XXII (Parte 4) - Sobre Salir a la Superficie

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Ian había sido un aficionado al verano durante varios años. Con Henry y Vinny llenos de una energía infantil incontenible, el verano era la temporada en la que más tiempo podía pasar con ellos en la residencia Melville. Solía haber eventos en los patios de la mansión, por lo que a menudo acudían empleados extra a asistir con las preparaciones, e Ian, en aquellos días nada más que un niño en entrenamiento, tenía la oportunidad de escabullirse entre las multitudes para ver a los chicos y darles un respiro en medio del ajetreo de la alta sociedad.

Recordaba, por ejemplo, las tardes alrededor de la piscina en la parte posterior de la mansión. Henry se zambullía en el agua mientras Vinny, sentado en el borde, intentaba salpicarlo y echaba a reír. Los momentos así nunca duraban. Minutos después, Fester obligaría a Henry a vestirse de nuevo y atender a los invitados, una de las niñeras tomaría a Vinny y lo llevaría de regreso a la mansión, e Ian regresaría a la residencia de la servidumbre para observar todo desde la ventana.

En aquel tiempo, Ian podía ver más seguido a Dominic. Durante algunos cortos años, Dominic fue únicamente un chofer, preocupado por su aspecto y su porte formal, pues la mansión contaba con más personal. El jefe de mayordomos, Wilfried, era ya un hombre mayor con cabello blanco y manos marchitas, pero se mantenía al lado de Fester sin falta, atento de cumplir cualquier petición. A veces, si el amo Melville decidía marcharse del país para visitar una de sus casas de verano o las de Olivia, Dominic podía decidir quedarse atrás. Por una semana, el pequeño Ian se aseguraba de recordarle a Georgia sobre el plato extra de comida que debía preparar, pues Dominic los acompañaría. Estaría allí. Sería como si el tiempo no hubiese pasado, como si Ian no estuviese avanzando hacia su adolescencia, como si Dominic aún fuese el joven animado y sonriente que Ian conoció al llegar a la mansión, siempre dispuesto a ofrecerle su ayuda y su amistad.

Sin embargo, la niñez de Ian había terminado hace mucho, y la mentira del verano se había desmoronado estrepitosamente desde entonces. Las calles que Ian no había llegado a conocer bien debido a su encierro en la mansión eran ahora el laberinto que debía recorrer casi todos los días, conduciendo un auto con el que no terminaba de familiarizarse, confiando en un navegador GPS que le decía dónde ir, porque Vertfort era un misterio con miles de recovecos y trucos.

Ian se detuvo en una luz roja y suspiró. Se encontraba en un bulevar amplio dirigiéndose hacia el suroeste de la residencia Melville, y aunque las calles no rebosaban de gente, sí se sentía una efervescencia inusual. Ian observó a la multitud que cruzaba el paso peatonal frente a él y se percató de que ninguno veía hacia el frente; caminaban como autómatas mientras observaban sus teléfonos o se mantenían absortos en una conversación, y era extraño, frío, por lo menos para el parecer de Ian.

Su mundo era pequeño. Nunca lo había sabido con tanta certeza como en ese momento. Su mundo desde que tenía memoria había consistido en un par de personas en quienes confiaba, algunos conocidos, y un lugar en el cual sentirse seguro. Incluso luego de llegar a la mansión, no tardó en acomodarse y sentirse lo suficientemente a gusto para llamar a la residencia de la servidumbre su nuevo hogar. A falta de familia, los chicos Melville, Dominic, Georgia, y eventualmente Craig, se habían convertido en la única compañía que necesitaba para estar satisfecho. Trabajaba sin rechistar, porque le habían enseñado que hacer muchas preguntas complicaba las cosas más de la cuenta, y no fue sino hasta la desaparición de Vinny que aprendió otra verdad innegable: siempre existe un punto en el que una persona simplemente ya no puede vivir sin cuestionarse ciertas cosas.

Desde esa fatídica tarde, el mundo de Ian comenzó a expandirse. El hogar que Ian creyó era suyo ahora le parecía hostil, y los rostros que solían calmarlo iban desapareciendo lentamente. Ian se mantenía en movimiento constante, en una atmósfera de incerteza y peligro, y no se sentía preparado para ello. Por más lecciones a las que asistiera con los abogados de Fester u otros profesionales, por más que leyera libros o estudiara casos o buscara periódicos y revistas, Ian se sentía inadecuado, insuficiente y exhausto.

Escrito en el AsfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora