Capítulo 29

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Las puertas se abrieron y Adregon entró con su expresión seria. Todos se pusieron de pie (y si bien tenía ganas de quedarme aplastada en la silla) incluso yo me levanté, se hizo la usual reverencia y él tomó haciendo. Comenzó a hablar con su consejero —que se encontraba a su derecha sin dirigir una mirada a la izquierda— y cuando terminó se puso de pie. "Buenas tardes. Este banquete significa la culminación de la guerra, guerra que nuestra tierra ha ganado. Sin nada más que decir, ¡a comer!"

Vaya... Se fundió las neuronas con ese discurso, pensé y escuché que Kalous, Hanolu y Lanaedo se reían por lo que supuse me escucharon.

La comida entró y la colocaron en la mesa. Se habían lucido, si se me permitía decirlo, todo era hermoso y no dudaba que fuese delicioso. Tomé un tenedor y cuando estaba a punto de agarrar un pedazo de cerdo, escuché que Adregon hablaba. "... aquí? ¿Dónde está Piper?"

"Aquí estoy," no me levanté para que me viera, sólo levanté la mano. Había tardado mucho en buscarme.

"¿Qué haces por allá?" ¿Acaso eran ideas mías o estaba molesto?

"Me dijeron que mi puesto había cambiado."

"No," gruñó fulminando con la mirada a Rinea que parecía tenía los ojos húmedos. "Tu puesto no ha cambiado. Al parecer ha habido un malentendido y ciertas personas no han aprendido que no son permanentes. Tu puesto siempre, siempre estará a mi lado. ¿Entendido?" Suspiré y me volví a poner de pie resistiendo la urgencia de arrastrar mis pies mientras caminaba, llegué hasta mi puesto el cual Rinea ya había desocupado sin embargo cuando intentó irse, Adregon la detuvo. "Te puedes ir a sentar allá al fondo, Rinea, pero no en el pie de la mesa."

Auch. Rinea fue y se sentó pero era obvio que estaba conteniendo las lágrimas, aunque no eran de tristeza. No. Eran de humillación y pena. Sirvieron vino en mi copa, la tomé y me incliné hacia Adregon, quedando mi cabeza en el hombro de él. "Realmente eres una mierda, ¿lo sabías?" Susurré.

Él volteó su rostro y me miró. "Ya me estaba fastidiando." Dijo con frialdad. "Además, ¿cómo se le ocurre creerse algo que no es?" Inclinó su rostro y sus labios rozaron los míos.

"Eso mismo me pregunto yo," mascullé pero para que me escuchase. Me aparté de él mientras bebía del vino.

Realmente era una porquería —él, no yo. Me besó frente a todos para dejar bien en claro que si bien se acostaba con quien le daba la gana, nunca iban a ocupar asiento a su lado. No es que me alegrase tener el puesto. Digo, antes capaz me hubiese alegrado ¿pero ahora? No. No podía. Mi orgullo me lo impedía. Puede que fuese normal que un rey le fuese infiel a su pareja (a lo cual debo decir que si bien todos pensaban que estábamos casados, no lo estábamos), pero yo no era de esas que lo quería aun si tenía que compartir. En ese aspecto, suponía que era bastante territorial y celosa.

"¿Te sucede algo?" Cuestionó Adregon.

Lo miré sorprendida y más sorprendente aún, es que mi plato estaba casi lleno —al parecer me había metido tanto en mis pensamientos que se me olvidó todo. "No, estoy bien. No tengo hambre, a decir verdad."

"¿No tienes hambre?" Frunció el ceño. "¿Desde cuándo—"

"¿General?" Escuché me llamaban. El chico no sabía que Adregon estaba hablando porque de otra manera, no hubiese interrumpido.

"Dime." Se acercó a mí y murmuró en mi oreja.

"Disculpe que la interrumpa, pero ha habido un problema con Ira." Me dijo en voz baja.

"¿Qué le pasó?" El chico abrió la boca pero lo interrumpí. "No importa, ya voy." Me levanté de la mesa y como caballeros que eran, los hombres también se levantaron. "Disculpen que los deje en tal hermosa velada, pero han surgido asuntos que debo tratar sin demora." Di una reverencia y me fui.

Una General en JefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora