Capítulo 3

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"Parece un poco excesivo, ¿no cree? Matar a un soldado por un niño que ni siquiera es de Arazem. ¿Tenía una relación afectuosa con el niño?"

"Sí, le tenía cariño. Sin embargo, ese no fue el único motivo."

"¿Por qué había un niño de Captol en un campamento de Arazem?" Preguntó Flexto. "Nada más eso la puede poner en cargo de traición."

"Interesante teoría. Piensa usted quizá que le iba a dar información al niño, ¿tal vez?" Pregunté. "El niño, llamado Jinoke, era de un pueblo en las fronteras entre Arazem y Captol. Yo solo lo iba a devolver a sus familiares. Respecto al cargo de traición, ¿puede decirme cuál fue el resultado de la guerra?" No respondió. "Creo que eso es suficiente respuesta respecto a mi 'traición'."

"Mencionó," interrumpió Totek. "que no fue el 'único motivo' por el cual lo mató. ¿Puede elaborar en ello?"

"Fue la gota que derramó el vaso, sí; pero Astoran Zakio ya me estaba buscando el filo de la espada antes de eso. Puede que no parezca mucho, pero no puedo dejar pasar malos comportamientos y les aseguro que no era la primera vez que me desafiaba."

"No ha respondido la pregunta, General Sebrin." Señaló el fiscal.

"Tengo la respuesta a ello, pero para ello necesito que la general vuelva a su sitio." Dijo Totek.

Los jueces se vieron los unos a los otros. "Vuelva a su puesto, General Sebrin."

"Voy a presentar a mis últimos testigos y quisiera que ustedes mismos lo hicieran." La sorpresa de los jueces era evidente. "Llamen a cualquier soldado de Arazem completamente al azar. Llamen a tres que, por supuesto, estén en la cuidad." Los testigos se llamaron. Eran dos hombres y una mujer. "Entiendo la confusión de muchos al hacer este llamado arbitrario, pero quiero demostrar un punto." Dijo Totek. "Por favor preséntense." Los soldados se presentaron. "Les voy a hacer una única pregunta a los tres. Hemos descubierto (o el que no lo sabía lo ha hecho), que el ejército se lleva por las reglas que el General en Jefe actual haya impuesto. ¿Pueden explicármelas?"

"La General Sebrin envió una notificación a todos los generales, escuadrones y campamentos." Comenzó uno de los hombres. "Sus reglas eran: Uno, no matar a mujeres y niños que no tengan que ver directamente con la guerra en curso. Y en caso tal de tener que matar a una mujer o a un niño, que fuese absolutamente necesario."

"La segunda, bajo ningún concepto se pasará por alto la violación de un ciudadano por parte de un soldado de Arazem." Dijo la mujer. "Sea enemigo o no."

"La tercera, no prolongar la muerte del enemigo. A menos que fuese para sacarle información."

El lugar quedó en completo silencio.

"General Sebrin," preguntó unode los jueces que estaba ciego. "¿Puede explicarnos por qué esas reglas?"

"¿Le gustaría que matasen a su esposa e hijos aunque ellos no tengan nada quever en la guerra?" Repliqué.

"¿Perdón?" Preguntó otro juez.

"Las mujeres y los niños no tienen nada que ver en la guerra, ¿deben serasesinados porque otros sí lo están? Sus muertes son innecesarias y lastimosas,en especial la de los niños. ¿Alguno de ustedes ha matado alguna vez a un niño?¿Se ha puesto frente a una criatura paralizada del terror para acabar con suvida?" No me respondieron. "Exacto. Por eso impuse esa regla."

Sentía las miradas de todo el auditorio en mí.

"¿La segunda?" Preguntó el otro juez ciego.

"La violación es un acto barbárico. No veo qué tengo que explicar."

"Prolongó la muerte de Astoran." Miré a la persona que había dicho esas palabras.No me sorprendió en lo más mínimo que fuese su esposa.

Uff, bastante, pensé.

"Eso tuvo dos motivos, uno fue por castigo y el otro fue de advertencia.¿Alguno de ustedes cree que otro me va a desobedecer cuando hice algo así?"

"Esas reglas son estúpidas e inválidas para cualquiera en una guerra. El mismoAstoran lo pensaba." Espetó la mujer.

Para no estar yo en el podio, de seguro estaba hablando bastante.

Totek se paró de repente de su silla y todos se lo quedaron mirando. Por miparte, vi a su hermano que tenía la cabeza baja y ligeramente inclinada haciala dirección de la esposa de Astoran.

"¿Tiene algo que decir, señor Robira?" Preguntó la única juez.

"Sí. Este juicio es inválido e inadmisible."

Todo quedó en completo silencio. No entendía por qué pero Adregon estabasentado como si lo que había pasado lo hubiese estado esperando. Y disfrutando.

"¿Eso por qué?" Preguntó uno de los jueces aunque los ciegos estaban sacudiendosus cabezas.

"Porque, como ha dicho previamente la General Sebrin," comenzó a explicarFlexto. "Las órdenes de una general en una guerra son absolutas y la señoraZakio ha confirmado con sus palabras que su esposo sabía de las reglas, porende las rompió ateniéndose a las consecuencias."

Vaya, no me había dado cuenta
, me dije. Ambos hermanos eran buenos. Suponíaque Flexto, al haber escuchado las palabras de su 'cliente', se había dadocuenta de que yo no estaba en el error.

"Pero fue un enviado real." Dijo un juez.

"Sí, pero las reglas de un General en Jefe son absolutas." Argumentó otro.

"Está pasando por encima de la autoridad del rey." Dijo otro.

"No, no lo está haciendo." Dijo el juez del medio. "Les recuerdo, queridoscompañeros, que la General en Jefe en cuestión también es la esposa de SuMajestad."

Me congelé en mi asiento.

Todos los jueces asintieron ante esto. "Podemos decir entonces que es lavoluntad de Su Majestad extendida." Continuó.

Miré a Totek que ya tenía la mirada clavada en mí.

Yo no era esposa de Adregon... aunque la gran mayoría pensara lo mismo.

"Declaramos entonces," dijeron los jueces al mismo tiempo, "a la General enJefe del Reino de Arazem Piper Magdalene Sebrin..."

"Inocente por el cargo de traición real." Dijo cada juez después del otro deizquierda a derecha.

Se escuchó una campana y supe que había terminado.

Las personas comenzaron a conversar y Totek se acercó a mí puesto mientras losjueces se levantaban cuando de repente, el auditorio volvió a quedar ensilencio.

"Están olvidando algo." Dijo Adregon hablando por primera vez desde que todohabía comenzado.

Pensé que había terminado. Todos miraron al rey que veía todo con aparenteaburrimiento. Ya lo conocía lo suficiente para saber que tenía algo más.

"¿Qué ocurre, Su Majestad?" Preguntó el otro juez ciego.

"Piper no cometió traición, pero eso no implica que no se haya cometido una."Terminó Adregon. Su expresión ahora gélida daba a entender que no estaba paranada satisfecho con que ese hecho no se tomase en cuenta.

Ninguno de los jueces habló sin embargo el fiscal sí lo hizo.

"Trevelenia Frivolan Zakio," dijo Flexto. "Por el poder que me confiere el Reinode Arazem, se le acusa de Traición Real."

"¡¿Pero por qué?!" Chilló la mujer cuando los guardias se acercaron a ella.

"Por la falsa acusación de Traición Real realizada a la General Sebrin cuandoera consciente de que el Capitán Zakio había quebrantado las reglas."

Murmullos se comenzaron a escuchar en el auditorio pero yo solo veía a Adregon.Indicó con su cabeza que saliera o lo siguiera.

Mientras Adregon salía del auditorio, lo seguí y por suerte por ser él quienera, todo el mundo se apartaba para darle paso. Cuando estuvimos solos en sucarruaje sentados uno frente al otro, me miró por un momento antes de mirar porel vidrio.

"Ese chiste de juicio jamás te hubiese dado cargo de traición mientras yo fueserey." Dijo mirando por la ventana. Estaba furioso. Tenía la mandíbula apretada,su respiración no tenía el ritmo calmado que usualmente tenía y sus ojosparecían tormentas.

No sabía qué responderle.

"¿Había alguna posibilidad de que me encontrasen culpable?"

"Si la esposa de Astoran hubiese sabido escoger sus palabras y hubieses tenidoa un idiota de abogado, sí."

"Qué reconfortante." Mascullé y recordé algo. "Adregon, ¿qué con ese vestidorojo?"

Un brillo pícaro entró en sus ojos al mirarme.

"Pensé que te gustaría."

Le iba a decir algo pero un dolor en el pecho me detuvo. Debía ser un malditogas y después, no tuve ganas de decirle otra cosa.

"Por cierto," continuó. "Cuando lleguemos al castillo, báñate y te colocas eluniforme de General en Jefe."

"¿Y eso?" Pregunté olvidando el dolor en el pecho.

"Tienes trabajo. ¿O pensabas que por el juicio ibas a tener el día libre?"Volvió a ver por la ventana.

"No. Obvio que no." Le dije. Sí, sí lo había pensado. "¿Pero elegante o como sifuese un día normal?"

Me miró de reojo. "Normal."


Cuando me reuní con Adregon de nuevo, también se había cambiado sus ropas.

El sonido de mis botas lo alertó de mi presencia y cuando me vio, sólo enarcó una ceja.

"No sabía que este era tu atuendo como General en Jefe."

"Te dije que le había dicho a Reira que lo hiciera." Fruncí el ceño. "¿Qué? ¿Acaso se me ve mal?"

"No, para nada." Me extendió su mano y con renuencia la tomé.

Sentí una pequeña corriente cuando tomé su mano y lo miré para ver si era él también lo había sentido pero al parecer había sido la única. Comenzó a caminar sin soltar mi mano hasta que llegamos a una puerta custodiada por un soldado que, al vernos, hizo una reverencia y cuando se dispuso a abrir la puerta, Adregon le indicó que no lo hiciera. Sin embargo, el camino que habíamos tomado me indicaba hacia dónde me estaba llevando. Me estaba llevando a donde estaba los consejeros.

"Debo advertirte: algunos te van a odiar." Me dijo.

"¿Y ahora qué hice?" Mascullé.

"Tú no hiciste nada. Pero yo sí." Fruncí el ceño lo que lo llevó a continuar. "Mientras se esté en una guerra, la General en Jefe ganará más que los consejeros... porque se lo descuento a ellos."

"Ok, eso es una razón válida. ¿Por qué se los descuentas? O mejor aún, ¿por qué no los botas si sabes que te odian?"

"Porque son buenos en su trabajo y ganan bastante bien haciéndolo."

Miré al soldado y me acerqué a Adregon, hablé bajo sin que el soldado escuchase indicándole que bajara su cabeza (tratando de no notar qué tan bien olía) "¿No te da cosa que puedan matarte?"

Una muy leve sonrisa se formó en su rostro. Bajó más la cabeza y habló en mi oreja: "No van a querer matarme y por si acaso, todos tienen a alguien que los vigila todo el día."

Entrecerré mis ojos.

"¿Me estás vigilando Adregon Restien?" Pregunté en voz baja.

Se separó al tiempo que una sonrisa pícara aparecía en su rostro.

"No, no tengo porqué seguirte cuando estoy seguro de que no me vas a matar."

"¿Piensas que no te puedo matar?" Pregunté enarcando una ceja.

Subió una mano y la puso en mi mejilla y comenzó a acariciar mi mejilla con su pulgar. "El hecho de que te ultrajes con que piense de esa manera, me dice que no lo harías." Colocó su pulgar en la comisura de mi boca. "Además, serías más directa." Acarició mis labios.

Me despegué de él y Adregon volvió a extender su mano. Con renuencia, la tomé y con una seña al soldado, éste abrió la puerta. Las personas que estaban en la habitación se pusieron de pie con una reverencia y cuando se enderezaron, fijaron su mirada en mí.

Recordaba vagamente a unos y a otros no tenía recuerdos de haberlos conocido. Después de todo, algunos de ellos habían sido las primeras caras que había visto en Arazem.

La mesa era la misma que había visto en un principio —el decágono. Solo había dos puestos vacíos y mirando a Adregon y su expresión, fui y me coloqué en una de las sillas vacías sin sentarme. Acto seguido, Adregon se sentó y todos tomaron asiento.

Algo que sí recordaba con claridad era el momento en que el más viejo me reclamaba mi atraso al llegar a la reunión, sin embargo cuando entré con Adregon no me dijo absolutamente nada. Y que la primera vez que estuve allí había una persona detrás de cada silla.

"Como saben la General Sebrin es nueva en todo este aspecto del consejo." Comenzó Adregon recostándose del espaldar de la silla dándole así un aspecto relajado. "La primera vez que la vieron, no tenían ni idea de quién era en ese momento, por lo que insto a que se presenten."

Cada uno de los hombres que estaba allí sentado se presentó y supe sin lugar a dudas que olvidaría sus nombres. Recordé sin embargo a uno de ellos, al más viejo, al Consejero Jeisan Tuiro.

"Un placer conocerlos a todos." Dije aunque no era un sentimiento del todo sincero.

"Quisiera comenzar esta reunión con un punto para la General Sebrin." Dijo Tuiro.

Adregon no se movió ni indicó que le sorprendía en lo más mínimo.

Piper, Neroa dice que Adregon dice
, me comenzó a decir Lanaedo.

¿Qué es esto? ¿El teléfono?
, pensé para mí.

Que si es necesario que actúes como una perra para imponer respeto, que lo hagas
, terminó Lanaedo.

Entendido, respondí.

"Ok." Le dije por si esperaba alguna respuesta de mi parte.

"¿Queremos saber cuándo va a dejar de dejarle sus labores a Su Majestad y ocuparse de ellas?"

"¿A qué se refiere exactamente?"

"Su Majestad se ha encargado de la seguridad del reino mientras usted estuvo en la guerra y mientras se encontraba preparándose como General en Jefe."

Eso no lo sabía pero no dejé que se mostrase en mi rostro.

"Supongo cree que trabajo menos y me pagan lo mismo." Dije encogiéndome de hombros. "Seguro, yo lo hago. Es mejor que estar aplastado en una silla sin hacer nada." Lo vi apretar la mandíbula. "¿Alguna otra cosa?"

"No. Podemos empezar el consejo."

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