PROLOGO

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Veinte años antes

Permanecía sentado ante la chimenea de su silencioso castillo, un silencio solo roto por el golpeteo de la lluvia cayendo en el exterior.

Su mirada estaba perdida en el crepitar de las llamas mientras su mano movía el vaso que hacía bailar el liquido ámbar.

Esa soledad que le rodeaba, le agujereaba el pecho.

Era un Laird, un buen Laird. Pero no había sido un buen hombre en el momento adecuado, no había sido un buen hermano y tampoco un buen tío. Y esas decisiones que había tomado le habían alejado de su familia, de sus sobrinos.

No creía que mereciera formar parte de esa familia, pero según parecía la vida le había dado esa oportunidad que tanto había suplicado. Acababa de regresar del Castillo Bukchaman, había comido con ellos y había jugado con Lucien Bukchaman y el pequeño Connor, habia recibido el abrazo de la dulce Coira cuando habia llegado.

Y ahora estaba alli, en la soledad de su castillo, recordándole que siempre regresaría a estar solo, que no había podido dar su amor, que no tenía hijos a los que dar consejos, ni nietos a los que consentir.

Alzó el vaso observándolo y volvió a beber, sus ojos se cerraron viendo su rostro, sintiendo la calidez de su mano y de nuevo, viendo la tristeza en su mirada, recordándole que no era suya. Que no era su señora.

El sonido de los golpes en la puerta de su castillo le hizo sobresaltarse, girándose rápidamente en el sillón sin importar derramar su bebida. Los apresurados pasos llegaron hasta la sala, anunciando la llegada de su hombre de confianza, pero seguido por el guardia que le traía noticias. Y solo necesito ver su rostro empapado para saber que no eran buenas noticias.

-¿Que ha ocurrido? -Se incorporó rápidamente.

-¡Mi señora! ¡Mi señora ha regresado señor! -el hombre habló con el miedo reflejado en su rostro -Pero...

-¡No! -Alastair dejó caer su vaso al suelo y atravesó la sala corriendo, saliendo del castillo, mientras el liquido ámbar manchaba la alfombra.

La noche no estuvo de su lado. Era como si la mayor de las tormentas se cerniera sobre ellos, como si todo lo que estaba sintiendo en su interior saliera, arrasando y destruyendo, proclamando sus miedos, su dolor.

Empapado apuró a su caballo, instándolo a correr todo lo posible, atravesando la distancia que lo separaba de lo único que había querido en su vida y que había respetado. Los cascos del caballo resonaron sobre el patio mojado cuando se adentró en él, bajo la mirada de algunos cuyo rostro reflejaba el horror y la tristeza.

Desmontó su caballo y por primera vez, entro en aquel lugar si esperar ser anunciado.

-¡¡Lorna!! -gritó atravesando la entrada y viendo a los dos hombres girarse hacia él, apostados junto a la puerta de la sala. Corrió hacia alli y se paró al entrar, viéndola tumbada en la alfombra, viendo su rostro manchado de sangre y tierra, la vieja ropa de algún mozo y la sangre brotando de su abdomen. -No -caminó hacia ella, sin poder apartar la mirada, cayendo a su lado de rodillas -No, no -las lagrimas desbordaron sus ojos.

-Alastair -escucho su leve voz y la miró a los ojos, unos ojos que lo miraban cargados de tristeza. Sintió su mano y la tomó con fuerza, manchándose con su sangre.

-Te vas a poner bien -habló en un susurro aguantando el dolor que golpeaba su pecho.

-No sabes mentir -ella sonrió levemente y entonces las lagrimas se derramaron de sus ojos -Los han matado Alastair. Los han matado. -el llanto de un bebe resonó en la habitación y el giró el rostro para ver un cesto a pocos metros, donde la pequeña manita se agitaba bajo las mantas -Prométeme que la protegerás. -volvió a mirarla a los ojos, sintiendo como apretaba su mano con ultimas fuerza -Protégela, ocúltala y cuídala. Quiérela Alastair y prométeme que tendrá lo que le pertenece. -gimió de dolor -Que sabrá quien es. -su otra mano se poso sobre la de él, entregando algo -Se llama Alexandra, como su madre. Esto le pertenecía. Cuida de mi pequeña-y la mano resbaló lentamente hasta tocar la alfombra.

-No, no, no -Alastair se inclinó sobre ella, llorando. Escuchó de nuevo el llanto del bebe y soltó su mano, sujetando con fuerza el colgante que le había dado. Alzó su otra mano y la movió sobre sus ojos cerrándoselos -Te quiero -y deposito un suave beso en sus labios.

Se quedó alli de rodillas con la mirada perdida, mientras dos mujeres lloraban a un lado de la sala y los dos hombres le miraban desde la puerta. El llanto de la niña volvió a llamarlo y giró su rostro para mirar el canasto.

Se apartó del cuerpo de la única mujer que había amado y caminó hacia la pequeña, se inclinó sobre ella, la observó y como si la llamara, ella le miró a él y sus pequeños labios hicieron un extraño sonido mientras sonreía. Alargó la mano y rozo su manita, sintiendo como ella sujetaba con fuerza su dedo.

-Sera tu hija -escuchó la voz y giró el rostro para ver a Sienna a unos pasos de él, también empapada por la lluvia, observándole con tristeza -Y tu, serás su padre

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-Sera tu hija -escuchó la voz y giró el rostro para ver a Sienna a unos pasos de él, también empapada por la lluvia, observándole con tristeza -Y tu, serás su padre.

Volvió a mirar a la niña y se levanto, llevando el canasto en sus brazos.



Y nadie, nunca, conocería la verdad de lo ocurrido aquella noche.

No, hasta que llegara el momento de enfrentar el pasado. 

Los Hijos de Las Highlands.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora