Capítulo 10

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"Debemos ir a la plaza," dijo Xestan después de mirar su reloj. "Ya casi es hora para el inicio del Hakada y tienes que estar presente para la ceremonia de inicio."

Llegué a la plaza en el momento justo. Los gritos emocionados de las personas me hicieron mirar hacia arriba donde el espectáculo de las estrellas se comenzaba a ver.

"Con su permiso," le dije a Xestan cuando avisté a Adregon sentado detrás de una mesa en una tarima. "Su Majestad," dije cuando me senté al lado de Adregon.

"Llegas tarde."

"En realidad llegué bien, me necesitas es en la apertura."

Me miró de reojo pero no dijo nada. Aprovechando que Adregon estaba mirando el cielo, lo miré. Me quitó el aliento. Estaba vestido con una chaqueta parecida a la mía pero de color dorado; solamente el cuello, los puños y los botones de la chaqueta eran de color negro y el cuello y los puños tenían bordados; el pantalón era del mismo color y sus zapatos eran negros. ¿Cómo hizo Reira para hacer que el atuendo le combinase? No tenía ni idea, pero le quedaba muy bien. Como siempre, exceptuando cuando estaba de incógnito, tenía su collar que lo marcaba como rey de Arazem. Mientras más lo miraba, no dejaba de notar que todo estaba en su lugar o perfectamente arreglado excepto su cabello —parecía que se había pasado mucho su mano por él— aunque ese toque ligeramente desordenado le quedaba muy bien.

Lo que me hizo recordar que también se había acostado con alguien más.

Aparté mi mirada y comencé a ver el cielo. Cuando el espectáculo terminó, todo el mundo aplaudió y los gritos de alegría eran bastante contagiosos. Unos tambores sonaron tres veces y todos miraron a Adregon que se puso de pie.

El rey comenzó entonces a dar un discurso que sinceramente no escuché ya que estaba viendo la plaza. En el centro de ella había ocho pilares colocados en círculo con ocho mujeres a sus lados vestidas de diferentes maneras, supuse que cada una escogida para representar a un dios. Lo que me parecía raro era que solo eran mujeres.

Si Arazem tuviese una reina en vez de un rey, serían ocho hombres en cada pilar, explicó Kalous.

Los nuevos aplausos me indicaron que el discurso había terminado. Adregon me hizo una inclinación con la cabeza y bajó de la tarima dirigiéndose hacia el centro de la plaza en todo el medio de los pilares, dos mujeres se acercaron a él —una con una pequeña caja— y una de ellas comenzó a desabotonar su chaqueta. Cuando finalmente terminó de hacerlo, la otra persona tomó la chaqueta en uno de sus brazos mientras sostenía la caja con el otro.

Las personas comenzaron a gritar emocionadas al ver su espectacular torso desnudo y, si era sincera, yo también lo hubiese hecho de no haber sentido los celos que estaba sintiendo y que no tenía derecho a sentir —eso aparte de la decepción. La mujer le quitó el pantalón y los zapatos a Adregon y éste quedó con unas bermudas negras bordadas de color dorado y descalzo. La mujer con la caja se la pasó a la que le había quitado la ropa y, arrodillándose frente a Adregon, abrió la caja y sacó dos palitos.

Parecen de relevo, pensé.

Sacó también una correa y se la entregó a Adregon el cual la colocó en su cadera y allí fue donde aseguró los palitos. La altura de la tarima me permitía ver muy bien, pero sentía que cuando comenzara lo que iba a pasar, tendría que ponerme de pie. Así que lo hice.

Las dos personas se retiraron y se escuchó un tambor.

Una.

Dos.

Tres veces.

La música comenzó y Adregon se comenzó a mover. Perdí el aliento.

La música era como una mezcla de un baile de tambor caribeño con un baile hindú, la mezcla era fantástica. Pero lo que era realmente fabuloso era ver a Adregon bailando al ritmo de esos instrumentos. Le bailaba a cada una de las mujeres de los pilares —que habían perdido sus ropas iniciales y ahora estaban en ropas un poco más reveladoras pero igualmente bonitas— y cada una de ellas le bailaba de una forma distinta a lo que él respondía con un baile para esa mujer.

Una General en JefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora