XVI (Parte 1) - Sobre un Lugar para Dormir

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El Río Vertfort asomaba a lo lejos cuando Craig salió de su estupor. Había conducido de manera mecánica hasta acercarse al Primer Puente, y tuvo que cruzar todos los carriles desde el otro extremo de la calle para evitar sobrepasar el retorno que lo sacaría de esa carretera. Ignorando las bocinas de los demás autos, protestando por su maniobra de imbécil temerario, Craig respiró hondo y continuó hacia el Este diciéndose a sí mismo que ese no era momento para perderse en sus pensamientos.

Aunque por fuera mantuviese su aire profesional, por dentro Craig era un desastre. La poca racionalidad que le quedaba apenas fue suficiente para conducir a un sitio más neutro de la ciudad y darse un momento de calma. Cruzar el puente tal y como había salido de la mansión habría sido una completa estupidez, y Craig se reprochó a sí mismo por su impulsividad mientras se adentraba en una discreta zona comercial.

Era la hora del almuerzo, y Craig decidió probar suerte en un restaurante. Confiaba en que las noticias de su renuncia no se habrían esparcido todavía, y ordenó una buena comida teniendo en cuenta que sus apariciones públicas en ese lado de la ciudad se verían reducidas considerablemente a partir de entonces. Sin embargo, la paranoia hizo que relajarse fuese imposible. Comió apresuradamente y buscó un lugar donde quedarse.

El movimiento en ese sector de la ciudad daba lugar a varios hoteles de negocios, algunos más grandes que otros. La razón por la que Craig optó por ese lugar era por su ubicación estratégica: No era una zona con demasiada influencia de ninguna de las familias, o aliados de las mismas; muchos hoteles tenían fama por su atmósfera hogareña, simple y discreta. Eventualmente, Craig vio frente a él un lugar que le llamó la atención. Era un hostal de unas ocho habitaciones a lo sumo, con un letrero en letras de hierro forjado que leía "Hopper Inn".

El estacionamiento frente al hostal tenía un solo espacio libre. Considerándolo un golpe de suerte, Craig aparcó y entró al lugar, recibido por una amable mujer detrás del mostrador. Había algo en ella que le recordó a Georgia, la cocinera en la mansión, y eso fue suficiente para decidir quedarse. Era extraño, risible incluso, pero esa pequeña pizca de familiaridad lo tranquilizó. Craig ofreció un saludo cortés y le dio un vistazo rápido al interior del hostal.

—¡Buend día! ¿Buscaba una habitación individual? Tenemos también habitaciones dobles.

—Oh, no, vengo solo —dijo Craig, devolviendo la mirada a la señora—. Una habitación individual es todo lo que necesito. Puede que deba quedarme por un tiempo extendido.

La señora pareció apenarse un poco. Observó al tutor con una mezcla de simpatía y compasión que lo incomodó, como si ella supiera algo que él aún no había revelado. Craig pensó en cuán probable era que esta mujer lo reconociese de los periódicos o las revistas, o incluso de un par de apariciones en televisión local a las que Fester lo había forzado a participar, cuando un hombre, más o menos de la misma edad de la señora, emergió de una puerta junto a la recepción.

—Cariño, ya preparé el... Ah —dijo, reparando en la presencia de Craig e inmediatamente mostrándole una amplia sonrisa—. ¡Bienvenido!

—Necesita una habitación individual —dijo la señora, dejando su asiento y pasando a quien debía ser su esposo de largo—. Ahora mismo subiré para preparar una.

Craig entrecerró sus ojos mientras procesaba la escena. —¿Vine en mal momento?

El otro hombre tomó el asiento de su mujer y negó con la cabeza mientras señalaba un viejo reloj en la pared. —Justo ahora es nuestra hora de salida. Las habitaciones individuales están ocupadas, pero se liberarán en un momento. ¿Por qué no esperas mientras hacemos una limpieza del lugar?

Craig habría preferido desplomarse en una cama lo más pronto posible, pero la amabilidad del matrimonio no lo dejó interponer objeción alguna.

Escrito en el AsfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora