XIII (Parte 3) - Sobre la Marcha Hacia la Oscuridad

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Una manguera de agua a presión cayó de golpe contra el suelo y serpenteó sobre el concreto, lanzando agua por todas partes. Continuó bañando los alrededores hasta que Scott pudo sostenerla y apagarla mientras maldecía entre dientes.

—Hey, Scott, ten más cuidado —dijo uno de sus colegas, señalando sus pantalones con una mitad totalmente empapada. Scott se disculpó. Volteó hacia el pequeño Volkswagen que estaba terminando de lavar y completó el trabajo en medio de maldiciones y con un rostro de pocos amigos.

Apenas hubo limpiado el último cristal de las ventanas, una voz grave lo llamó. —Scott, ven un momento.

El joven volteó hacia la entrada del negocio y se encontró con su jefe, Wallace, viéndolo detenidamente. Tenía el ceño fruncido, lo cual era de lo más inusual en él, y Scott maldijo de nuevo mientras movía el equipo que acababa de utilizar para avanzar hasta la zona de espera.

—¿Qué sucede? —preguntó. Wallace alzó una ceja.

—No lo sé. Esperaba que tú pudieras aclarármelo —dijo, y avanzó por el establecimiento. Scott suspiró exasperadamente y lo siguió hasta llegar a la diminuta área de los casilleros, donde su jefe se dejó caer sobre una de las pequeñas bancas. Señaló la otra y le indicó a Scott que tomara asiento también.

—Wallace, esto es un gasto de tiempo.

—Tienes razón. Te estás tardando el triple de lo normal en lavar un triste Volkswagen. Creo que es mejor si te tomas el resto de la tarde.

Scott se cruzó de brazos. —No. No me iré. Me quedo aquí hasta el final de mi turno.

—Oh, no. ¿Recuerdas quién es el jefe aquí? Digo que te tomes el resto de la tarde. Ahora estás oficialmente fuera de horas de trabajo. Así que, ¿empezarás a hablar o también necesitas que te lo ordene?

El joven miró a Wallace por varios segundos. Era imposible lograr intimidar al dueño del lavado de autos. Pensó en escabullirse de la situación de alguna manera, pero cualquier plan que se trazaba terminaba, sin sorpresa, fallando. Scott se puso de pie y abrió su casillero, dándose a la tarea de cambiarse a su ropa casual antes de producir un solo sonido. Wallace le dio espacio para que lo hiciera, y una vez estuvo listo le señaló una puerta hasta el mismísimo fondo: el pequeño despacho.

Scott se sentó en la silla frente al escritorio, sintiéndose aún más irritado por la claustrofobia que el lugar despertaba en él. Wallace cerró la puerta para obtener mayor privacidad y se escurrió hasta su asiento. Golpeteó sus dedos rítmicamente sobre la madera, muy al tanto de cuánto eso lograba crispar los nervios de su joven empleado. Sonrió, complacido consigo mismo, y no detuvo el golpeteo hasta que Scott no pudo soportarlo más.

—¡Basta! —gruñó el chico, dándole una palmada a la pared—. No sé qué diablos quieres que te diga.

—Lo que sea que esté ocurriendo como para que no puedas concentrarte. Me preocupas, Scott. Ya lo sabes.

Estaba al tanto, sí, pero en esos momentos le resultaba increíblemente molesto. Wallace estaba ahí cuando lo necesitaba, pero también tendía a involucrarse aún cuando su consejo era menos que necesario. Scott mantuvo la mirada sobre la de él, cruzando los dedos bajo el escritorio para que lo dejara ir si se resistía lo suficiente, pero no parecía tener intenciones de hacerlo.

—¿Se trata de Douglas?

Scott se puso de pie con un estrépito y golpeó el escritorio con los puños.

—¡Exacto! Siempre se trata de él. Y seguirá tratándose de él hasta que me largue de esa maldita casa. Luego se tratará de mi triste vida en un apartamento cualquiera. Luego se tratará de las cuentas que no se pagan solas. Siempre se tratará de algo, Wallace. Déjame en paz.

Escrito en el AsfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora