Capítulo 14

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"¿Que despierten quiénes?" Preguntó Adregon de manera lenta.

Me senté lentamente en la cama y sabía que cualquiera que fuesen mis palabras, Adregon las ignoraría y haría lo que se le diese la gana.

"Ayer," comencé, "fui a comprar dulces porque tenía un antojo." Adregon movió una de las sillas y se sentó frente a mí. "Cuando vi que un hombre arrastraba a un niño. Para acortar la historia, le dije que tomaría el lugar del niño y así fue como gané los latigazos." Miré el suelo. "Me sorprendió que el niño siguiese por allí luego de eso ya que cualquier otro se hubiese ido. Lo acompañé hasta su casa donde vi que todo era deplorable y..."

"Lo trajiste al castillo." Completó como si nada. Asentí.

Levanté el rostro. "Sí."

No hablé más.

"Dime lo que no me quieres decir."

Respiré profundo y lo miré a los ojos. "Voy a adoptar a los niños te guste o no." Era mejor dejar las cosas claras.

Adregon cruzó las piernas y se recostó de la silla. "¿Qué pasa si digo que no?"

"No voy a dejar de ser General en Jefe, pero voy a dejar de estar en el castillo." Aunque igual lo dejaría en cualquier momento si encontraba un lugar mejor, pero obviamente no le diría eso.

Me miró sin expresión alguna pero se puso de pie al mismo tiempo que Lanaedo me decía en la mente que Tarhik y Zolad estaban a punto de despertar. Me incorporé.

"¿A dónde crees que vas?"

"No es que lo crea. Es que voy a ir. Los niños han despertado y no quiero que se asusten... y más el mayor, Tarhik. No ha tenido unos días fáciles."

"Te acompaño."

No era eso lo que quería escuchar.

"Si les llegas a decir algo, Adregon Restien, te juro por—"

"Vamos en serio entonces para que uses mi nombre." Sonrió con malicia. Extendió su mano. "Vamos a ver a los niños que, te guste o no, Piper, voy a conocer." Dijo repitiendo mis palabras.

Miré su mano. No sé por qué la extendió, tal vez sería para quitarse a una mujer de encima (no me sorprendería) pero de igual manera la tomé y él entrelazó sus dedos con los míos.

"¿Para que no huya?" Pregunté medio en broma.

"Si huyeras, Piper, ten por seguro que te encontraría. Y te atraparía."

"Me preocuparía más la razón por la que en un dado caso hui." Me encogí de hombros.

Salimos de mi habitación llegamos a la puerta de los niños y Adregon abrió sin tocar. Escuché los pasos y vi que Tarhik aparecía con un pan en su mano y comida en su boca pero cuando vio a Adregon pegó un frenazo.

"Es usted." Susurró asombrado.

Miré a Adregon sorprendida. "¿Lo conoces?" Le susurré.

"No lo recuerdo."

Tarhik me miró, tragó la comida que tenía en la boca y se acercó a nosotros. Yo me arrodillé pero sabía que Adregon no lo haría ya que no se arrodillaba frente a nadie.

"¿Lo conoces?" Pregunté. Asintió. "¿De dónde?"

"Cuando la gallina que me regaló la vecina puso huevos, los estaba vendiendo en el mercado cuando él se me acercó." Me dijo en voz baja. Miró a Adregon y me volvió a mirar. "Entonces habló conmigo un momento y me compró todos los huevos. No eran muchos, eran cinco, pero me pagó bastante por ellos. Pude comprar pan, leche y queso para comer por una semana."

Miré a Adregon pero no me sorprendió realmente que hubiese hecho eso. Pese a todas sus culpas, era un rey excelente que tenía una buena relación con sus súbditos —si hacían bien su trabajo.

"Ya te recuerdo." Comentó Adregon colocándose en cuclillas. "Piper me ha dicho que vivirás acá." Tarhik asintió mirando su pan. "¿Cómo te llamas?"

"Tarhik P—"

"No es necesario tu apellido." Interrumpió Adregon suavemente. "Después de todo serás Tarhik Sebrin, ¿no?" Sonrió y me derretí. Adregon sonriendo y amable era más que hermoso. No sólo eso, sino el hecho de que sus palabras aceptasen a Tarhik.

Tarhik asintió y yo hablé: "Tarhik, ¿Zolad está bien?"

"Sí. Las señoritas lo alimentaron, lo bañaron y se durmió."

"Ve a terminar de comer." Le insté con dulzura.

Se dio la vuelta y desapareció.

Adregon y yo nos pusimos de pie pero no me dijo nada en ese momento. Adregon tomó mi mano nuevamente y vi a Tarhik comiendo en la mesa.

Cuando terminó de comer, Tarhik comenzó a levantar el plato pero Adregon colocó una mano sobre la suya y el niño se encogió como si esperase un golpe. Supe que Adregon lo había visto pero también supe que lo ignoraría en ese momento. "¿Sabes quién soy?" Sacudió su cabeza y el rey me miró. "No se lo has dicho."

"No he tenido tiempo." Mascullé por lo bajo pero suspiré y solté la mano de Adregon. "Tarhik, sabes que soy la General en Jefe, ¿verdad?"

"Sí."

"Déjame presentarte a—" me callé y miré a Adregon. "¿Tus títulos completos?" Me miró con expresión seria. "Ok, ok, no me mires así." Miré a Tarhik. "Déjame presentarte al Rey de Arazem, Su Majestad Adregon Restien."

Tarhik abrió sus ojos como platos.

"Un placer conocerte, Tarhik." Dijo Adregon con una sonrisa —ésta siendo más formal, más seria— extendiendo su mano para estrecharla. Su estancia era diferente —como si demostrase su rango nada más con su lenguaje corporal.

Tarhik extendió su mano y tomó la de Adregon. "Un placer."

Más tarde, mucho más tarde, Adregon y yo entramos a su habitación y luego a su cuarto después de pasar el día con los niños.

"El niño mayor, Tarhik, no sonríe." Dijo Adregon tomando asiento en una butaca, por mi parte yo me tiré boca abajo en la cama.

"Lo sé. Pero entiéndelo: su madre no sirve para un coño, su hermano menor murió y acaba de ser trasladado a otra realidad."

"No sufrió un clanx."

"Casi como si lo hubiese hecho. Imagina," expliqué, "que un día estés muriendo de hambre, tienes dos bocas que alimentar y una de ellas está enferma y tengas menos de diez años. Ahora, al día siguiente, tu mundo cambia por completo: tu hermano muere pero estás en un palacio, tienes toda la comida que puedas comer pero no puedes porque tu estómago no está acostumbrado a ello, tienes toda la atención que puedas desear pero no te gusta ser tocado porque lo único que conoces es un toque agresivo."

Sentí que tocaban mi cabello. Miré a mi lado notando que Adregon se había sentado en la cama y pasaba una mano por mis cabellos.

"No es tu culpa que los niños hayan tenido esa infancia."

"No. No lo es." Acepté levantando mi cabeza.

"Ahora, diciendo eso y sabiendo que vas a adoptar a esos niños diga lo que diga..." Bufó. "Necesitan ser educados en ciencias y literaturas."

"Lo sé."

"Y comportamiento."

"Lo sé."

"Y etiqueta."

"¡Lo sé!" Exclamé.

"Y hay que comenzar eso pronto." Asentí.

Esa noche, me desperté cuando Hanolu me dijo que Zolad se estaba moviendo mucho. Fui rápidamente a la cocina, busqué un poco de leche, la calenté y la llevé a un tetero; cuando entré a la habitación, vi que Tarhik dormía plácidamente y su hermano se estaba moviendo mucho y que, en cualquier momento, despertaría. Sabía por mi madre que cuidó a uno de mis primos que a un bebé se le debía dejar tranquilo y no sacarlo cada vez que llorara pero en esa situación no quería que despertara a Tarhik y veía imposible separarlos y meter al bebé en mi habitación para que no lo molestase.

Tomé al bebé y le metí el tetero en la boca mientras me sentaba en un sofá. Chupó sin abrir los ojos y siguió dormido. Recordé lo que hacía mi mamá, lo repetí y rato después volví a meter a Zolad en su cuna.

Sinceramente, sabía que no sería sencillo y que esos días eran sólo el inicio pero mirando a Tarhik durmiendo en su cama e imaginando cómo podía estar en otro sitio, con un cadáver, un hermano llorando, sin comida y sin un lugar al cual llamar hogar... hacía que todas mis dudas de tenerlos conmigo se despejasen. La duda que me poblaba era si podía hacer un buen trabajo mirando mi pasado con Jinoke.

Pensar en eso me quitó el poco sueño que podía haber tenido y salí hasta el jardín donde sentí que me observaban. No era negativo ni positivo, era sólo un sentimiento. Era el mismo sentimiento que había tenido cuando salía con Albeans.

Pasados unos minutos escuché ruido detrás de mí. Así que por fin se han dignado a aparecer. Era sinceramente una molestia ser observada, saber que te estaban observando, pero esperar a que apareciesen.

"General Sebrin." Escuché detrás de mí.

Me di la vuelta observando a ocho personas con túnicas negras y encapuchadas. Uno de ellos, se separó del grupo adelantándose un poco.

"¿Quiénes son ustedes?" Pregunté.

"Somos los Asho-Rastra." Todos se quitaron las capuchas. Había tres mujeres y cinco hombres. "Un grupo al servicio del Trono de Arazem, obedecemos al rey y sólo al rey."

"¿Y?"

Sinceramente no estaba para juegos y mucho menos en ese momento, cuando mis recuerdos me habían quitado las ganas de dormir.

El líder (suponía yo) tenía una horrible cicatriz en su cuello y otra que pasaba por todo su rostro. Todos los integrantes del Asho-Rastra eran distintos, pero a la vez iguales —algo en sus miradas los hacía iguales, algo que podía identificar desde que había vuelto de la guerra. Hubo algo claro para mí: ese hombre podía ser su líder pero no era porque se hubiese ganado o impuesto el puesto, era porque los demás lo querían en él.

"Somos un grupo especial." Habló una de las mujeres, tenía el cabello corto como si se lo hubiese cortado ella misma con unas tijeras viejas.

"¿Con eso te refieres a que ustedes simplemente no van a la guerra?" Nunca había escuchado de ellos y mucho menos los había visto en una batalla.

"No si no somos necesarios. Después de todo, no nos quieren en una guerra."

Ya veo, pensé entrecerrando levemente los ojos.

"Queremos hacerle una proposición."

"¿Que me una a los Asho-Rastra? No." Comencé a caminar hacia el castillo.

"No he terminado, General Sebrin." Uno de los hombres se interpuso en mi camino.

"Probablemente tú no hayas terminado, pero yo terminé de escucharte." Repliqué. "Y no voy a unirme a su grupo."

No di tres pasos después del hombre cuando una criatura del tamaño de un oso apareció frente a mí, su pelaje parecía fuego de color violeta, sus ojos verde brillante me miraban de manera amenazadora y sus fauces estaban a poca distancia de mí.

Más había tardado esa criatura en aparecer de lo que tardaron mis acompañantes en rugir detrás de mí. Podía escuchar la clara advertencia que daban Hanolu y Lanaedo —que debían estar con los niños pero no se los recriminaría en ese momento— de que no estaban jugando.

"¿Por qué simplemente no nos escucha? ¿Por qué negarse a ser un Asho-Rastra?" Preguntó el que había bloqueado mi camino.

"Porque a diferencia ustedes," me di la vuelta y los miré a todos a los ojos. "Yo no siento sed de sangre y la necesidad de matar. Ustedes, Asho-Rastra, son enviados a una guerra cuando hay que destruir, no conquistar. Yo conquisto, trato de no destruir. Y esa, es la diferencia entre ustedes y yo."

Lo que había en los ojos se todos los Asho-Rastra, era una sed de sangre. Controlada, sí. Pero allí estaba.

"No eres tan diferente de nosotros." Replicó otro hombre. "Te hemos visto en acción, Toras. No puedes creerte mejor que nosotros."

El acompañante frente a mí gruñó ligeramente provocando rugidos impresionantes de parte de mis dos acompañantes. "Y no lo hago." Me encogí de hombros. "Alguien tiene que hacer el trabajo sucio." Miré al líder. "Las circunstancias de su visita fuesen distintas, y tal vez pudiese decir que ha sido un placer conocerlo. Pero como están las cosas, sería sólo una mentira." Miré al acompañante frente a mí a los ojos, sin apartar la mirada hasta que supongo su compañero le dio la orden de apartarse de mi camino.

"Si alguna vez quiere unirse," escuché a mis espaldas. "Estamos completamente dispuestos a aceptarla, General Sebrin."

Los miré por encima de mi hombro con una sonrisa. "No voy a decir que eso nunca va a pasar, porque no conozco el futuro, pero sí sé que me uno a ustedes, ya no seré yo."




Al día siguiente, mientras me encontraba descansando sobre mi barriga, no pude evitar pensar en ciertas cosas. Zolad era un bebé maravilloso que mayormente dormía, mientras que Tarhik comenzó a aprender a leer y a escribir ya que su madre nunca lo llevo a la escuela. Me preguntaba a veces si no era mucha presión para Tarhik ver no sólo esas lecciones, sino también lecciones de equitación e instrumentos musicales. Todo eso a un día de haber llegado al castillo.

Cuando hablé con Tarhik me sorprendió saber que no tenía que interponerme ya que estaba feliz —feliz de estar aprendiendo algo. Así que no me interpuse. Escuché que Zolad se inquietaba y cuando comenzó a llorar, miré la hora y me di cuenta que tenía hambre.

Colocándome en un balcón cercano, comencé a darle su tetero y no estuve sola por más de tres minutos cuando alguien se me acercó.

"General Sebrin."

Asho-Rastra, Lanaedo murmuró.

"No tengo tiempo de hablar con ustedes." Le dije al sujeto y me fui a mi habitación con el bebé en brazos.

Luego de esquivar otra vez la conversación con el líder, me encontré sola con el bebé pero no por mucho. Albeans entró a la habitación y pegó un frenazo al verme con el bebé en mis brazos. "Después me vas a explicar a ese bebé con mucho mucho detalle. ¿Puedo hablarte sinceramente?"

"¿Alguna vez te has contenido?"

"Los Asho-Rastra quieren hablar contigo."

"¿Cómo—"

"Rayker no es de adorno." Comentó con una sonrisa. "Los Asho-Rastra son un grupo increíble y poco conocido, Piper. No todos entran en él."

"¿Qué? ¿Es por invitación solamente?" Pregunté bromeando.

"Eso o te recomienda Su Majestad."

Lo miré. "¿Qué crees que pasó?"

"Te invitaron ellos. Te digo un incentivo para que te unas: Reinola lo quería y no lo consiguió."

Abrí los ojos como platos. "¿Por qué?"

"Dejando de lado que ellos besan la tierra por la que Adregon camina, creo que tus habilidades llamaron su atención. No sé qué habrán visto en ti," Bueno, gracias, pensé. "Pero les gustó."

"No soy tan predecible como para hacer algo porque Reinola no lo logró."

"No, pero es un incentivo a que lo hagas."

Más tarde, caminaba en busca de Adregon ya que necesitaba su firma en un documento y necesitaba hablarle respecto a las lecciones que tenía Tarhik cuando escuché que alguien llamaba mi nombre.

"Consejero Creto." Le dije con una sonrisa.

"¿No habíamos pasado por esto?" Sonrió llegando a mi lado.

Sonreí suavemente. "Xestan. Tiempo sin verte." Fruncí el ceño. "Desde el segundo día del Hakada, para ser exactos y después no te vi más."

"Fui a visitar a mi familia."

"Espero estén bien."

"¿Ah? ¡Oh! Claro, sí. Sí están bien. Mi padre nos invitó a todos a comer y ninguno de nosotros se pudo resistir a probar su comida."

"¿Cocina bien?" Ladeé mi cabeza.

"Jamás he probado a alguien que cocine igual que él."

"Me alegra que pudiesen disfrutar en familia."

"¿Te pasó algo interesante?" Preguntó.

"Pues—"

"Piper," escuché y vi que Adregon se nos acercaba. Cuando su mirada se posó en Xestan, esta se volvió fría. "Consejero Creto."

"Su Majestad."

"Extraño verlo por acá a esta hora." Acababa de anochecer, así que realmente a esa hora ya los consejeros no estaban en el castillo.

"Terminé de redactar un documento y vine a entregárselo." Le entregó un pergamino. "Si le parece bien, por favor avíseme y si no, espero con ansias su firma." Le hizo una reverencia. "General Sebrin." Y se retiró.

"¿Ya soltaste al pobre Tarhik de ese entrenamiento demoníaco?" Pregunté entregándole lo que quería que firmase.

"Es suave comparado al entrenamiento que me daba mi madre." Comentó. "Cuando gane más peso podrá aprender realmente a montar a caballo, por ahora los está conociendo y está aprendiendo a cuidarlos."

"¿Fuiste tú quien me recomendó a los Asho-Rastra?"

Se detuvo ipso facto. Adregon me miró, me tomó por la muñeca y me llevó hasta una habitación donde cerró la puerta de golpe.

"Explícate."

Ok, no fue él.

Me erguí un poco y crucé los brazos. "Los Asho-Rastra me pidieron que me uniese a ellos y estoy pensando en hacerlo."

"No sabes en lo que te estás metiendo. Tus entrenamientos como general son cosa de niños comparado a ello."

"Tampoco es que vaya a renunciar a ser General en Jefe."

"¿Y los niños?"

"Tengo bastante tiempo en mis manos, Adregon, cuando no estamos en guerra."

Tocaron la puerta y cuando se abrió, Raran entró. "Su Majestad."

"Voy." Le dijo y con solo una mirada hacia mí, continuó. "Piper."

Y se fue.

Cuando volví a la habitación donde estaban los niños, no pude evitar pensar que todo sería mucho más sencillo si se pasaran a la mía o si hubiese una habitación que tuviese dos cuartos.

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