Sin importar cuán cansado estuviese, Ian continuó con su plan de correr por las mañanas hasta que este se convirtió en un hábito. Tras dos semanas de haber iniciado, estaba en un momento crítico, justo cuando un impulso puede perder sentido y el intento de cambio puede quedar en una idea tonta, nada más. Eso sin considerar lo que venía luego del desayuno.
Ian había vivido días realmente difíciles. Las pruebas por parte del equipo Melville no se hicieron esperar, y despertaron en Ian una terquedad que ni él mismo había reconocido en sí mismo hasta entonces. En realidad, todos los días eran una prueba, pero fueron dos ocasiones las más transcendentales hasta la fecha.
Primero, un par de días después de haber visto a dos de los Tres John afuera de la mansión y enviarle el correo a Craig. Sin noticias del extutor, Ian se encaminó a otra "visita técnica" junto a Penley, la cual consistía simplemente en seguirle el ritmo en un día normal en la oficina. La sola vista del edificio de la compañía bastaba para recordarle a Ian la tarde con Fester, Olivia, y Baum; el vino derramado, la humillación. Cualquier palabra o gesto de Penley podía tener un significado escondido, e Ian se vio obligado a pensar uno o dos pasos más adelante, de la manera que pudiese.
Así, pudo identificar con facilidad cuando fue enviado a entregar ciertos documentos a una reunión de inversionistas que esta era, en realidad, otra vuelta en círculos. Tuvo que acudir a su nuevo conocimiento de las calles para dar con la posible dirección correcta, y rumbo al lugar fue perseguido de nuevo, esta vez por un sujeto disfrazado de reportero y un camarógrafo insistente. No hubo mayor revuelo por su victoria; Penley, más tarde, le mostró las grabaciones que los señuelos hicieron y se limitó a decir "bien, por lo menos sabes que no debes abrir la boca cuando se trata de la prensa".
La segunda fue exactamente el día anterior. En esta ocasión en particular, Penley lo mantuvo ocupado hasta pasadas las siete de la tarde. Ian ayudó con tareas pequeñas, como sacar copias o buscar en el tarjetero para encontrar un contacto, además de peticiones ridículas como buscar una plancha a vapor para las chaquetas de Penley y sus colegas o pedirle a una de las secretarias si podían revisar su bolso y asegurarse de que no se estaba robando los artículos de la oficina. Ian afrontó todo con un plan B: si terminan diciendo que no necesitan la plancha, retocaré mi propia chaqueta. La secretaria estará molesta, así que sonreiré y seré lo más cortés posible, para que crea que me está haciendo un favor.
A eso de las siete treinta, Ian recibió una invitación por parte de un compañero de Penley para atender a una cena semi-casual. Penley le dirigió una mirada que decía: "no puedes decir que no", así que Ian tuvo que aceptar. Él sería el conductor designado, lo sabía, y aprovechó un momento en el lobby del edificio para anunciarle a Georgia sobre el cambio de planes. Ya casi nadie comía en casa aparte de los desayunos. Gloria tomó las noticias con calma, y un deje de tristeza que solo Ian podría captar. No podía prometer que las cosas mejorarían. Desde ya, un sabor amargo se apoderó de su garganta, uno que ninguna comida de cinco estrellas podría borrar.
Ya en el camino, ocupando un auto que no les pertenecía, Ian agudizó todos sus sentidos. Conocía las calles un poco mejor cada vez que salía y logró ubicar el hotel de su destino con facilidad, pero no quería que una seguridad falsa le hiciera pasar un mal rato más tarde. Identificó los autos que parecían seguir la misma ruta que ellos, tomó vías alternas para perder posibles espías, e ignoró las risas estrepitosas de los tipos en el asiento trasero, escuchando más allá de ellas a los sonidos de la ciudad. Frente al hotel, Ian se detuvo y compartió un saludo con uno de los sujetos del valet parking mientras uno a uno los tipos salían, se reabotonaban las chaquetas, y se disponían a ordenar cuanto se les antojase sin pensar en la cuenta. El valet era joven, más joven que Ian, y parecía tan preocupado como él. Se ofreció a ayudar a Ian a revisar el auto pero él se rehusó, aunque temía verse descortés por ello. En los asientos quedó un móvil olvidado, que Ian guardó en el bolsillo interno de su chaqueta, así como unas gafas sucias que limpió con su pañuelo, y un paquete vacío de goma de mascar, el cual no lanzaría aún a la basura por si resultaba ser importante.
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Escrito en el Asfalto
Teen FictionLa ciudad de Vertfort fue, por muchos años, tierra de nadie. Ahora, luego de generaciones de herederos, bancarrotas, absorciones y traiciones, quedan tres familias: Arkwright, Landvik, y Melville. Vinny Melville, a sus dieciocho años, es el joven h...