II (Parte 1) - Sobre Fester Melville

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Craig no salió. Dominic había detenido el auto frente a la entrada, pero ni él ni Craig se atrevían a ser los primeros en moverse. Así era siempre, como si quedándose dentro podrían ignorar el trabajo que se les había impuesto, como si el tiempo se detendría y podrían huir del largo día que ya les tenía exhaustos.

-Debo despertar a Fester -dijo Dominic al cabo de unos minutos, todo resignación. Craig simplemente asintió.

Salieron y subieron los escalones lado a lado. Craig miró de reojo al mayordomo-vuelto-chofer, alto como una torre en comparación a su propio cuerpo menudo. ¿Qué pensaba la gente al verlos entrar a una sala de reuniones? Y siguiendo a Fester, además. Seguramente no parecían socios de negocios. Ambos eran muy hábiles y en extremo competentes para sus respectivas posiciones e incluso para algunas tareas que no les competían, pero no fingían entusiasmarse por algo que odiaban. Era posible que Fester encontrase eso divertido.

Dominic se adelantó para abrir la puerta, pero se detuvo antes de tocar el picaporte. -Lo siento -dijo, apenado, dándole paso a Craig para que él lo hiciera-; tonta costumbre.

Entraron, y Craig le dio una palmada en el hombro. Al principio había sido difícil ignorar las diferencias de edades entre ellos, pero Craig aprendió que diez años eran poco cuando se trataba de construir un núcleo que Fester no pudiese penetrar. Era más fácil aún al saber que, de una u otra manera, ellos eran la única familia que tenían y las únicas amistades que la vida en la mansión Melville jamás les dejaría cultivar.

-No te preocupes. Subiré a mi habitación, bajaré en un rato.

El otro asintió. Craig cruzó el vestíbulo y subió las escaleras, deteniéndose en el rellano al notar que Dominic parecía dudar por un momento antes de dirigirse hacia la cocina. El tutor tuvo que contener la risa; a pesar de la distancia que Dominic guardaba con todos, la convivencia había terminado revelando sus debilidades y estas se reducían a una en particular, con nombre y apellido y seguramente justo lo que el mayor necesitaba para encontrar un poco de calma.

Él y Craig no eran muy diferentes. Cuando necesitaban un poco de paz ambos gravitaban hacia aquella persona que podía darles incluso el más breve instante de tranquilidad. La única diferencia era que la opción de Craig era un poco más complicada, y ahora sus niveles de estrés estaban por los cielos y cualquier tiempo de sobra le molestaba; de una u otra manera siempre terminaría pensando en cosas inútiles.

No quería ver los papeles de la empresa, revisar por enésima vez las cifras o releer los contratos o lanzarse a la cama e intentar volver a conciliar el sueño. En su lugar, Craig quería atravesar el pasillo y enfrentarse a aquella maldita puerta, todo gracias a un simple comentario de Vinny que no dejaba de darle vueltas en la mente. Cuando empezaba a pensar que había mejorado, un solo recuerdo bastaba para deshacer su avance, para hacerlo desenterrar las memorias.

Por el pasillo izquierdo y girando a la derecha se encontraba la habitación de Vinny. Girando a la izquierda se llegaba a una serie de habitaciones desocupadas y, al fondo, la de Craig. El tutor se obligó a llegar hasta su estancia sin vacilar, avanzó hasta el fondo de la habitación, donde mantenía una amplia librera al lado de su escritorio de trabajo, y escogió un título al azar para leerlo.

Recién le había tomado ritmo a la lectura cuando escuchó un par de golpecitos en su puerta. Craig alzó la mirada y se dio cuenta de la pésima postura en la que había pasado los últimos minutos. Luchó por estirar el cuello y sus brazos antes de hablar: -¿Dominic?

La puerta se abrió. Ian sonrió del otro lado. -Soy yo. ¿Estabas ocupado?

Craig negó con la cabeza. Se quitó las gafas y las dejó sobre el libro cerrado para poder frotarse los párpados con el dorso de sus manos. -Nah, solo esperaba. ¿Es hora de irse?

Escrito en el AsfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora