Capítulo 8

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Mientras caminaba por los pasillos del castillo me di cuenta que ya había amanecido, cuando llegué a mi cuarto y vi mi reloj, noté que no mucho tiempo había pasado desde que el sol había salido. Sabiendo que ya los criados estaban despiertos, jalé la cuerda de la esquina y cuando uno de ellos apareció en mi cuarto, le pedí por favor me preparase el desayuno.

"¿Vas a actuar como si fuese un día normal?" Preguntó Hanolu apareciendo y acostándose a mis pies.

"No sé a qué te refieres ya que ES un día normal." Era obvio que se refería a lo que había pasado el día anterior con Adregon.

Saqué los documentos que tenía que revisar y aprobar. Pensándolo bien, el día anterior había sido un poco ajetreado con la llegada de la embajadora de Martza y mi ataque de pánico.

¿Cómo es que se llamaba la mujer?
, me pregunté a mí misma pero para que mis acompañantes escuchasen.

Gelianora Peronego
, dijo Lanaedo apareciendo pero sin hablar en voz alta.

Tocaron la puerta y la criada entró, dejó la bandeja frente a mí.

"Gracias." Le dije con una suave sonrisa.

"A su orden, general." Dijo y salió del lugar.

"Debería acordarme de sus nombres." Dije en voz alta.

"No te acordarás de todos." Rió Hanolu. Levanté mi pie y pisé su pata con fuerza. "¡Guaaaa!"

"Para que sigas." Comenté mientras comenzaba a desayunar.

Mi madre siempre me había dicho que no comiera y leyera al mismo tiempo, sin embargo ante la falta de televisión y música, hacía los dos al mismo tiempo. Si bien la temperatura en el castillo era fresca, me acerqué a la ventana y la abrí dejando que entrase aire fresco y volví a sentarme a comer y a leer.

Mientras tenía comida en la boca, escuché un aleteo a mis espaldas y cuando volteé, allí estaba Mena.

"Hola, cariño." Le dije extendiendo mi brazo. Ella voló y se posó en él para después colocarla en el espaldar de la silla.

Tomé un pedazo de carne que me habían traído de desayuno y se lo ofrecí. Ella subió su pata y comenzó a comer.

Terminé de comer y puse la bandeja con el plato a un lado y comencé a realizar mi trabajo concentrándome solo en eso. No sé cuánto tiempo pasó hasta que escuché que alguien se aclaraba la garganta detrás de mí —por la poca reacción de mis acompañantes, era obvio que había tocado. Me volteé y vi a otro criado.

"¿Sí?"

"Su Majestad la invita a un desayuno tardío."

"¿Ahora?" Tomé mi reloj, eran las nueve y cuarenta.

"No, general. En veinte minutos."

Asentí. "Gracias por decirme." Se retiró.

No me daría tiempo de darme un baño, así que hice otras cosas que podían mejorar mi apariencia —cepillarme el cabello, lavarme la cara y los dientes, cambiarme de ropa y bañarme en perfume.

Cuando me quité la ropa que me había puesto, me coloqué delante de un espejo y maldije por lo bajo; tenía chupetones en el cuello y en otras partes de mi cuerpo, eso quitaba varias opciones de vestimenta que tenía planeado así que me dirige a mi armario, lo abrí y tomé dos camisas manga corta aunque ambas tenía el cuello alto y ocultaba las marcas dejadas por Adregon.

"¿Esta o esta?" Le pregunté a mis acompañantes. Una era negra y la otra era marrón.

"¿Y un vestido?" Sugirió Lanaedo.

Chasqueé los dedos. "Eres un genio." Sonreí.

Coloqué las camisas de nuevo en el armario y saqué un vestido que no tenía mangas pero era de cuello alto, de manera que ocultaba perfectamente todo lo que no quería mostrar. Me lo probé y era del largo justo porque si fuese un poco más corto, los chupetones que Adregon había dejado en mis piernas hubiesen sido evidentes. Me coloqué mis zapatos blancos y tomé los guantes blancos que estaban colgados con el vestido pero no me los coloqué, me acerqué a Mena, ella se subió en la mano que no tenía los guantes y la saqué por la ventana. Me bañé de perfume, coloqué los guantes de nuevo en el armario agarrando otros y salí de la habitación.

Mientras iba a donde se suponía que servirían el desayuno, me coloqué los nuevos guantes. Cuando entré en el lugar encontré que Adregon hablaba con la embajadora de Martza y, para mi sorpresa, había otra persona en la mesa sin embargo a esa nunca la había visto. Todos tenían tazas frente a ellos. La mesa tenía cuatro puestos pero los puestos al lado del rey estaban ya ocupados haciendo que quedase sentada frente a Adregon.

"Buenos días," dije acercándome al grupo. Un criado se acercó y alejó la silla de la mesa para que me sentase. Tomé asiento y me preguntó qué deseaba tomar mientras el desayuno se servía. "Un café, por favor." Hizo una reverencia y le indicó a otro criado lo que quería. "Embajadora Peronego, ¿cómo ha pasado la noche?"

"Oh, maravillosamente. No sé qué tienen las camas de Arazem que son espectaculares."

"Me alegra que lo haya pasado bien." Sonreí y miré a la otra persona en la mesa, era un hombre de unos treinta y cuantos años. "No he tenido el placer de conocerlo," le dije. "Piper Sebrin." Extendí mi mano.

"Januel Derspan." La tomó y la apretó con firmeza.

"¡Ah! Sigo sin saber quién es." Dije con una sonrisa apenada. "Aunque su nombre me suena..."

"No se preocupe, general." Respondió con una sonrisa relajada. "Soy embajador. El de Arazem. Vine recientemente a conversar con Su Majestad y luego me iré."

Una General en JefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora