XXIII (Parte 4) - Sobre un Respiro y el Siguiente Paso

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—¿Estás seguro que has comido lo suficiente? Siempre tomas las porciones más pequeñas, Scott —Hank observó mientras el chico dejaba dos platos en el lavabo. Era extraño verlo en su cocina, pero iba acostumbrándose poco a poco. Scott empezó a lavar los platos. Hank le había dicho que no tenía que hacerlo, pero él no quería abusar de su amabilidad.

—Como lo suficiente.

—Estás recuperándote. Deberías comer más.

Scott negó con la cabeza. —No he recuperado el apetito. Solíamos comer muy poco. Mi estómago no ha vuelto a la normalidad.

Hank se cruzó de brazos. Nunca sabía bien qué debería decir cuando los chicos hablaban sobre lo que habían vivido antes de llegar a su apartamento. Scott apreciaba su silencio.

—Habla por ti mismo. Jimmy tiene un apetito increíble.

Scott rio un poco. Le había tomado un tiempo acostumbrarse al nombre falso que Vinny había dado. Lo hacía escucharse más joven aún.

—Jimmy es un caso especial.

Había pasado cerca de una semana desde que habían llegado al apartamento. Hank había sido extrañamente generoso con ellos, tanto que era difícil no pensar que debía tratarse de un sueño. La primera noche les había desocupado un espacio en la habitación que utilizaba como bodega para que pudiesen esconderse allí en caso de que uno de sus clientes decidiera visitar. En los días que siguieron, los chicos aprendieron que la ocupación de Hank era más detallada y peligrosa de lo que habían pensado. El apartamento en el que estaban se conectaba con el apartamento de abajo por medio de una escalera junto al cuarto de baño, y allí Hank mantenía equipo más especializado. Había una máquina de rayos-x un poco desfasada pero que funcionaba perfectamente bien, equipo para hacer transfusiones y una nevera con algunas bolsas de sangre. Había también un gabinete con varias cajas de medicamentos y más habitaciones para los posibles pacientes.

Hank les había revelado todo para conseguir que confiaran en él. Les había dicho que el trabajo con los Arkwright era delicado, pero él no era precisamente uno de sus simpatizantes. Tenía que hacer lo que hacía por obligación, no por decisión propia. Escondería a los chicos hasta que lograsen recuperarse, siempre y cuando no hicieran ruido, no llamaran la atención, y no lo metieran en problemas con sus empleadores. Era un trato.

Scott había dudado. Los primeros días todavía acarreaba su arma de arriba abajo, sin dejarla a la vista, siempre preparado para defenderse. Las noches eran las más difíciles. Con el cerrojo puesto, Scott se mantenía cerca de la cama y empuñaba el arma. Hank entraba de cuando en cuando para tomar su equipo de trabajo y cajas con insumos, pero no les dirigía la mirada. Actuaba como si no estuviesen allí, porque para el resto de personas, ellos no existían.

La rutina durante los días era más tranquila. Despertaban alrededor del mediodía, comían cualquier cosa, hablaban un poco. El apartamento estaba modificado para que los vecinos no escucharan lo que sucedía dentro, pero aún así mantenían la voz baja. Scott ayudaba con la limpieza del equipo, o de las habitaciones, y se negaba a dejar que Hank le agradeciera. Eran los chicos quienes estaban endeudados con él.

—Hey, Hank —vino una voz de la sala de estar. Scott y Hank voltearon para ver a Vinny caminando lentamente hacia ellos—. ¿Puedo beber algo? Muero de sed allá dentro.

Scott se acercó a él. —Pudiste habérmelo pedido a mí. Quédate en la habitación.

Vinny soltó un pujido de protesta. —Estoy bien, Scott. Puedo caminar. No creo que sea buena idea dejarme podrir en cama. Siento los brazos como piedras.

Hank sonrió. Jimmy, como él lo conocía, era un chico muy animado. Luego de salir del estupor de medicamentos para sus heridas y evitar infecciones, había empezado a hablar cuanto podía, sobre cualquier cosa. Estaba cubierto en vendajes, en puntos para las cortadas más grandes, no podía respirar tranquilamente con las costillas rotas y apenas lograba sostener objetos con sus manos casi completamente vendadas, pero sonreía. Veía la luz que entraba por las ventanas y suspiraba, absolutamente fascinado. Una vez más, Hank solo podía imaginarse el tipo de cosas por las que ambos chicos habían pasado antes de llegar ahí.

Escrito en el AsfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora