Capítulo 2

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Al llegar al taller, la seguimos hasta una puerta donde sacó una llave de su bolsillo y prosiguió a abrirla; con la puerta abierta, nos indicó a Ahlía y a mí que entrásemos y cerró la puerta tras entrar nosotras. El cuarto era obvio uno de sus principales lugares de trabajo ya que había telas por todos lados, sin embargo en medio del cuarto había un atuendo muy muy parecido al que usaba como uniforme de general y como atuendo para fiestas aunque, a diferencia de los otros, éste era rojo. No era un rojo sangriento, ni un rojo extremadamente oscuro, era un rojo lujurioso. No iba a mentir, el atuendo me encantó a primera vista. Era un rojo llamativo y atractivo, sin embargo la camisa que tenía debajo era de color negro.


"¿Adregon mandó a hacer esto?" Pregunté confundida.

"Sí," respondió Reira mientras caminaba hacia el atuendo. "Sin embargo este es distinto a los demás."

"¿En qué?" Preguntó Ahlía antes de mí.

Reira comenzó a desabotonar la chaqueta quedando al descubierto la camisa que tenía debajo y allí entendía a lo que Reira se refería con que era diferente. Primero, no era un vestido de capa —aunque su confección lo disimulaba— pero eso no era lo más importante, lo que más importaba era la ropa de abajo o mejor dicho, la camisa de abajo. A simple vista, la camisa debajo de la chaqueta (cuando esta se encontraba cerrada) era totalmente negra, sin embargo cuando se quitaba la chaqueta quedaba una pieza bastante sensual de encaje negro. La blusa (porque ya no podía ser llamada camisa) cubría lo necesario para ser de buen gusto y agregando el encaje y la manera en que se ajustaba al maniquí, era obvia la sensualidad de la pieza. Eso, junto a la falda roja, me daba una línea de pensamiento.

"¿En qué coño está pensando?" Pregunté en voz alta. Ahlía resopló pero yo miré a Reira. De ese atuendo faltaba una parte importante y estaba consciente de ello. "¿Qué clase de zapatos pidió para esto?"

Reira se agachó, tomó del suelo una caja que no había notado y me la entregó. Llevé la caja a una mesa que estaba cercana y la abrí.

Dentro, estaban unas sandalias altas hermosas. Pero como eran hermosas, mi mente pensando más allá de lo bonito, las imaginó con otro propósito.

¿Me quiere prostituir?
, me pregunté fugazmente.

Ahlía de acercó a mí y vio los zapatos. "Oh sí, habrá acción."

Al parecer, no era la única que pensaba eso.

A la mañana siguiente el juicio contra mí por traición real comenzó.

Decir que las personas no se habían enterado y que no había gente presente era una absoluta y total mentira, el auditorio estaba lleno pero según reglas de Arazem, todo se tenía que mantener en un relativo silencio hasta que se diese permiso.

El auditorio era una sala redonda donde cabían unas trescientas personas de audiencia, cada una de ellas sentada; en el medio, había cinco puestos elevados —a los que se accedía por unas escaleras a cada lado— donde se sentaban los jueces que también actuarían como jurado, detrás de esas sillas había un pequeño pasillo con una doble puerta por la que suponía entrarían los jueces; a ambos lados pero con suficiente distancia de los puestos de los jueces, habían dos mesas donde en una se sentaba el abogado defensor y en la otra, el fiscal junto a la persona que había realizado la acusación.

Frente a los jueces y las otras mesas, se encontraba una mesa con una silla donde se sentaba el acusado, es decir, yo y detrás de mí en un podio, hablaban los posibles testigos que ambos lados llevarían.

Los únicos que faltaban en el lugar eran los jueces aunque seguían faltando unos minutos para que el juicio empezara. No sabía qué tan seguido era un juicio por traición real, pero lo que sí sabía era que el rey no tenía que estar presente en todos ellos. Y que Adregon estaba en la sala.

Miré a Adregon y vi que ya me estaba observando. Su expresión, como siempre que estaba en público, era seria y calculadora. A veces me preguntaba cómo los ciudadanos de Arazem hacían para no darse cuenta que el rey estaba entre ellos muy de vez en cuando, pero comparando la apariencia actual de Adregon y la apariencia que usaba para ir a la ciudad, no me sorprendía tanto que se confundieran. Después de todo, el Adregon que iba a la ciudad no iba vestido con ropas que le quedaban como un guante, tampoco cargaba aquel collar que lo identificaba como rey y tampoco iba en el mejor de sus aspectos físicos —aunque el bastardo, fuese como fuese, era hermoso.

El juicio fue llamado con carácter de urgencia, lo que lo había puesto al día siguiente de mi regreso de Walktar pero lo que realmente me sorprendía era ver que tres de los cinco generales de Arazem se encontraban presentes —eran los generales Zuik, Prinom y Ustafi. Escuché que las puertas se abrían y que todos menos Adregon se pusieron de pie (también lo hice por si acaso) y unos pasos se comenzaron a escuchar, luego unas personas vestidas en túnicas blancas comenzaron a subir por las escaleras hacia los puestos altos.

Algo llamó mi atención y era que dos de esas personas eran ciegas. La justicia era ciega.

Vaya, pensé. Fue lo único que pude formular en el momento.

Las cinco personas —cuatro hombres y una mujer— giraron sus cabezas en dirección a Adregon y realizaron una reverencia. Tomaron asiento y todos se sentaron.

¿Cómo saben dónde está Adregon?
, le pregunté a mis acompañantes.

Los dos ciegos no nacieron ciegos, se hicieron ciegos para poder ser jueces, explicó Kalous.

Ambos tienen aunque sea un acompañante, continuó Hanolu.

El juez del medio se puso de pie. "Hoy," dijo en voz rasposa. "Realizaremos nuevamente el juicio contra Piper Magdalene Sebrin por el asesinato de Astoran Laykido Costren Zakio lo que le confiere el cargo de Traición Real. Por favor, los abogados que se presenten."

Una General en JefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora