La situación en Cowden no hizo sino empeorar. En pocos meses, Craig vio a un tercio del personal pasar a despedirse a la oficina de Matilde, quien de manera casi unánime había sido elegida como la próxima encargada del hogar que apenas se mantenía en pie con su mísero presupuesto. La población de chicos se mantenía estable, pero no había nadie más de la edad de Craig, lo cual él agradecía. Era una mala época para las relaciones interpersonales.
Los rasguños evolucionaron a huesos rotos. Craig pasó su cumpleaños número doce con un cabestrillo en el brazo izquierdo, y el número trece con el mismo cabestrillo del brazo contrario. Entre ambos incidentes se había involucrado en un número exagerado de peleas, al punto que había tenido que ser transferido a otra escuela como última medida de Matilde antes del que había sido el mayor corte presupuestario del hogar en años.
Craig no lloró más al pelear. Sus ojos se secaron, así como su semblante se endureció y las pocas palabras que intercambiaba se convirtieron en pequeñas dagas de hielo para quien lo hostigara lo suficiente para hacerlo hablar. El huérfano que esperaba a que la provocación se hiciese intolerable para contraatacar se convirtió en una bomba de mecha diminuta que se detonaba con una mirada de reojo o un comentario susurrado.
El mayor cambio fue cuánto se acostumbró a la violencia. Conocía de memoria el sonido de un hueso al romperse, el golpe sordo de alguien que se desploma sobre el suelo inconsciente, la mirada de alguien en el instante en que se entera que va a perder la pelea, el destello en los ojos de quien deja atrás los escrúpulos y planea jugar sucio, la inclinación de la cabeza de los que se construyen un trono con el orgullo que han acumulado por su calidad de invictos, hasta encontrarse con el chico Memphis.
Seguía siendo menudo, pero supo compensarlo. Aprendió a usar la fuerza de los matones en su contra, a dejarse llevar con empujones y tacleos cuando convenía. Aprendió a correr para replantear su estrategia o para buscar una locación más favorable para luchar solo, o luchar contra un grupo que lo había acorralado. Aprendió a caer con gracia y saltar sin miedo, a plantar los talones sobre el piso y balancearse sobre sus rodillas con firmeza para convertirse en un pilar inamovible. Craig afloró como el hijo de su ciudad, y la ciudad lo aceptó de inmediato.
Escabullirse de los muros de la escuela ya no era un dilema, y no le presentaba mayor dificultad. Craig no tardó en hacer uso de su agilidad de gato callejero para trepar al techo y luego saltar hacia la calzada sin que los profesores tuviesen oportunidad de detenerlo. Si una clase lo decepcionaba y empezaba a considerarla una pérdida de tiempo, Craig se marchaba tranquilamente y se adentraba en las calles de los barrios que empezaba a transitar con creciente confianza.
No necesitó de mapas para memorizar los recorridos y lugares de interés. Ubicó primero los lugares de peligro: bares que se mantenían dormidos durante el día para esconder lo ilícito que ocurría tras puertas cerradas, tintorerías y salones de belleza que funcionaban como ventas de artículos ilegales, largas calles conocidas casi a modo de leyenda como las guaridas de los criminales que se iban haciendo de una reputación inmunda, esquinas de transición entre territorios de grupos que se enfrentaban de cuando en cuando para intentar ganar una cuadra más en su mancha cambiante.
También había algunos lugares agradables. Un parque viejo pero amplio que acobijaba a los que querían imaginarse una realidad mejor servía para conectar lo mejor de uno de sus barrios preridos, Matson: una venta de mascotas que había pasado por tres generaciones de una sola familia, una tienda de libros que había tenido un pasado similar, pequeños cafés y comedores económicos que siempre desbordaban de gente, una biblioteca pública empolvada pero activa, panaderías, zapaterías, y un sinfín de recortes pintorescos en un paisaje que Craig jamás se había imaginado podía existir tan cerca y tan lejos a la vez.
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Escrito en el Asfalto
JugendliteraturLa ciudad de Vertfort fue, por muchos años, tierra de nadie. Ahora, luego de generaciones de herederos, bancarrotas, absorciones y traiciones, quedan tres familias: Arkwright, Landvik, y Melville. Vinny Melville, a sus dieciocho años, es el joven h...