Intermisión 3: Craig y el Primogénito de Oro (Parte 5)

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El invierno no terminaba de marcharse. Algunos días eran más cálidos que otros, y resultaba difícil vestirse para el clima cuando este cambiaba tan radicalmente. La Pascua estaba cerca, y las calles estaban llenas de los últimos charcos de nieve derretida y lodo. Los zapatos de Henry dejaron marcas marrones sobre el piso cuando entró, y Craig se entretuvo siguiéndolas a medida que subía hasta el cuarto nivel, sus manos metidas en los bolsillos de su suéter y su cabello hecho un desastre por la brisa fría que se escabullía dentro.

No había una rutina fija para sus reuniones, y Craig lo agradecía. Cada mañana, al despertar, únicamente tenía la certeza de que un par de cosas sucederían como lo hacían todos los días; todas ellas causa de nerviosismo, rabia y miedo. Sabía, por ejemplo, que inevitablemente habría algún conflicto con Riff. Sabía que Ingram estaría ocupado con el ajetreo de su negocio, y que si llegaba a verlo aunque fuese por un segundo, ese segundo sería un infierno. Sabía que los empleados de Ingram guardarían silencio al verlo recorrer las habitaciones del almacén, y lo insultarían a sus espaldas tan pronto dejase su campo visual. Sabía que pasaría las horas en su estancia, intentando estudiar, intentando leer, intentando olvidar todo lo que había ocurrido en los últimos años.

Era por eso que cualquier variación le traía esperanza. Craig no había conocido mayor felicidad a la que sentía cuando su rutina era rota por los rastros que Henry dejaba. Sonreía al ver las pisadas de Henry sobre el polvo de los primeros niveles, al ver una bufanda olvidada a propósito, o una pesada manta atada de mala manera frente a la ventana, para que el cuarto nivel fuese un poco menos gélido. Cuando Henry dejaba un nuevo libro sobre la caja de madera, para continuar su reciente práctica de los intercambios, Craig podía tomarlo y llevarse un poco de esa felicidad con él. Pasaría la noche leyendo lentamente, dejando que cada palabra le sirviese de evidencia: A pesar de todo esto, Henry es mi amigo. Amigo de Craig, no de Gia. Mi amigo.

Ahora, subiendo los últimos escalones hacia su destino, Craig ya estaba sonriendo. Llegó a la estancia y Henry inmediatamente tomó su bolso. Estaba sentado sobre la caja de madera, y se hizo a un lado para que Craig pudiese sentarse también. Terminaba de acomodarse cuando Henry, emocionado, sacó dos bebidas de su bolso y depositó una en las manos de Craig.

—Qué manera de saludar —bromeó el mayor, tomando la bebida y examinándola—. ¿Leche con chocolate?

El rostro de Henry ensombreció por un momento. —¿No te gusta? ¿O eres alérgico?

—Oh, no —Craig tomó el cartón de leche y lo abrió con cuidado—. Nada de eso. Gracias.

Henry hizo lo mismo con el suyo y tomó un sorbo mientras volvía a hundir una mano en su bolso. De su interior produjo dos libros, estos un poco más nuevos pero con las esquinas medianamente desgastadas, y los dejó sobre el muslo de Craig.

Craig entrecerró los ojos con sospecha. —¿Dos?

—Los leerás tan rápido que desearás que fuesen tres —Henry contestó—. ¿Te gustó el último?

Hacía más o menos una semana, Craig había recibido un libro de relatos de mitología griega. No era algo que habría leído por su cuenta de otra manera, pero no lo esperaba venir de Henry. Mitología griega y leche con chocolate. ¿Qué clase de combinación era esa?

—Claro. Solo espero que no estés usando esta oportunidad para hacerme leer todo lo que te asignan en la escuela.

Henry frunció el ceño. —Leí ese por cuenta propia, para tu información.

—¿Ah, sí? ¿Debería esperar que la próxima vez traigas una enciclopedia?

Esta vez Henry lo empujó con el hombro. Craig sostuvo su bebida para no derramarla y echó a reír. A pesar de su pequeño acto de irritación, Henry rió con él.

Escrito en el AsfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora