Intermisión 2: Craig Memphis Toca Fondo (Parte 2)

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El sur de Vertfort siempre fue el lado menos favorecido. Con un ferrocarril en la ciudad vecina hacia el norte y un terreno mucho menos accidentado, la progresión de los burgueses hacia ese lado del río fue natural. Mientras tanto, el sur acumuló primero a quienes cultivaban las tierras para su explotación, luego a las fábricas y sus trabajadores y, por último, a los que jamás lograron adaptarse al ritmo de una ciudad contemporánea. En las calles estrechas y desgastadas de los barrios laberínticos desbocaban los indigentes, borrachos, matones y drogadictos.

Entre estos últimos pudo haberse encontrado la madre de Craig Memphis. Sin embargo, nunca hubo manera de saberlo.

Craig creció atrapado en el sistema estatal, en un hogar de niños destartalado llamado Cowden Home. Ninguno de los trabajadores sociales y demás personal mencionó algo sobre su madre durante los primeros años. Craig veía a los chicos de diferentes edades ir y venir de los patios, ocupar un lugar en las habitaciones compartidas y marcharse poco después, y jamás le pareció extraño quedarse atrás. No hacía preguntas, no parecía interesarse por nadie, y su taciturnidad preocupaba a los profesores y los obligaba a crearle excusas.

Primero le dijeron que había sido un regalo para el orfanato, y a Craig le supo a patrañas desde un principio. Luego escuchó de otros chicos que era común que los bebés fuesen abandonados en el hospital porque no los querían. Por último, escuchó que había sido arrebatado de su madre porque ella era consumidora y significaba un peligro para él. "Por eso eres pequeño y enclenque" le decían los matones del hogar, rodeándolo, fingiendo estar conversando amigablemente con el chico para que los supervisores no se percatasen. "Naciste con droga adentro, Craig. Qué asco."

Las memorias empezaban a tomar forma clara luego de que cumpliera ocho años. Craig, un muchacho de complexión menuda y actitud retraída, era el huérfano por excelencia; había crecido en Cowden, era el único hogar que conocía, la única manera de vivir que podía concebir. Sus compañeros habían pasado por divorcios, por violencia, por accidentes, pero todos recordaban a sus padres, por lo menos a uno de ellos, para bien o para mal.

En la escuela era más de lo mismo. Los chicos tomaban sus tragedias como una fuente de orgullo y se jactaban frente a Craig, quien no entendía el porqué de sus burlas, el porqué de las miradas lastimeras de sus cuidadores, el porqué de las largas sesiones en las oficinas de los psicólogos, donde las amplias ventanas con vista a calles bordeadas por carcachas y calzadas desmoronadas atrapaban todo su interés.

No tardó en hartarse de los miramientos especiales y desear salir de allí, dejar atrás a los matones, la discriminación de quienes habían nacido en una familia "normal", y las señoras solteronas bien intencionadas pero sin una pizca de tacto que se agachaban para verlo a los ojos, como si no supiera ya que era bajo de estatura y triste de mirada.

Craig quería un cambio. Quería escalar los muros y que su mirada cambiara. Las emociones que no había podido expresar por años habían añejado en una ira que tomó a todos por sorpresa, y con la que ni siquiera los esfuerzos conjuntos del personal de Cowden podían lidiar.

Las memorias del hogar se habían convertido en imágenes fluctuantes, pero nadie conocía el lugar tan bien como Craig. La casa como un castillo ocupaba la manzana entera, con las habitaciones y demás bordeándolo y obligando a Craig a permanecer en el centro de todo, en un patio amplio con una cancha de baloncesto despintada, como un espectáculo, como el niño que merecía toda la lástima del mundo. Las oficinas de los encargados de Cowden se extendían por todo el lado este, mientras que una biblioteca y salones comunes ocupaban el norte, y las habitaciones oeste y sur.

Para la educación, los chicos eran enviados a una escuela pública, a un par de cuadras de allí. Un autobús pasaba por ellos en las mañanas y los chicos de diversas edades lo inundaban en un tumulto de risas e insultos escondidos entre el ruido y la conmoción. Fue en una de esas mañanas que la ira de Craig explotó por primera vez. Harto de las voces burlonas, Craig empujó a un chico que murmuraba burlas a sus espaldas. Este cayó con un golpe sordo sobre la calzada, y el silencio que siguió fue refrescante. Le supo a paz.

Escrito en el AsfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora