Capitulo 4: La Corte

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La dulce melodía que ella tantas veces interpretaba al piano, recorría la habitación envolviendo el silesio del amanecer.

Estaba sentada en la cama, con su bata blanca, la misma con la que claramente se había dormido en la biblioteca, tras lo cual, seguramente Kendrick la había traído a la habitación.

Su mano se alzó acariciando su propia frente, como si pudiera sentir ese beso que él dejo alli. Un beso que demostraba mucho y nada.

La primera vez que el futuro Conde de Winston la había besado en la frente sintió que su pecho se hinchaba de felicidad. La alegría recorrió cada parte de su cuerpo y en las siguientes ocasiones se preguntó ansiosa si él volvería a dejar esa muestra de cariño en su cabeza. Nunca habría imaginado que años después, ese gesto de afecto seria como un puñal que lentamente se clavaba más profundo en su corazón. La marca de una barrera que la alejaba del amor que sentía.

Sus ojos se fijaron en la cajita de música, que estaba ante ella, sobre las mantas, abiertas dejando que la melodía sonara. Sus manos bajaron hasta rozarla con sus dedos, introdujo sus dedos en el interior y saco una pequeña flor seca. Una de las flores que él había sembrado en su jardín por su cumpleaños, aquel gesto que significo tanto para ella, que le llevo a entregarle su corazón sin que él lo supiera.

Dos golpes en la puerta la sobresaltaron, sus manos se movieron con rapidez, volviendo a dejar la flor seca en su lugar y cerrando la cajita, girándose hacia la puerta que dos segundos después se abría dando paso a Miltred.

-Oh. Esta despierta señorita -la mujer entró sonriendo, cerrando tras ella.

-Buenos días Miltred -se deslizó por la cama, dejando la cajita de músicas sobre esta.

-El niño Kendrick me pidió que la despertara y la ayudara con el equipaje -Miltred caminó hacia ella sonriendo -Es temprano pero no quiere salir muy tarde. El desayuno estará listo en breve.

-Bien-asintió, intentando no mostrar la tristeza que tenía ante la partida del castillo.

-¿No deseabais ir a la corte? -Miltred preguntó, tomando el vestido que él día anterior habían dispuesto para el viaje.

-Si -asintió dejando que la camisola resbalara por su piel y Miltred se acercara para ayudarla colocándole el corpiño y atándolo. -Es solo que... me gusta estar aquí.

-Quizás podríais venir más a menudo -Miltred sonrió terminando de atar el corpiño y tomando el vestido para ayudarla a colocárselo -Estoy segura de que los condes estarían encantados y sus hijos también.

No respondió. Sonrió con cierta tristeza, sabiendo que sería bienvenida siempre que quisiera al Condado, pero que si las cosas no salían como ella deseaba, probablemente nunca tendría el valor de pisar este castillo de nuevo. No podría ver a Kendrick feliz, del brazo de su esposa, ver a sus hijos corriendo por el jardín.

Inclinó la cabeza hacia delante, cuando Miltred le apartó el pelo para abrocharle el vestido y después se dejó guiar por la mujer, que la sentó ante el espejo y comenzó a cepillar su pelo.

-Tiene un pelo precioso -Miltred la miró a través del espejo, mientras acomodaba su pelo. Al acabar la rodeó y se paró ante ella -Usted es preciosa, nunca lo dude.

-Gracias -Davinia la miró y sonrió dulcemente, después miró su propio reflejo en el espejo.

-Baje a desayunar, yo me encargare de que todo este guardado en su baúl -Miltred se giró y caminó hacia el baúl abierto junto a la cama.

Davinia se incorporó, observó a la mujer doblando sus vestidos y vió el momento exacto en que sus ojos se fijaron en la cajita de música. La tomo con delicadeza y la guardo con el resto de sus cosas, sin hacer ningún comentario.

Los Hijos de Las Highlands.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora