permití por Wila. Porque no era un simple soldado. No era ni siquiera una capitana. Era una General en Jefe y no me podía permitir que me vieran débil —porque había perdido ese derecho.

Cuando terminé de llorar, me sequé las lágrimas y cuando pasé cerca de la mesa miré la carta que le había escrito a Adregon. Tenía la buena suerte de que mis ojos no se hinchaban por llorar, sólo por dormir mucho así que aparte de estar rojos (si es que lo estaban) mi episodio no se notaba (al menos eso esperaba). Salí de la tienda a medianoche y busqué quien se encargaba de enviar las cosas; si estaba dormido, la carta podía esperar al otro día, pero si no lo estaba era mejor para mí. Por suerte, lo encontré despierto al igual que al halcón, le di la carta y comencé a pasear por el campamento. Esa noche no podía dormir, ya que vería los ojos de Wila y las muertes que había realizado en los últimos días.

Volví a mi tienda, encendí una lámpara y me senté en la cama. Hanolu y Kalous aparecieron frente a mí y sin palabra alguna, pegaron sus cuerpos al mío. Entendiendo su intento de consolarme, los acaricié.

No pasé mucho tiempo sentada cuando alguien entró a la tienda, el mismo soldado de los halcones. Era joven, delgado, de apariencia solitaria y rasgos normales aunque no dudaba que fuese letal —tenía algo en sus ojos y en su manera de moverse que me lo decía.

"General Sebrin, ha llegado correspondencia para usted." Me puse de pie al mismo tiempo que él se acercó, se sorprendió que me moviera para alcanzar la carta —como si fuese raro que lo hiciera.

"Gracias." Dije tomando la carta. Él se retiró con una reverencia.

Abrí la carta y apreté los dientes.

"¿Qué sucede?" Replicó Kalous.

"Parece que Cansing Trinen nos va a hacer una visita." Aplasté la carta de nuevo. El tono pedante con el que lo escribía me sacaba de quicio. "Puede que llegue la madrugada de mañana." Miré a Kalous. "Va a llegar por el oeste. Está pendiente en esa dirección y apenas lo divises, me avisas."

Hanolu rió por lo bajo. "¿Qué vassss a hacer?"

Me encogí de hombres. "Voy a ganarme su respeto." Aunque primero tenía que descansar.

"Piper." Abrí los ojos y si hubiese sido la persona que era cuando llegué a Arazem hubiese pegado del techo. Al parecer me había quedado dormida. Kalous me miraba desde una distancia de tres centímetros. "Van a llegar pronto."

Me paré de la cama y me vestí sabiendo que tendría tiempo. Me sacudí el cabello mirando el reloj. "Cuatro de la mañana." Mascullé y salí de la tienda caminando hasta donde suponía que entraría.

Media hora después (ya que me di mi tiempo vistiéndome) miré a Cansing que venía en un caballo completamente blanco. Cuando llegó frente a mí, me miró con despreció. "General Sebrin."

"Cansing." Dije su nombre con toda la intención. "Te reto a una pelea. A media mañana en el campamento."

"¿Qué pasa si me rehúso?"

Me encogí de hombros. "Pues simplemente te largas de esta mierda y te doy de baja sin honores. ¿Te parece?" Algo en mi expresión pareció decirle que no estaba bromeando.

Apretó su mandíbula y sin detenerme a ver su respuesta, me di la vuelta y me fui a mi tienda.

Mientras estaba en mi tienda, comencé a escuchar que los soldados se levantaban. Miré mi reloj. "¿Acaso esa gente no duerme?" Eran las cinco de la mañana.

"No lo creo." Dijo Hanolu.

Encontré un pan y me lo llevé a la cama.

"Un desayuno nutritivo." Dijo Kalous.

"Peor es nada." Le dije mientras masticaba. Toda una dama. Cuando terminé, miré a Hanolu y a Kalous. "Háganme un favor y despiértenme a las nueve." Me volteé y dormí.

Cuando me desperté, comencé a vendarme las manos. Albeans entró a la tienda con cara de asesino, supongo yo que su expresión era por lo que había escuchado de los soldados —eran peores que unas viejas chismosas. Yo seguí vendándome la mano como si nada. Por supuesto que Kalous y Hanolu me habían contado todo.

"Veo que no es mentira," espetó. "Piper, ¿cómo se te ocurre aceptar una pelea con el General Trinen?"

"Cuando cuestiona mi autoridad, es lo mínimo que puedo hacer. Al menos Torran y Kanian hacen como que me obedecen aunque hagan lo que les da la gana en batalla." Cerré el puño probando si me había vendado bien. Excelente.

"¡Pero es una locura hacerlo en principio de una guerra!"

"¿Y cuando quieres que lo haga?" Comencé a vendarme la otra mano. "¿Al final? ¿Cuando todos crean que pueden hacer lo que les venga en gana?"

Se quedó callado hasta que terminé de vendarme la otra mano, me puse de pie y me comencé a cambiar la ropa ignorando el hecho de que aún estuviese presente.

"Sigo diciendo que esto es una locura." Masculló.

"Ya le probé a los soldados que conmigo no se juega." Le recordé el incidente del hombre con mi pobre pecho y el asesino de Captol. "Ahora hay que pasar a los rangos superiores."

Se quedó tieso. "¿Me estás amenazando?"

"Lo sabrías si lo estuviese haciendo." Y salí de la carpa.

El sol de media mañana era suave y ayudaba a que el frío no estuviese tan fuerte, la nieve era más escasa pero aún servía para ponerse en heridas. No era por ser confiada, pero bastantes palizas había recibido de Albeans como para no saber mis límites y mis virtudes, aunque jamás haya peleado con un general.

Estás lista, recordé las palabras que me había dicho el Rey de Arazem.

Como me vieron salir de la carpa, los soldados se pusieron de pie y comenzaron a seguirme hasta donde había dicho pelearía con Cansing; otros ya se encontraban en el sitio pero no me sorprendí en llegar primero que el otro general ya que no quería pelear con un estómago lleno y mientras más rápido saliera de ese compromiso, más rápido me iba a comer. Me senté en una roca mirando las nubes que pasaban de manera suave esperando a que llegase mi oponente.

Cinco minutos después, Cansing apareció con unos cuantos soldados a su alrededor, me fijé bien en sus rostros disimuladamente porque no quería tener sorpresas desagradables. "Veo que llegaste primero." Dijo Cansing que también estaba vestido para la pelea. "Como eres de mayor rango, pon las reglas, no me interesa."

Me puse de pie y me encogí de hombros. "Como quieras. No hay armas, el combate el sólo cuerpo a cuerpo y está terminantemente prohibido el uso de acompañantes. ¿Estamos claros?"

"¿Segura que no quiere usar armas?"

"Si te sientes inseguro puedo permitir el uso de armas y tranquilo, que a nadie le importa cómo se gane una batalla en una guerra con tal y se gane." Entré al círculo que ya los hombres habían formado. Eran idénticos en ambos mundos, siempre deseosos de ver una pelea y si esta incluía sangre mucho mejor.

"Permite el uso de armas," se encogió de hombros. "Quizá quieras tener alguna ventaja." Trató de devolverme el insulto pero yo lo dije primero. "¿Quién es el imparcial?"

"El Capitán Albeans."

"Está por debajo de ti."

"¿Y quién te dijo que eso suponía respeto automático?" Repliqué. "¿No es ese tu caso?"

"No te acepto porque eres una niña que ni siquiera es de este mundo y pretende comportarse como tal."

"Basta." Nos interrumpió Albeans. "Las reglas han sido establecidas, a menos que quiera agregar otra, General Sebrin."

"Sólo dos," miré a Albeans. "Permite las armas." Miré a Cansing. "Dejemos que el General Trinen decida la última; cómo y cuándo termina la batalla. Obviamente sin un muerto."

"Con K.O o rendición, como siempre." Los soldados pusieron algunas armas alrededor del ruedo.

Nos pusimos el uno frente al otro en nuestras posiciones, Albeans declaró el inicio de la pelea y por unos momentos ninguno de los dos se movió hasta que decidí hacer el primero movimiento. Cansing y Albeans tuvieron expresiones distintas pero ambas significaban lo mismo: que yo había cometido un error en salir primero. Pero no, esa era la estrategia. Cansing lanzó un golpe hacia mi quijada que esquivé, bloqueé una patada y quedamos inmóviles, se separó de mí y lanzó puños que algunos los tomé y otros los esquivé. ¿Por qué? Porque cada vez que él me golpeaba, yo lo golpeaba a él.

Tiré una patada a su rostro, la cual detuvo fácilmente con su mano. "Esto es juego de niños." Y me tiró al suelo. "¿Quieres rendirte?"

Lección de Adregon: Si tu enemigo está en el piso, patéalo. Pero Cansing no atendió a esa clase, lo tumbé con otra patada haciendo que él cayese al suelo donde logré darle dos o tres patadas antes de que me tumbara (aún no sé cómo pasó) y cuando estuve en el suelo, sentí que enterraban algo en mi pierna. Por reflejo di un codazo, y escuché un crack, al parecer le había roto la nariz. Me puse de pie y él agarró una lanza, y para mi desgracia, parecía habilidoso con ella. Saqué el cuchillo de mi pierna.

Ok, tenía una pierna débil pero me quedaba la otra.

Comenzó a intentar cortarme con la lanza, pero yo la esquivaba moviéndome alrededor del ruedo. ¿Parecía cobarde? Sí. ¿Me importaba? No.

En la cara, no. En la cara, no, pensaba. Tropecé con una piedrita y la lanza me cortó en un costado. Escuché los vitoreos de algunos soldados, pero tenía cosas más importantes en qué pensar que eso. Seguí esquivando la lanza hasta que vi que no podía e iba para la cara.

Un jadeo colectivo fue lo que escuché. "Pensaste que me importaba mucho no cortarme." Le dije a Cansing agarrando la mitad de la punta de la lanza con mis manos y ante su sorpresa, tomé con una de ellas el palo. Debía felicitar al herrero, había hecho un excelente trabajo porque la lanza no podía avanzar más pero sentía que un mínimo movimiento la hacía cortar más mi piel. Inspiré de manera aguda de dolor. Le quité la lanza al sorprendido Cansing y con el palo de ella, lo tumbé al piso colocando la punta del arma en su garganta. "¿Y ahora?"

Cansing tragó saliva observando la punta de la lanza. Sabía que yo no lo podía matar, pero tampoco se iba a arriesgar en esa apuesta sabiendo que podíamos estar así por mucho tiempo. "Sigo esperando, General Trinen."

Suspiró, pegó su cabeza tres veces contra el suelo y dijo: "Me rindo."

"El ganador, por rendición, es la General Sebrin." Gritó Albeans.

Los gritos de los soldados reclamando pagos de apuesta y alegría fue lo que escuché. Tiré la lanza a un lado extendiendo mi mano para ayudar a Cansing a ponerse de pie. "Espero que esto haya servido." Le dije cuando agarró mi mano ensangrentada y herida. Tuve que hacer de todo para contener mi expresión de dolor.

"Sí, General Sebrin." Bajó su cabeza en una reverencia.

Va uno, ahora falta Albeans, pensé.

Entré a la carpa mirando mis manos ensangrentada. Los vendajes no habían servido de mucho. Albeans entró a la carpa.

"¡¿Ves?! ¡¿Crees que eso es lo que falta para una guerra?! ¡Estás herida en dos partes y—"

"Hanolu." Hanolu apareció rugiéndole a Albeans, que retrocedió sorprendido. "No es eso, Hanolu." Expuse mi pierna. "Es esto," mostré la mano. "Y esto."

La cabeza de serpiente de Hanolu dejó de sisearle a Albeans y se volteó hacia mí. Miró mi pierna y mi brazo, asintió, me acerqué y mostrando sus dientes, los introdujo en mi piel. Más me dolieron los colmillos de Hanolu que el mismo cuchillo entrando, pero tenía que curar mi herida. Sacó sus colmillos de mi piel, estaban rojos y goteando sangre pero vi que la herida ya estaba cerrando. Extendí mi mano, donde me dolió mucho más que en la pierna por dos razones: uno, sentía más en la mano, y dos, sus colmillos eran tan grandes que atravesaron mi mano.

La acompañante de Adregon podía curar heridas sin atravesarlas, pero Hanolu necesitaba atravesarlas para curarlas.


Fuese una persona de menor soporte, ya me hubiese desmayado por la vista. Hanolu sacó sus colmillos, nuevamente ensangrentados. "¿Eso esssss todo?"

"Sí, gracias." Desapareció.

"No sabía que Hanolu tenía esas habilidades." Murmuró Albeans.

"Porque Reinola no se tomó la molestia de hablar con él. No todo es destrucción, ¿sabes?" Lo malo era que debía ser en zonas relativamente pequeñas. En la espalda no servía.

Una General en JefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora