Capítulo 11

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Nos movimos de sitio y nuestra intención fue pasar por un pueblo en la frontera de Arazem para tomar agua y alimentos.


Algo no está bien, me dijo Kalous mentalmente.

¿Por qué?, pregunté sin dejar de cabalgar.

Huelo a descomposición.

Adelántate con Lanaedo. Lanaedo, por favor acompaña a Kalous y revisa si hay moros en la costa
, le dije.

¿Perdón?

Lo siento, Lanaedo, olvidé que no es algo típico de acá. Lo que quiero decir es que me digas si hay personas de líneas enemigas cerca.

Entendido
, y sentí que desaparecieron.

Gracias a una nueva coraza que me había hecho el señor Fei —el herrero real—, podía cargar dos espadas en mi espalda sin molestia.

"¿Pasa algo?" Preguntó Albeans a mi derecha.

"Kalous percibió algo." Dije en voz baja pero no ocultándolo. "Sintió el olor a putrefacción y— ya volvió."

Sentí que habían vuelto.

Creo que haré una pequeña pausa para responder algo. ¿Cómo sentí que habían vuelto? ¿Cómo sentir si un acompañante estaba o no contigo? Era difícil de explicar. Era un cambio rápido, lo sentías cuando se iban y lo sentías cuando estaban cerca —generalmente se encontraban cerca—, pero era sutil, como si fuesen parte de ti. Era como cuando uno se cortaba el cabello o se cortaba las uñas (no encontré mejor explicación) y se sentía más ligero sabiendo que no estaba allí.

Volviendo al punto, Kalous me dijo: No es una escena bonita, hay cuerpos por todos lados.

¿Mostraron su presencia?

No, observamos ocultos.

¿Hay personas vivas?

Sentí duda en sus pensamientos y luego: No lo sé.

¿Lanaedo?

No sentí ni vi ninguna persona viva.

¿Segura quieres ir?
, preguntó Hanolu preocupado.

Tenía mis dudas. "Albeans, mis acompañantes no han encontrado vida." Le dije en la misma voz suave. "Dicen que la escena no es una bonita. ¿Crees que debemos seguir?"

Albeans miró hacia atrás y luego a mí. "Debemos aunque sea darle sepultura a los cuerpos."

Si es que hay cuerpos, pensé.

Sí los hay, respondieron Lanaedo y Kalous.


A lo lejos, divisé varios árboles con cosas que se balanceaban y por un momento pensé que era debido a la celebración de la cual Albeans me había hablado.

Estaba equivocada y lo supe en cuestión de momentos cuando Lanaedo me dijo: Allí están. Entendí lo que eran.

Cuando nos acercamos más, el hedor fue creciendo y la escena frente a mí fue cada vez más horrorosa. Si antes los soldados intentaban mantener silencio, ahora el silencio era sepulcral. Pero antes de llegar muy cerca me detuvo, saqué un trozo de tela de un bolsillo y lo coloqué sobre mi nariz y boca mientras les ordenaba a Hanolu y a Kalous que esparciesen la orden de hacerlo también. Aparecieron y comenzaron a pasar por las filas.

"Capitán Albeans, le sugiero que lo haga usted también." Me incliné sobre Ira y le susurré una disculpa mientras la acariciaba por el hedor que iba a soportar. "¡Jiá!" Hice que Ira corriese.

La escena de lejos era tétrica, pero de cerca y con el viento soplando —menos mal que en la misma dirección a la que yo iba disminuyendo un poco el hedor— los cadáveres colgantes parecían oscuros y macabros adornos. Tenían distintos estados de descomposición (si es que de algo me servían las series de televisión) y distintas heridas sin embargo todos tenían algo en común —desde los árboles del inicio hasta los que estaban más cercanos a mí— sin importar las edad, el género o el sexo: tenían las manos atadas. En los árboles, los cuerpos estaban colgados de distintas maneras —algunos por el cuello, otros por sus manos atadas— lo que me decía quién era el culpable. Sólo había un general lo suficientemente... cruel como para hacer eso. Unos preguntarían: ¿cuál era el motivo de las distintas maneras de colgar los cadáveres? Era la manera en que morían. Aquellos que estuviesen colgados por su cuello morirían ahorcados, sin embargo los que estuviesen colgados por sus manos tendrían una muerte más lenta y cruel.

"¿Quién haría esto?" Preguntó Gieran horrorizado.

"La General Ariteta." Respondió Albeans.

Me acerqué a un árbol y observé los cadáveres. El hedor me pegaba en los ojos pero los estudié. No sabían cuáles habían explotado por descomposición y cuáles habían sido abiertos. Escuché un aleteo sobre mí y miré a las aves de carroña que ya estaban allí lo que me dificultaba más el trabajo. No las había visto antes, así que suponía que estaban posadas en los árboles mientras nos dirigíamos al lugar.

"Llámame a Akrina." Le ordené a Albeans. Akrina llegó y pude ver que los cadáveres lo afectaban. "Dr. Termak, ¿cuál es su opinión sobre la causa de muerte?" Señalé los cadáveres.

"Entre abrir sus vientres para dejar salir las entrañas y las criaturas salvajes que se aprovechan de una presa débil, me inclinaría por ambas. Si es por criatura que se aproveche de una herida o una presa indefensa, entonces los iki parecen ser una buena opción."

"¿Iki?"

Akrina señaló las aves que volaban sobre nosotros.

"Aves de carroña bastante agresivas si se meten con su comida."

"¿Qué tan agresivas?" Pregunté y le pedí a Gieran que me buscase un arco y muchas flechas.

"Pelearán a muerte para proteger su comida." Akrina me siguió explicando de lo agresivas que eran.

"¿Qué tan nutritivas son?" Pregunté cuando Gieran me trajo el arco y las flechas.

"Bastante nutritivas, lo difícil es hacerlas aparecer ya que les atrae la sangre en grandes cantidades o los cadáveres. Carne muy suave y deliciosa, he escuchado."

Yo no iba a dejar esos cadáveres colgando —sería un irrespeto a ellos y un trofeo para Captol.

Saqué una flecha, disparé y una de las aves cayó. "Va una." De repente sentí miradas en mí. Miradas con sed de sangre. "Adivino, no les gusta que maten a los suyos."

"Son criaturas muy sociables."

"Le sugiero entonces, doc, que se aleje de acá si no va a luchar mientras le avisa a los demás que no nos iremos de aquí hasta enterrar a todas estas personas o," tomé una de las espadas en mi espalda y se la entregué, "puede matar esas aves conmigo y los demás." Escuché que las armas se sacaban a mis espaldas. "Hanolu, Kalous." Ambos aparecieron. "Pueden comer pero sólo tres aves por cada uno." Igual tú, Lanaedo, le dije.

"¿Piper?" Preguntó Albeans. "¿Cuál es tu orden?"

"¿Estos pájaros están en peligro de desaparecer?"

"No." Dijeron los cercanos a mí.

"Perfecto. La orden es matarlos a todos."

"¿A todos?" Preguntó Albeans.

"Rápidamente. No tienen que sufrir." Saqué otra flecha. "Eso sí: si huyen, déjenlos huir."

Disparé mi otra flecha. El ave no había terminado de caer al piso cuando ya las otras venían a atacarme.

Cuando por fin ya no hubo más pájaros vivos en la zona, dividí a las personas en dos grupos: los que enterrarían los cuerpos y los que ayudarían en la cocción de esas aves. Por un momento, mientras disparaba las flechas, pensé si los soldados tendrían alguna clase de reserva sobre comer de esa carne, ya que esos pájaros se habían alimentado de carne humana, pero me di cuenta que algunas de las reservas que se tenían en mi mundo no existían en ese y esa, era una de ellas.

Una General en JefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora