III

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Estaba listo.
O eso creía.
Aquél día tenía una audición muy importante. Sería su primera audición importante en una discográfica y estaba más que asustado. Estaba sentado en el tren escuchando música con su móvil. Había escuchado esa canción más de mil veces y se sabía todos los movimientos, todos los latidos, todas las respiraciones, todo.
Pero era probable que saberlo todo no bastase.
Era una discográfica de lo más exigente y tenía un miedo de equivocarse, de no sentir la música en su corazón, de no llevar el ritmo en la sangre. En verdad estaba temblando. Abrazó su mochila de deporte y respiró hondo para así sacar de su cuerpo todos los nervios y dejar solamente la energía positiva y la fuerza necesaria para afrontar aquella prueba. Sus pies empezaron a ir al ritmo de la música que estaba escuchando y decidió cambiarla de inmediato. Tenía que guardar energías para después ser una absoluta explosión de color y movimientos.
En la academia ya le habían asegurado de que sería una gran oportunidad de que realmente pasaría y ¿quién sabía? A lo mejor acababa siendo un Idol. Pero estaba claro que aquellas eran palabras mayores. Él podía hacerlo, sabía que podía. Cuando el tren paró en el lugar indicado salió disparado a la salida, y corrió para salir del subterráneo, estaba completamente en forma y con los nervios a flor de piel, estaba más que listo.
Se paró en las puertas del edificio admirando lo grande, alto y sobretodo el miedo que daba. Imponía saber que podría cambiar su vida en cuanto cruzase esas puertas. Ardía en deseo de romper el suelo de aquél lugar y conseguir grandes cosas.
Entró con pasos decididos, con la suficiente confianza en sus poros para sonreír a los jueces cuando se dispuso a bailar. Se colocó en su posición y esperó a que la canción comenzase. Una vez que escuchó los acordes su cuerpo dejó de pertenecerle. Dejaba a sus miembros ser poseídos por el ritmo de la música, le encantaba como ésta le hacía volar, caer, sentir, sufrir, amar y odiar y poner esos sentimientos y sensaciones en su cuerpo era una impresionante forma de vivir.
Bailar era su vida.
Hizo la audición casi con los ojos cerrados. Dejó que la música se colase por su interior y bailase con él, que él se transformase en música con sus movimientos, que ambos fuesen uno en cuerpo y alma.
Una vez que la música frenó solo se escuchó su respiración agitada por los movimientos empleados. Se incorporó y se colocó en frente de los jueces, éstos asintieron y le dieron ánimos. Le aseguraron que su talento era realmente extraordinario, pero no era suficiente. Además, no se cortaron cuando le dijeron que no podían admitirle en aquél lugar, ya que lo que buscaban era otro estilo. Otro chico, que tuviese otras cualidades. A pesar de eso, fueron agradables y le apoyaron con que continuase con su carrera, a parte, le aconsejaron que con suerte podría llegar a profesor de una academia.
Pero ese no era su sueño.
Se metió en los vestuarios y se duchó. ¿Qué había salido mal? ¿No había sido suficiente?
La música le había fallado, ¿o había sido su cuerpo? Bueno, debía continuar, eso lo tenía claro. Pero dolía, había estado practicando durante meses, se había estado levantado antes para poder entrenar más y no molestar a nadie de la academia, y se había ido de los últimos la mayoría de los días para refinar sus movimientos. Debía haber practicado el doble, debía haberle pedido más ayuda a su superior, debía haber...¿Qué? ¡Lo había hecho perfecto! Se frotó la cara con ira y frustración. ¿Cómo le diría aquello a sus padres? Le habían estado apoyando todo ese tiempo, hasta su padre, el cuál no se esperaba que fuese a aceptar su amor por el baile. ¿Cómo iba a mirarle a los ojos y decirle que había fracasado? Que hacer lo que más amaba y con la mayor esperanza de todas no era suficiente, no era suficiente.
No era suficiente, no era suficiente.
¡Y QUÉ ERA SUFICIENTE PARA ELLOS!
Quiso darle un puñetazo a la pared del baño y finalmente lo hizo, una, dos, tres, cuatro veces. Era frustrante que aquél cuerpo suyo no quisiese dar lo mejor que tenía. Era frustrante que estuviese agotado de tanto practicar. Era frustrante que quisiese continuar a pesar de todo. ¡Él se frustraba a sí mismo!
Cuando salió de la ducha se vistió y se miró la mano. Ésta estaba empezando a ponerse morada. Debería haber ido en aquél momento al médico, pero no tenía ganas. Respiró hondo y cogió su teléfono, quería que la primera persona en enterarse fuese su padre. Salió del enorme y horrible edificio con pasos torpes y pesados. Además de ser un inútil era un estúpido. ¿Quién se hacía daño a sí mismo después de una audición? Él, por supuesto.
¿Quién fallaba una y otra vez? Él, claro.
¿Quién estaba a punto de decepcionar al mejor padre del mundo? Por si las dudas, él.
Se mordió el labio inferior cuando se miró la mano y esperó a que su padre cogiese el teléfono. Ya estaría en casa, esperaba que no estuviese duchándose. Sus lágrimas empezaron a caer aunque no quisiese. Cogió el primer autobús que iba directo al hospital, no tenía ganas de tratar con médicos que le dijesen que se había roto la mano. Ya lo sabía.
Escuchó como cogían el teléfono en el otro lado y una voz preguntaba:
—¿Diga?
—¿Papá? —dijo intentando aparentar ser fuerte. Se quitó las lágrimas con furia de la cara con la manga de su mano rota. Ésta se quejó y emitió un ligero gemido de dolor que su padre no pasó desapercibido.
—¿Qué tal hijo? ¿Cómo te ha ido? ¿Todo bien?
—Padre, no, no he sido suficiente.
Esperó la respuesta pero lo único que recibió fue un silencio por parte de su padre. Eso le hizo ponerse más nervioso de lo que había estado en la audición pasada.
—Regresa a casa y hablaremos con más calma. —esa fue su respuesta, que regresase. Suspiró aliviado, su padre quería volver a tenerlo a su lado, sonrió entre sus lágrimas.
—Estoy de camino al hospital.
—¿Qué ha ocurrido?
—He caído mal sobre una mano y creo que está rota.
—De acuerdo, pero no tardes mucho, es tarde. —asintió y se despidió de su padre.
Aún había esperanza.
Cuando llegó al hospital se sorprendió al ver una ambulancia en la entrada de éste. Consiguió pasar a pesar de la gran cantidad de seguridad y enfermeros. Pidió en recepción una cita y la mujer le dijo que tenía que esperar unos minutos. Dicho eso se sentó en la sala de estar. Esperó pacientemente. Parecía que su ánimo estaba regresando. No era el fin del mundo, solo su primer obstáculo. No era tan malo, podría con él. Como había podido con los anteriores.
De repente un chico entró en una camilla rodeado de celadores que le llevaban corriendo a operar. Se quedó observando la escena. Mientras pasaban a toda velocidad no se dieron cuenta que al chico se le había caído la mochila que llevaba en la espalda. Nadie dijo nada y nadie pareció percatarse de aquélla mochila tan sucia y vieja. Hoseok se acercó hasta ella y vio que estaba abierta, así que con una mano recogió las cosas que se habían salido. Metió la ropa, los libros y se quedó estático ante las palabras que estaban escritas en esos papeles sueltos. Se concentró en uno especialmente. La letra era majestuosa y admitía que era bastante genial la cabeza que la hubiese compuesto. Después vio un mensaje que estaba escrito en el papel. Era un número de teléfono de un tal Runch Randa. Qué extraño. La verdad es que ese tal Runch no había escrito la canción porque tenía una letra completamente distinta a la del autor. Respiró hondo.
Se acercó de nuevo al mostrador de recepción y con una sonrisa le dio la mochila a la mujer que antes le había atendido tan amablemente.
Se guardó la hoja de la nota de Runch Randa.

The Way We Became StarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora