Capítulo 19

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"Piper, ¿puedes entrenar hoy?" Preguntó un Asho-Rastra caminando de un lado de mi habitación al otro.

"¿Ser un Asho-Rastra indica que mi privacidad es nula?" Lo cuestioné.

Se detuvo y me miró. "No. Tenemos privacidad pero tenemos que estar disponibles para Su Majestad en todo momento."

"El hecho de que sea parte de ustedes ahora no significa que me haya perdido como persona, así que les agradezco que si desean mi compañía lo hagan como la gente normal tocando la puta puerta." La señalé. "O simplemente dejando una carta. Respondiendo tu pregunta, necesito ver si los niños están bien."

Fui al cuarto donde estaban los niños y los encontré a los dos durmiendo tranquilamente. Besé sus frentes, les deseé dulces sueños y salí de su habitación dejándolos nuevamente al cuidado de uno de mis acompañantes pero cambiando al que los había cuidado antes.

Cuando volví a mi cuarto, me cambié de ropa y me encontré con el Asho-Rastra que había tenido la decencia de salir al pasillo.

Comenzamos a caminar con él guiando el camino. Nos detuvimos frente a una pared por la que había pasado incontables veces y cuando él tocó ciertos puntos, pudo mover la pared. Se adentró al lugar que había abierto y lo seguí. Antorchas iluminaban los (de otra manera oscuros) pasillos, subimos unas escaleras, volvimos a bajar y caminamos por otro pasillo. Sentí una ligera ráfaga de viento, por lo que supuse que la salida estaba cerca.

Llegamos por fin a una puerta de aspecto pesado que él abrió.

La cámara era inmensa, estaba hecha por completo de piedra, su iluminación no dejaba nada qué desear con las antorchas y velas ubicadas en sitios específicos. A primera vista parecía un gimnasio pero me di cuenta de que era mucho más complicado. Por una parte se encontraban armas y otras cosas, por otra se encontraban unas sillas junto unas mesas; en otro lado de la cámara habían varios túneles oscuros que quién sabían a dónde carajo llevaban.

"Piper, hasta que apareces." Escuché.

Del techo, literalmente del techo, cayó Yuein.

"Hay maneras más normales de aparecerse frente a la gente." Le dije cruzando mis brazos.

"Eres una Asho-Rastra. Sácate el concepto de normal de tu cabeza." Me dijo.

Era una de las primeras veces desde que había estado en Arazem que en verdad tenía que responderle a alguien ya que Adregon, con toda sinceridad, me dejaba hacer lo que quisiera mientras hiciera bien mi trabajo y, ya que él era la única autoridad sobre mí (figurativa y literalmente), las veces en que tenía que aguantar mi lengua habían sido pocas.

Miré el techo esperando ver a otro Asho-Rastra caer de él pero no. No había nadie más. Al parecer en todo el sitio estábamos Yuein, el otro tipo y yo.

"Pregunto," miré al líder. "¿Por qué no me siguieron antes de la guerra?"

Supuse que el Asho-Rastra no estaba acostumbrado a sorprenderse y era claro que lo había hecho.

"¿Cómo sabes que no te seguimos?"

"Puede que yo no sea espectacular en detectar a alguien, pero mis acompañantes tienen experiencia. Todos ellos y te aseguro que si me estaban siguiendo, ellos al menos se habrían dado cuenta."

"Un Asho-Rastra debe tener la habilidad de observar. ¿Por qué piensas que no te vigilamos?"

¿Por qué? No creo que Adregon no se los haya pedido pero... ¿y si volteaba la pregunta? ¿Por qué los Asho-Rastra no me vigilarían en una guerra donde Reinola hacía desastres?

"No me vigilaban porque tenían que proteger a Adre— Su Majestad," corregí al ver sus expresiones. "No iban a arriesgarlo porque la general no se comportaba. Eso no quiere decir que él no se los haya ordenado."

"¿Por qué te vimos asesinando al rey de Captol entonces?"

"Porque si podían, iban a infiltrarse en Captol. No iban a matarlo porque no iba a ser obvio quién lo había hecho. Después de todo, los Asho-Rastra son una organización semisecreta." Di una pausa. "Además, si acaso había dos en Captol. No más. Después de todo no dejarían a Su Majestad desprotegido." Y menos siendo los sirvientes más leales que tenía.

Jalabolas
, los llamé mentalmente aunque técnicamente no era correcto ya que ya estaban en la posición que querían.

Esa noche, comenzó mi entrenamiento.

Si antes había sufrido con Albeans y ocasionalmente con Adregon, no se había comparado a lo que ellos me habían hecho hacer.




Piper. ¡Piper!

Abrí mis ojos. "¿Qué pasó?" Pregunté mirando mi almohada. Sentía que recién me había ido a la cama.

Zolad se despertó
, me dijo Kalous.

Me puse de pie y fui a su habitación. Cuando llegué al cuarto donde ellos se encontraban me di cuenta que estaba a punto de amanecer, pero al parecer al bebé eso no le importaba. Mientras caminaba a la cuna, Zolad comenzó a sollozar y luego rompió en llanto.

Miré a Tarhik pero él seguía durmiendo.

"¿Por qué lloras, cariño?" Le pregunté en voz baja. Lágrimas caían por sus costados, me incliné y lo tomé en mis brazos.

Su respiración seguía alterada pero ya no gritaba. Lo besé en su nariz y movió su boca como si estuviese buscando algo.

Reí en voz baja y me lo llevé a un sillón en la habitación dejando a Tarhik para que descansara. Me senté y a los segundos, una de las mujeres que los cuidaban entró y me entregó un tetero.

"Gracias." Le dije tomándolo y comencé a alimentar al bebé.

"General Sebrin," comenzó la mujer mirando sus manos.

"Dígame."

"General, de verdad Midea y yo podemos encargarnos de la alimentación del señorito Zolad, no tiene que hacerlo usted si no lo desea." Dijo nerviosa.

"Lo hago porque quiero, no porque tenga que hacerlo." Le respondí con suavidad. "Sé que piensa que como sufrí un clanx, no sé cómo se hacen las cosas aquí en Arazem pero créame, señorita, que lo cuido por gusto." Sonreí y besé la cabeza del bebé. "Hago lo que puedo mientras puedo, porque habrá momentos en que mi trabajo me impedirá alimentarlo o acompañar a Tarhik mientras coma o haga su tarea. Entiendo su preocupación, pero ellos son niños y los niños necesitan sentirse amados y no se van a sentir así si no hago un mínimo esfuerzo para estar con ellos."

Me miró sorprendida, con los ojos como platos pero su expresión cambió a una serena al tiempo que hacía una reverencia. "Entonces, permítanos ayudarla encargándonos de los señoritos mientras usted se encuentre indispuesta u ocupada."

"Gracias a ustedes." Dije.

Tarhik seguía durmiendo pero Zolad se quedó despierto. Después de que le di un baño y lo cambié, lo llevé a pasear por el jardín del castillo. Mientras caminábamos y yo le cantaba en un tono bajo en el oído, escuché que alguien se acercaba.

Dándome la vuelta, vi a un criado acercarse con un paso apresurado.

"General Sebrin," me dijo con el aliento acelerado. "Su Majestad está enfermo."

"... ¿Cómo?"




Volví al castillo dejándole al bebé a la mujer que, si mal no recordaba, su nombre era Gidra o algo por el estilo aunque no estaba segura. Caminé mientras intentaba convencerme de que no era nada grave, que solo era una ligera gripe y nada pasaría pero mi intuición —aquella en la que confiaba casi ciegamente— me decía que no era el caso.

La habitación de Adregon siempre había tenido guardias reales protegiéndola, pero ahora no sólo protegían la puerta a su habitación sino que se encontraban en uno de los sitios que llevaba hacia ella. Cuando me vieron, los guardias se apartaron del camino y me dejaron pasar, subí unas escaleras y caminé un poco más hasta que estuve frente a la puerta de la habitación de Adregon que también tenía guardias.

"General," dijeron con una reverencia y uno de ellos abrió la puerta.

Entrando a la habitación no pude evitar ver que allí se encontraban unos criados y cuando entré al cuarto de Adregon vi al médico del castillo junto con otras personas que parecían ser sus aprendices, entre ellos una mujer que al notar que la estaba viendo, apartó la mirada; en el cuarto había dos criadas más (de verdad no entendía por qué insistían en usar esa palabra) y también estaba Raran.

"¿Qué tiene?" Pregunté a nadie en particular.

"No lo sabemos." Dijo el médico de cabecera sacudiendo su cabeza. "Enfermó de repente y siente debilidad."

¿Cuándo coño me aprendería el nombre del hombre?

Adregon se encontraba aparentemente dormido. Me acerqué a la cama y tomé asiento en ella colocando mi mano en la mejilla de Adregon. Tenía fiebre, su respiración estaba acelerada, sus labios estaban pálidos y su cabello empapado en sudor.

"¿Desde cuándo está así?" Pregunté.

"Desde ayer en la noche."

Tiene sentido, pensé. Ayer no lo vi.

"No debe preocuparse." Dijo la mujer, la miré pero ella estaba mirando a Adregon. "El Dr. Clios es el mejor de Arazem."

La respiración de Adregon comenzó a cambiar y yo aparté mi mano de su mejilla para luego ponerme de pie. Momentos después abrió los ojos.

Toc, toc, toc. Un guardia entró y habló con Raran que asintió. Cuando la puerta se abrió de nuevo, entró Totek Robira.

Esto es peor de lo que dicen
, pensé mirando a Adregon.

Todos en la habitación salieron con excepción del abogado, Adregon y yo. Yo porque estaba distraída.

"¿Qué lo trae por acá, abogado?" Preguntó Adregon.

"Verá, Su Majestad, es respecto a la General Piper Sebrin." Totek me miró.

Mierda. Mil veces mierda.

No sabía de qué iba a hablar pero sí sabía que había algo de lo que no podía hablar.

"¿Es algo malo?" Preguntó Adregon aunque su tono de voz era distinto.

"Eso solo puede juzgarlo usted, Majestad."

En ese momento Adregon comenzó a toser y toser. Cuando los escuchaba, sentía que mi propia garganta estaba en fuego. Los médicos entraron y el cabecilla comenzó a buscar algo entre sus cosas y yo aproveché de sacar a Totek de la habitación. Mirando que no hubiese nadie, le dije: "Por favor no digas que no soy esposa de él."

Totek me miró de manera seria. "Dame una buena— no, dame una excelente razón para no hacerlo y no lo haré."

Tragué saliva.

"Ok. ¿Puedo preguntar algo primero? ¿Por qué ahora?"

"Primero, debemos estar preparados para todo y si Su Majestad muere puede haber problemas extremadamente graves y segundo, ya estás actuando como su esposa."

"No realmente." Respiré profundo y tomé asiento. Miré a Totek y sin despegar la mirada dije: "Estoy enamorada de Adregon." La cara sorprendida de Totek me dijo que definitivamente no esperaba eso. Una pequeña sonrisa se formó en mi rostro. "No lo parece, lo sé pero es la verdad. Me dices que he actuado como su esposa y si bien, en cierto punto es verdad, también es mentira. Si se sabe que legalmente no estoy casada con Adregon, tratarán por todos los medios hacer que me case con él." Miré mis manos. "Tal vez Adregon no me obligue a casarme pero intentará cortejarme solo por conveniencia y no lo voy a soportar. Adregon y yo tenemos una buena relación como amigos" Y como amigos con derecho, agregué mentalmente. "Pero si contraemos nupcias, todo va a cambiar porque no me voy a quedar quieta mientras él hace lo que ha hecho todo este tiempo."

"¿Esa es tu única razón?"

"Lo voy a resentir y... si llega a ese punto haré cosas que tal vez nunca hubiese hecho aunque no quiera lastimarlo." Lo miré. "Además, Adregon tal vez no me presione pero otros sí. El General en Jefe tiene control de las milicias, y siendo su esposa es dudoso que actúe contra él."

Cuando la mayoría de las personas que habían entrado en el cuarto salieron, yo entré de nuevo y Totek detrás de mí.

"Espero que Piper no te haya hecho cambiar de opinión en lo que me ibas a decir." Dijo Adregon mientras el doctor anotaba unas cosas en un cuaderno. Estaba sentado con su espalda apoyada al espaldar de la cama.

"No, Su Majestad, no lo hizo." Respondió Totek tomando asiento.

Suspiré y me senté a los pies de la cama de Adregon pero sin tocarlo. El médico puso unos viales en la mesa al lado de Adregon y le indicó a Raran y a Adregon cómo debía tomarlos y que con eso mejoraría. Cuando el médico salió con su séquito, Adregon miró a Totek.

"Hace un largo tiempo" Coño de la madre, no lo convencí, me lamenté cerrando los ojos. "La General Sebrin pidió que realizara un documento que en su momento, he de admitir que vi válido. No ahora."

Abrí los ojos. ¿Un documento? ¿Qué documento?

Mi cara de confusión fue obvia, no así la de Adregon pero había ladeado de manera casi imperceptible su cabeza.

"El documento en cuestión habla de que ella declina de su derecho para controlar el reino en caso de su inhabilidad física o mental para hacerlo o, en un caso más extremo, en su muerte."

Miré a Adregon que había cerrado los ojos y había apoyado su cabeza en el espaldar.

"Totek, destruye ese documento." Dijo sin abrir los ojos con una voz gélida. "Nunca existió y no volverá a existir nunca más." Abrió sus ojos y miró al abogado. "¿Puedes hacerlo?" Totek asintió. "Muy bien. ¿Algo más?"

Seguí respirando con normalidad aunque mi mirada no se despegaba de Adregon que seguía sin mirarme.

"No, Su Majestad."

"Excelente. Puedes retirarte y por tu discreción, tendrás una excelente bonificación."

"Su Majestad, General Sebrin." Dijo Totek con una reverencia y se fue.

Cuando la puerta se cerró pude relajarme. Miré a Raran que en toda la conversación no había levantado la vista ni una sola vez.

"Raran." Dijo Adregon. El asistente del rey se puso de pie y salió del cuarto. Yo, haciéndome la loca, me puse de pie. "No dije que podías irte, Piper."

Coño. Bueno, al menos seguía en la fabulosa ignorancia.

Respiré profundo y solté el aire.

"¿Se puede saber en qué estabas pensando?" Continuó.

Su tono era calmado pero yo sabía (porque lo sabía) que no estaba para nada calmado.

"En mi—"

"Ya sé qué estabas pensando." Espetó. "Pensaste que haciendo eso asegurarías que no eres Reinola cuando eso fue obvio casi desde un principio."

No esperaba que respondiese por mí. Me volví a sentar en su cama.

"Reinola también te traicionó y dudo que pensasen que podía hacerlo en un principio." Le dije en voz calmada pero tratando de contenerme.

Está enfermo, está enfermo
, me recordé mirando las sábanas.

"Te equivocas." Lo miré. "Reinola quería poder, así que en algún momento querría tener más poder que yo. Tú no."

"¿Cómo sabes que no tengo ansias de poder?" Me crucé de brazos y enarqué una ceja.

"La política te aburre y te gusta ser General en Jefe."

Bufé y me eché a reír.

"Tienes razón." Me puse de pie. "Lo dejo entonces, Su Majestad. Tiene que descansar."

A veces se me olvidaba (sí, increíblemente se me olvidaba) que él era el rey. No porque lo llamase por su título, sino que olvidaba que antes de ser un amigo, era un rey y ese era mi problema, no el suyo.

Salí y Raran entró.

Una General en JefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora