Cuando salí del terreno del palacio me pude relajar un poco, pero tampoco mucho. No estaría tranquila hasta que saliera de la ciudad pero al menos podía tener un paso más suave.
Oí un sonido lejano, así que detuve a Ira y me puse a escuchar con detenimiento. Abrí los ojos como platos reconociendo el sonido (solamente lo había escuchado una vez y había sido para que supiese qué era): era el sonido que se hacía cuando se ponía una alerta para alguien.
Así que me quieres en el palacio pase lo que pase, ¿no Adregon?, pensé.
Me incliné y susurré en la oreja de Ira al tiempo que la acariciaba. "Vas a correr como quieras hoy, Ira. Pero primero, tengo que averiguar una cosa." Me bajé de ella y agarré sus riendas guiándola por las calles.
"Buenas tardes," dije con una suave sonrisa a una anciana que estaba vendiendo frutas. "Me da cuatro, por favor." Señalé las frutas que quería.
Ella tomó las frutas y me las entregó. "Toma, mi niña."
"Gracias," le di el dinero. "Disculpe, señora, no quiero parecer imprudente ni nada, pero ¿sería tan amable de decirme un sitio bonito y solitario donde pueda pasar un tiempo a solas disfrutando de la naturaleza?"
Pareció pensar por un momento. "Sí, claro. Sé el lugar perfecto."
La señora me dio la dirección. "Muchas gracias." Le dije mientras guardaba las frutas. "Que tenga muy buenas tardes."
"Gracias a ti, querida."
Monté a Ira y me fui a donde me indicó la señora. ¿Por qué le había preguntado a la señora? Porque mi madre tenía un dicho, un dicho que hasta ese momento no me había fallado: 'Más sabe el diablo por viejo que por diablo'.
Seguí las direcciones que me había dado la mujer y rato después llegué a una pequeña cascada con un pozo y un pequeño río, me bajé de Ira y tomé mi bolso de ella sacando las cosas que usaría en ese momento. Extendí una manta bajo un árbol y coloqué una cesta que había traído con la comida, dejé suelta a Ira para que comiese pasto o paseara y por mi parte, me puse a leer un libro mientras comía y tomaba vino. No sé cuánto tiempo pasó pero dejé de leer y puse el libro a mi lado.
El clima estaba perfecto para una siesta al aire libre, las ramas y hojas del árbol me proporcionaban la sombra necesaria para dormir pero cuando cerré mis ojos, me di cuenta de que necesitaba otra manta para dormirme. Silbé y llamé a Ira. Cuando se acercó a mí, metí nuevamente la mano en el bolso que ella llevaba y saqué otra manta, me acosté bajo el árbol y, arropándome con la manta nueva, caí en un profundo y delicioso sueño.
Sentí que me tocaban la mejilla. ¿Quién rayos me toca la mejilla? Abrí un ojo y noté a Ira a mi lado. "Eras tú." Dije con un bostezo. Miré a mi alrededor. Al parecer, había perdido la noción del tiempo ya que había anochecido. Lo bueno era que las estrellas se veían preciosas del lugar en donde estaba.
Poniéndome de pie, comencé a guardar las cosas y una vez que todo quedó limpio, monté a Ira y volvimos a la ciudad. Entrando a la ciudad, no pude evitar notar que había uno que otro guardia de más. Al parecer era tarde, pero no de madrugada, porque los comercios nocturnos estaban llenos de gente.
Para no llamar la atención, bajé de Ira y me quité los zapatos. Mientras caminaba por el lugar, no pude evitar notar que los guardias reales parecían estar patrullando las calles -eso era normal, lo que no era normal era que estuviesen tan observadores.
Notando a unos señores que conversaban acerca de los guardias, me acerqué a ellos.
"¿Qué pasa?" Les pregunté a unos señores que hablaban entre ellos. "Los guardias están como que más observadores." Comenté.
"Al parecer estar buscando a la General Sebrin." Comentó uno.
"¿Se escapó?" Pregunté.
"La general nunca se escaparía." Replicó ofendido el otro hombre. No sabía que la opinión sobre mí era tan buena como para que no dudasen de mí.
"Lo siento. ¿No saben por qué la buscan?"
"No," respondieron ambos al mismo tiempo pero el que habló primero continuó. "Pero creemos que tal vez fue en una misión y están esperando ansiosos los resultados o algo o alguien la quiere matar."
Eh, no, reí mentalmente.
"Gracias." Les dije.
"Están dando una muy buena recompensa por quien la encuentre." Comentó otra vez el hombre.
"¡Puede que sea un juego!" Dijo el otro.
Me fui del lugar y llegué hasta el puesto de la señora con las frutas. Ya le quedaban solamente dos, pero era realmente tarde como para esa señora estar allí. "Buenas noches, señora. Me da esas dos frutas, por favor."
La señora tomó las frutas y me las entregó.
"Gracias." Le di las monedas. "¿Puedo preguntarle por qué no le dijo a los guardias dónde estaba?" Sabía que la anciana sabía quién era yo.
"Porque llegaste pidiendo soledad y tranquilidad, mi niña. Además, una chica tan linda como tú que no tenía necesidad de comprar frutas, compraste sólo para hacerme un favor también. Eso, sin contar, las monedas que me acabas de dar."
Sí, le había dado más de la cuenta. Pero me parecía que a su edad, esas no eran horas de trabajar y si unas monedas mías hacían el favor, con gusto lo haría. Además, ella estaba trabajando y no pidiendo dinero sin hacer nada.
"Gracias." Le dije con sinceridad.
"A tu orden, mi niña."
Personas como ella, como esa anciana, me hacían sentir que ir a la guerra había valido la pena. Y ese fue el pensamiento que tuve mientras volvía al palacio caminando y le daba de comer las frutas a Ira.
Las personas veían lo que querían ver y no lo que en realidad era -eso me lo había enseñado Adregon y hasta la fecha, era verdad. Nadie se imaginaba que la General en Jefe caminaría por las calles de la ciudad de Arazem descalza, que su caballo Ira no tendría riendas especiales o un asiento igual de especial o adornado. Seguí caminando pero un olor me hizo la boca agua. Me acerqué a uno de los puestos que por suerte, tenía mesitas. Amarré a Ira en uno de los lugares para caballos y me senté en el sitio.
No tenía ningún apuro por volver al palacio y menos sabiendo que había una fiesta. Después de que terminé de comer, desamarré a Ira, la monté y ella fue a todo galope al palacio.
Cuando llegué al establo real, suponiendo que ya el lugar de Ira estaba limpio, noté con sorpresa que Weil estaba presente.
"Hace tiempo que no te veía." Comenté bajando de Ira.
"Los turnos cambian. Además, tuvimos que cambiar a algunos chicos porque los caballos no gustaban de ellos lo que me obligó a tomar los otros turnos." Respondió tomando las riendas de Ira. "¿Estuvo bien?"
"Perfecta." Tomé mi bolso. "Y me di cuenta que volvieron a cambiar. ¿Ahora a quién le cayó mal?"
"A Draka."
El caballo de Adregon. Tenía sentido, en realidad. El maldito era más exigente de lo que debería.
Comencé a escuchar que uno de los caballos relinchaba y, sorpresa sorpresa, hablando del rey de Roma.
Weil le entregó las riendas a otro chico del establo y fue a ver a Draka. Lo seguí.
Cuando llegamos al establo de Draka, este se encontraba inquieto.
"Quiere salir." Comentó Weil. "Pero desde hace unos días no deja que nadie lo monte."
Miré a Draka. Era inmenso. Si pudiese describirlo en una palabra, esa palabra sería 'Adregon' porque era exactamente igual.
"¿Y si lo saco yo?"
Weil me miró y miró a Draka, se encogió de hombros al tiempo que abría la puerta. "No hay nada que perder."
Me acerqué a Draka y lo comencé a acariciar, le hablé suavemente mientas pasaba mi mano por su cuello. Hablé con él unos minutos hasta que creí que podía montarlo sin problemas.
El problema en realidad, sería Ira.
Draka dejó que Weil lo preparara y luego de unos quince minutos, estuvo listo.
"Distrae a Ira, que no me vea con Draka." Le indiqué a Weil.
Cuando estuvimos fuera, monté a Draka. "Ok. Vamos a hacer esto tú y yo. Vas a correr como nunca antes y te vas a relajar. ¿Listo?" Relinchó. Tomé las riendas con fuerza y comenzamos a correr.
Sentía que Draka se relajaba a medida que corría. Algunos me llamarían arriesgada por la manera desaforada en la que lo tenía corriendo, pero sentía cómo cambiaban sus pasos debajo de mí, cómo se liberaba (no literalmente) de sus riendas y corría no porque tuviese que hacerlo, sino para disfrutarlo.
Cuando nos detuvimos, comencé a elogiarlo y a acariciarlo. A veces lo que necesitaban era un poco de amor. ¿Cuánto tiempo corrimos? No lo tuve claro, pero sabía que debía volver.
En la entrada del establo se encontraba Weil esperando. Me bajé de Draka y le entregué las riendas, sentí que el sudor bajaba por mi rostro.
"¿Mejor?" Me preguntó.
"Yo creo que sí. Que tengas buenas noches, Weil."
Cuando entré en el palacio fue que me di cuenta que había dejado mi bolso en el establo. Encogiéndome de hombros decidí dejarlo allí, ya que no había nada importante qué tener.
Llegué a mi habitación y pensé en desplomarme en la cama, pero recordé que estaba sudada y me dirige al baño. Agradecía que las criadas recordaran mis órdenes de dejar el agua en el baño junto con otros envases llenos de agua. Después de tomar mi baño, volví al cuarto y caí en la cama.
Estaba a punto de dormirme cuando recordé a mis acompañantes. Metí mi pulgar e índice en mi boca y pegué un silbido. No pasaron cinco minutos cuando sentí sus presencias en el cuarto.
"¿Cómo estuvo la fiesta?" Pregunté a ninguno en particular. "¿Hubo algún invitado importante?"
"Estuvo entretenida. Que nosotros reconociéramos, ninguno, quitando a uno de los consejeros de otro reino y a su esposa que estaban en el castillo para el momento de la fiesta." Dijo Lanaedo.
"¿Ya se fueron?"
"Volvieron a sus habitaciones."
"O" bostecé. "Kay. Gracias por la actualización."
Y dormí.
Miré mis manos. Estaban bañadas en sangre mientras una persona yacía frente a mí. Muerta.
Me desperté bañada en sudor con lágrimas bajando por mi rostro. Aparté la cobija de mi cuerpo y cerré los ojos fuertemente tratando de no pensar, de no ver aquello que me había despertado. Pero era inútil. Los rostros, los gritos, el fuego, la sangre en mi cuerpo en especial en mis manos, el sabor de la sangre en mi boca. Me paré de un salto con una mano en la boca hasta que llegué al baño y, tomando un recipiente, vomité y vomité.
"Piper," gimió Kalous.
"Apártate."
No me tocó, pero estuvo cerca. Me limpié la boca con el dorso de la mano, tomé un poco de agua de otro recipiente y lo escupí, me cepillé los dientes y supe sin lugar a dudas que no podría dormir de nuevo.
Me acerqué a la ventana y, quitando las cortinas, no me sorprendió en lo más mínimo que el sol no hubiese salido.
Me cambié de ropa y salí de mi habitación agarrando una chaqueta en el camino -era impresionante lo que Reira podía hacer con simples instrucciones y un dibujo mamarracho (lo hice sin ganas).
Bajé por las escaleras y salí del palacio de manera silenciosa, aunque eso no incluía al personal nocturno que saludé.
Cuando llegué a donde entrenaba con Albeans (era... difícil creer qué clase de persona era antes de ello), tomé un arco y varias flechas. Aún no amanecía -y tampoco sería pronto. Coloqué el blanco a cierta distancia y me preparé. Tomé el arco con mi mano derecha y una flecha con la izquierda. Respirando profundo, apunté y disparé. Una y otra y otra vez.
Cuando sentí que mi brazo se cansaba, cambié la mano con la que sostenía el arco y tomé una flecha con la mano derecha. No tenía una excelente puntería con la mano contraria, pero si practicaba más tendrían la misma capacidad.
"¿No es un poco temprano para estar practicando arco y flecha en la oscuridad?" Preguntó Albeans.
"Cuando uno no puede dormir, tiene que buscar qué hacer." Tac. La flecha pegó en el centro del blanco. Albeans me dejó practicar por unos diez minutos hasta que se me acabaron las flechas que tenía conmigo.
"¿No quieres practicar lanzamiento de daga?"
Lo miré por encima de mi hombro. Estaba recostado en un árbol con los brazos cruzados, su ropa me decía que había salido a entrenar.
"¿Contigo?"
"El que pierda, invita al otro a cenar."
"Hecho."
Albeans me ayudó a mover las cosas a su sitio y luego nos pusimos frente a los blancos para las dagas -el normal, no el que tenía forma humana.
"Uno." Dije.
"Dos." Agregó.
"Tres." Dijimos al mismo tiempo.
Tac. Las dagas se pegaron al blanco. Ambas en el mismo sitio.
"Albeans," dije al mismo tiempo que Albeans decía mi nombre, nos echamos areír. "Es mejor con el blanco humano."
Él asintió y cambió los blancos. "¿Por partes?"
"Cada uno elige la suya." Dije.
"Ojo izquierdo." Tac, tac.
"Corazón." Tac, tac.
"Dedo índice derecho." Tac, tac.
Así estuvimos hasta que llegamos a la última daga. Le tocaba a él. "¿Qué pasa si empatamos?"
"Le invitamos la cena al otro, pero con el mismo precio."
"Justo. Lóbulo de la oreja izquierdo." Tac,tac. "Parece que cada uno ha ganado una comida."
"Así parece."
Escuché a los pajaritos, es decir que estaba a punto de amanecer lo que medecía que me había levantado tan temprano que casi no había dormido.
Mis ojos me comenzaron a picar. "Albeans, yo me voy a dormir. Que sigas con tu entrenamiento."
Entré al castillo donde ya los criados se estaban levantando para iniciar elnuevo día. Pero yo me iba a la cama. Como detestaba estar sudada, me bañé yluego me acosté en la cama quedándome dormida rápidamente.
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Una General en Jefe
Romance[4/5] 1. Arazem: Piper Sebrin, un nombre normal para una chica normal. O eso era lo que ella pensaba. Piper se fue a la cama con las preocupaciones normales de una chica de su edad, sin embargo al levantarse, su vida dio un giro inesperado. Ahora s...