Esgrima, baile, artes marciales, instituto.
Casi no tenía tiempo para respirar. Lo peor era que las pruebas para entrar en la academia profesional de baile eran el próximo mes, y estaba tan sumamente nervioso y estresado que ya no sabía como relajarse. Estaba todo el día tensado, y a la par, agotado.
Su día empezaba muy temprano, cogiendo unos cuantos trenes para llegar a su instituto el cuál se encontraba en el centro. Después de las clases se iba directo a la extraescolar de artes marciales, donde tenía que cambiarse de ropa y prepararse. Siempre salía de aquél lugar con algún moratón más por algún golpe o alguna caída tonta. Después de ducharse y colocar sus cosas se dirigía a la siguiente clase que estaba unas manzanas más abajo de su instituto donde hacía esgrima. Como hacía con las artes marciales, se preparaba con la equipación requerida y sacaba su material. Después se disponía a pelear contra sus compañeros o perfeccionar movimientos y pasos. Casi se parecía a bailar, claro que más agresivo.
Y una vez que acababa la esgrima tenía que correr para llegar a tiempo a su próxima y última clase del día, sus clases de baile. Allí era donde realmente amaba estar y si pudiese se quedaría horas y horas. Su profesor le aseguraba que era uno de los mejores de su promoción, pero él no terminaba de creérselo, él solo quería bailar. Practicaba danza clásica y ballet, que era bastante extraño ya que en esgrima y artes marciales los movimientos y pasos que debía hacer solían ser bastante agresivos y poco delicados. Pero precisamente por la sensación que producía la música al entrar en su cuerpo era por la cuál practicaba. Y precisamente por eso y otras razones se metían con él en el instituto, y por lo mismo practicaba artes marciales que podían llamarse perfectamente defensa personal. La clase de aquél día fue más dura de lo habitual, sus pasos no le salían, no conseguía compaginar su cuerpo con la música, no conseguía ser lo suficientemente delicado. No conseguía transformarse en pluma, no conseguía flotar, ni caer delicadamente. Aquél día no era el suyo, y lo peor era que las pruebas estaban cerca.
Después de la práctica su profesor le llevó a parte y habló con él.
-A ver...necesito que me aclares algunas cosas Park.
Él asintió serio.
-Tienes que decidirte por donde vas a llevar tu vida. La oportunidad que se avecina es muy buena. Realmente podrías convertirte en un bailarín profesional, tienes mucho potencial. -él asentía ante todo lo que le decía. Era consciente de aquello, pero no quería todavía creérselo. No quería adelantar los acontecimientos. Quería trabajar y esforzarse al máximo y dependiendo de los resultados de su esfuerzo, ya tomaría una decisión. ¿Cómo podía explicarle aquello a su profesor?
-Ya veré que hago, señor. Necesito consultarlo con mis padres y trabajar más. -la cara del hombre se tranquilizó un poco y sonrió satisfecho.
-De verdad creo que puedes llegar a hacer grandes cosas Jimin. Sigue así. -él asintió felizmente y se le escapó una ligera sonrisa.
Después de esas palabras se retiró.
Jimin se quedó solo en la sala. El lugar parecía sombrío sin nadie, sin música. Estaba vacío, no tenía color. Respiró hondo, conectó el altavoz a su móvil y eligió su canción favorita. Una vez que se escucharon los primeros acordes su cuerpo se movió solo. Entre piruetas, saltos, movimientos y sus ojos completamente cerrados hizo que la sala volviese a iluminarse, que volviese a deslumbrar por las horas de trabajo empleadas por diferentes estudiantes de baile. Bailó por su familia, sus amigos, su profesor, y por él. Bailó por el amor que le tenía a esos movimientos, a ésa canción a su vida. Su agotamiento se desvaneció, parecía que cuánto más se movía más quería moverse y así lo hizo. Cayó al suelo, se levantó de un salto, hizo nuevos movimientos, combinó estilos y dejó que la música le iluminase el alma, le iluminase el alma. Su corazón se relajaba y su cuerpo entraba en una paz continúa cuando se dejaba llevar de aquella forma.
Pero esos momentos duraban muy poco ya que la música siempre se acababa, tarde o temprano. Se quedó quieto, mirando el techo, notando su respiración agitada y su corazón en su garganta. Quería salir e irse con la música. Quería escapar de su rutina dolorosa y monótona y bailar libre y felizmente por toda la eternidad. Pero, no podía permitirse eso.
Se levantó, desconectó su móvil del altavoz y recogió sus cosas. Se duchó rápidamente y se vistió aún más rápido. Podría perder el tren a ese paso.
Salió corriendo con su mochila del instituto y su mochila de deportes. Miró la hora en su móvil, llegaba muy tarde y la entrada al metro estaba al otro lado de un enorme edificio. Decidió arriesgarse y cruzar a través de las calles oscuras en vez de rodearlo. ¡Estaba a punto de perderlo! Esperaba que éste se retrasase por alguna circunstancia, después se lo agradecería al karma de alguna forma.
Corrió entre esas calles por las que no pasaba nadie, no le gustaba andar por ahí, pero es que lo necesitaba. Era noche cerrada ya en el centro y esperaba no encontrar problemas. Escuchó la canción que hacía unos segundos había bailado con tanto amor y cariño y sintió como sus piernas se paraban lentamente. A su lado estaba pasando un chico tarareando esa canción. Un chico que estaba buscando algo en su mochila andrajosa. Algo que aparentemente había perdido, ya que después de rebuscar maldijo en alto y suspiró resignado.
Se le quedó mirando unos segundos mientras caminaba en la dirección contraria a la suya, le sorprendía que conociese esa canción, era muy vieja y además en su momento poca gente la había llegado a escuchar y a la vez gustar. Quiso acercarse y preguntarle como es que conocía aquella canción que amaba tanto, pero decidió que era una estupidez preguntar eso a un extraño y cuando ya estaba por irse hacia el metro escuchó un ruido sordo. Un ruido de pistola cargándose. Se dio la vuelta para darse cuenta de que no había sido su imaginación y definitivamente, no lo había sido. Delante del chico que hacía unos segundos había estado buscando en su mochila había otro, encapuchado y apuntándolo con una pistola. Su cuerpo se tensó de nuevo y sin quererlo se acercó hacia ellos entre las sombras. Esperaba que el atacante no le viese hasta que estuviese suficientemente cerca para poder inmovilizarlo. Se colocó detrás del dueño de la pistola y pudo verle el rostro al chico que había llamado su atención. No parecía asustado y tenía ambas manos levantado, declarando rendición. No prestó mucha atención a lo que el matón le estaba diciendo, con un movimiento cogió el brazo con el cuál tenía agarrada la pistola y se lo retorció en la espalda. Después le arrancó la pistola de sus dedos y se la enseñó a su compañero el cuál estaba sorprendido ante lo que estaba haciendo. Con otro movimiento coló una de sus piernas entre las del chico inmovilizado y le tiró al suelo con un golpe sordo. Con la misma rapidez con la que hizo eso le apuntó con la pistola. Su semblante se mantuvo serio e imperturbable.
El chico aterrorizado se tapó los ojos y después señaló al chico de la mochila.
-¡Sabes que esto no se quedará así! ¡Me voy a quedar con la cara de tu amigo e iré a por él como he hecho contigo! -le amenazó.
Él respiró hondo y colocó un dedo en el gatillo.
-No te encuentras ahora en la mejor posición para amenazar a nadie. -le soltó con su voz aguda. El chico salió corriendo cuando los labios de Jimin se fruncieron. No se andaba con juegos.
Cuando ya perdió de vista la silueta del chico se dio la vuelta para encarar al muchacho que había protegido.
Bajó la pistola y apartó su dedo del gatillo.
Hizo una pequeña reverencia.
-Soy Park Jimin, un placer conocerte. -le dijo con una sonrisa sincera.
El otro no podía estar más sorprendido. Imitó su reverencia ligeramente y le respondió:
-Yo soy Min Yoongi. -hizo una pausa y después una sonrisa traviesa se coló en sus labios. -¿Pero que cojones...?
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The Way We Became Stars
Teen FictionYoongi, un chico solitario y en problemas con idiotas de la calle. Namjoon, un artista pequeño intentando brillar a pesar de el mundo corrupto de la música. Hoseok, un bailarín fantástico que nunca es suficiente para las discográficas. Jin, un chi...