Capítulo 24

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Los sonidos de los pájaros me despertaron y con el volumen con el que cantaban, cualquiera pensaría que estaban cantando en mi oreja. Lentamente, abrí mis ojos. Las cortinas de color negro a cada lado de la cama me indicaron que no estaba en mi cama y mucho menos en mi cuarto, así que levanté mi cabeza y sólo vi una pared. Estaba arropada con una cobija negra extremadamente suave pero mis brazos estaban visibles y desnudos (lo que no era un buen signo para mí) así que levanté la cobija y si bien estaba desnuda, al menos tenía la ropa interior de abajo. Me estiré luego de respirar profundo y me paré de la cama.

Comencé a buscar mi ropa por los pies de la cama, aunque ni mi vestido ni mis zapatos estaban allí y sólo había una camisa de hombre en un mueble. Un brillo llamó mi atención y allí, sobre una mesa de noche, estaban mis zarcillos junto a otro collar que reconocí muy bien. Me acerqué al collar y lo tomé entre mis manos, lo coloqué en dónde estaba y comencé a buscar en la habitación pero sólo encontraba ropa de hombre.    

La puerta se abrió (por suerte le estaba dando la espalda) y alguien entró

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La puerta se abrió (por suerte le estaba dando la espalda) y alguien entró.

"Veo que despertaste," me dijo Adregon. "Y que no te has vestido."

"No encuentro mi ropa."

"Te dejé mi camisa en el mueble."

"Gracias, pero no uso ropa ajena." Le dije tomando la cobija de la cama poniéndomela como una toga.

"¿Cómo?"

Me volteé cuando terminé de amarrar la cobija. "No uso la ropa de otros, en especial aquellos con quienes duermo. Muy personal." Miré a Adregon. "Aunque lo único que hice contigo realmente fue dormir."

"¿Tan segura estás?"

"Completamente. A menos que tu técnica haya desmejorado considerablemente y sea incapaz de notar si has estado dentro de mí o no." No dijo nada pero la temperatura en la habitación cambió. "Ahora, con tu permiso, me tengo que vestir."

"¿De verdad vas a salir así?" Preguntó recostándose de la pared y cruzando los brazos.

"Claro, ¿por qué no habría de hacerlo?" Me encogí de hombros. "Es lo mismo que salir con tu ropa."

No dijo nada más, solamente me miro mientras yo salía de la habitación y me iba a la mía.

Mientras me vestía, un criado (aunque no se crea, me seguía sin gustar la palabra) entró con un mensaje de Adregon.

"Su Majestad le invita a unírsele en el almuerzo, General Sebrin."

"¿A qué hora?"

"Dentro de unos minutos, general."

No es que me pudiese negar, así que asentí. "En un momento voy. ¿Dónde es?"

Me entregó un papel. "Es en una de las terrazas del castillo. Le he escrito la dirección para que no haya confusión de ningún tipo."

"Gracias." Dije mientras me acomodaba los zapatos y terminaba de arreglarme el vestido.

"No esperaba que te vistieses tan rápido." Comentó Adregon cuando abrí una de las puertas hacia la terraza que me habían indicado. Una doble puerta de madera separaba la terraza y el interior del castillo.

En realidad, no era tan complicado llegar aunque personalmente nunca había estado antes allí. En la terraza había una mesa con dos sillas, varios floreros con impresionantes arreglos florales y una vista espectacular hacia la ciudad.

"La guerra te enseña muchas cosas." Le comenté mientras tomaba asiento.

"Hace tiempo que no hablo contigo frente a frente, pensé que sería una buena oportunidad para conversar." Dijo tomando asiento frente a mí.

"Nada de guerra, por favor." Le dije en tono de broma aunque era bastante serio.

"Como prefieras." Dijo encogiéndose de hombro.

Esperé que mencionara lo del baile del día anterior pero no lo hizo, sino que preguntó por mí estado la noche anterior.

"Ah, eso." Comenté. A decir verdad, no recordaban exactamente después de cuál trago no recordaba nada. "Pensé que como estábamos en Hakada, podía hacerlo."

Levantó una ceja pero dejando eso de lado su expresión no cambió. "¿Es algo usual?"

"No. Necesito estar cuerda para mi trabajo, ¿no?" Me miró fijamente por un momento y escalofríos comenzaron a recorrer mi piel. "¿Con quién pasas el Hakada?" Solté. Tenía que aligerar el ambiente y su mirada no me hacía bien.

Eso pareció sorprenderlo. Miró hacia la ciudad y en voz baja dijo: "Solo."

"Pensé que te harían compañía."

Coño. De la. Madre. ¿Qué carajo pasó con no preguntar nada, Piper?, me reclamé.

"Ah. Esa es una compañía interesada y efímera."

En ese momento (el cual agradecí profundamente) llegó la comida y nos concentramos en hablar de ella y no de nosotros.

Mientras comíamos, Adregon tampoco mencionó nada del collar que le había devuelto aunque tampoco lo hice yo.

"Una comida excelente, Adregon." Le dije cuando terminé. Había algo positivo de comer sola con Adregon y era que, cuando estábamos solos, yo no me tenía que acostumbrar al paso en el que él comía, es decir, que podía comer a mi propio ritmo sin temer que me quitasen el plato cuando él terminara (como era costumbre en banquetes).

"Me alegro." Dijo distraído mirando el paisaje.

Sí, se nota
, pensé.

Yo usualmente comía rápido pero era un alivio poder disfrutar nuevamente de la comida.

Una de las puertas se abrió y entró una criada. No nos miraba ni a Adregon ni a mí, tampoco despegaba la vista del suelo.

"Su Majestad, la General Sebrin tiene visita."

La mirada de Adregon volvió a mí.

"¿Quién es?" Preguntó serio. No es que no estuviese serio mientras estaba conmigo, pero ciertamente estaba más relajado.

"Ahlía Albeans, Majestad."

"Hazla pasar."

Ay, mierda.


Cuando Ahlía llegó, pude notar las prominentes ojeras en su rostro.

"Su Majestad." Dijo haciendo una reverencia a Adregon. "Piper."

Ahlía no lo vio pero Adregon enarcó una ceja muy sutilmente.

"Señorita Albeans, un placer verla. ¿Qué la trae por acá?" Preguntó Adregon, había vuelto a un tono formal e inalcanzable (en teoría).

"Yo." Me puse de pie. "Su Majestad, disculpe que me vaya de manera tan apresurada pero le prometí a Ahlía pasar el Hakada en su casa."

Adregon no dijo nada pero no fue necesario —su mirada lo decía todo. "Espero poder contar con su compañía algún otro día del Hakada, General Sebrin."

"Será un placer." Dije con una reverencia y saqué a Ahlía de allí.

"¿Qué hacías con—"

"No preguntes." La interrumpí.    

Una General en JefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora