XV (Parte 1) - Sobre el Umbral del Laberinto

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La mansión Melville seguía envuelta en oscuridad cuando los pasos de Ian, apresurados pero suaves, hicieron eco sobre las paredes de la cocina. El sol no había salido aún, e Ian se detuvo frente al interruptor de la luz por un momento antes de seguir su camino. No debía despertar a nadie.

Podía acarrearse por los estantes sin necesidad de luz. Conocía la ubicación de cada tarro, cada recipiente; recordaba las posiciones de las tazas en el mueble al fondo y el orden de las cajas de lata que contenían todo tipo de hojas de té sobre la encimera. Alargó una mano hacia el té de bergamota y sus dedos se detuvieron en el aire. Los cerró, formando un puño. Quizá esa mañana convenía más una taza de café. Durante la noche que acababa de transcurrir, Ian no había logrado conciliar el sueño por un mísero minuto.

Mientras esperaba que la cafetera hiciera su trabajo, Ian intercambió la mirada entre la jarra que se llenaba con lentitud y la ventana cerca de él. El sol apenas empezaba a lanzar rayos dorados sobre la negra línea del horizonte, y todavía había estrellas en el cielo. Una suave brisa mañanera movió las hojas de los árboles y a Ian le pareció como si entre las sombras emergiera la silueta de Vinny, solo para esfumarse cuando el viento se calmó de nuevo.

¿Dónde había dormido Vinny la noche anterior? No era invierno, pero seguramente la noche había sido fría allá afuera. A eso de las dos de la mañana había empezado a llover, y no había parado hasta hacía unos minutos. Ian estaba preocupado por esta y mil razones más, y esa misma preocupación lo llevó a vestirse de la manera más casual posible para él y deambular por los pasillos de la mansión a semejantes horas.

Tomó una taza con cuidado y la llenó con café humeante. No se sentó en ningún momento; se limitó a apoyarse sobre la encimera mientras bebía, trazando una ruta mental sobre qué camino seguir para llegar a su destino. En momentos como esos, se daba cuenta más que nunca del pobre nivel de orientación que tenía en su propia ciudad, e Ian se sentía estúpido e inútil, un sentimiento que detestaba desde lo más profundo de su ser.

Estaba preguntándose si podría conseguir un mapa con las rutas de autobuses cuando un par de pasos llegó a sus oídos. Los pasos avanzaron con prisa hasta entrar en la cocina, y Craig pareció poco sorprendido cuando vio a Ian frente a él.

—Oh. ¿Tampoco lograste dormir?

Ian negó con la cabeza, inseguro sobre cómo lidiar con Craig. No había considerado que podrían encontrarse. Sin embargo, había tomado una decisión y no estaba dispuesto a que su resolución enflaqueciera.

—No puedo solo esperar. Tengo que hacer algo.

Craig se acercó más y se esforzó por ver la cafetera en medio de tanta oscuridad, ajustándose las gafas. Vio que había suficiente para servirse una taza e hizo eso mismo, todo el tiempo con la mirada firme de Ian sobre él.

—¿Y qué planeabas hacer, exactamente?

Ian tragó hondo. Suspiró y alzó la barbilla, como anunciando que sin importar lo que Craig pensara, no estaba dispuesto a dar un solo paso hacia atrás.

—Iré a buscar a Vinny. No me importa cuánto tiempo tarde o dónde deba meterme para encontrarlo, pero debo hacerlo. Es imposible que nadie haya visto o escuchado nada de él; si ahondo lo suficiente estoy seguro de que...

—Alguien dirá algo, o alguna señal va a aparecer —terminó Craig. Ian lo vio con extrañeza, y el entendimiento pintado en el semblante del tutor lo llenó de un nuevo deseo de salir a las calles en ese mismo instante—. Yo he estado pensando lo mismo durante toda la noche. Fester no podría importarme menos en este momento.

—Si a él no le importa Vinny, supongo que esa tarea simplemente debe recaer sobre nosotros. No será la primera ni la última vez —agregó Ian—. Craig, ¿en verdad no tienes idea de alguna razón por la que Vinny pensaría en huir?

Escrito en el AsfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora