XXIV (Parte 2) - Sobre Decisiones Personales y el Cielo Nocturno

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Era pleno mediodía. Scott suspiraba por tercera vez mientras Hank tomaba su segundo café y ambos observaban a un Vinny demasiado enérgico haciendo estiramientos en la sala. Su cabello estaba suficientemente largo como para cubrirle los ojos cuando se agachaba e intentaba alcanzar el piso con sus palmas. Scott suspiró de nuevo.

—Deja eso, Scott —Vinny se alzó y estiró sus brazos tanto como pudo, intentando alcanzar el techo—. Estoy bien. Honestamente, no sé por qué tuvimos que esperar hasta hoy para sacar los últimos puntos. Me he sentido bien desde hace días. Se los he dicho miles de veces.

Hank dejó la taza vacía en la mesa y se frotó los ojos sin quitarse las gafas. —Yo soy el médico aquí, ¿recuerdas? Las lesiones de costillas no se toman a la ligera, Jimmy. ¿Estás seguro que no quieres esperar?

Vinny se detuvo. Respiró hondo, la mirada pérdida en el suelo, en las sombras que la luz natural dibujada sobre el piso. Scott lo estudió fijamente. Hank frunció el ceño, como arrepintiéndose de haber dicho algo que no debía.

—Estoy seguro —el chico contestó finalmente. Volteó hacia un reloj de pared—. Esta es la mejor hora para mezclarnos en el vecindario. Regresaremos antes de que empiece a oscurecer.

Scott se cruzó de brazos y apoyó a Vinny. —Tiene razón, Hank. No podemos esperar más.

El doctor se ajustó las gafas. La discusión se había dado la noche anterior, antes de que sus pacientes empezaran a llegar. Cuando Vinny supo que iban a quitarle los puntos, insistió en que Hank les diera permiso de ir al vecindario para hacer una llamada. Cuando Hank preguntó por qué no simplemente usaban su teléfono, Vinny frunció el ceño y Scott tuvo que intervenir.

El chico mayor explicó el plan que claramente se habían estado trazando durante un buen tiempo: Buscarían un teléfono público lejos del apartamento para hacer las llamadas necesarias. No mencionó a quiénes llamarían, pero remarcó que siempre procurarían no dejar pistas que apuntaran hacia Hank, para no involucrarlo más de lo que ya estaba. Regresarían para pasar la noche en el apartamento, y no quedó claro si se irían al día siguiente.

No era como si los chicos necesitaran el permiso de Hank. Él no los mantenía en el apartamento-clínica a la fuerza, y eran libres de moverse siempre y cuando no le causaran problemas, pero luego de que hubiesen hecho la pregunta su primer instinto fue negarse. No por las complicaciones que pudiesen surgir al dejarlos salir, o el peligro de dejar que un Vinny recién recuperado anduviese por allí con Scott, quien ahora parecía cargar el arma con mucha más naturalidad; luego de dos semanas con ellos ahí, Hank se había acostumbrado a no estar solo.

Por primera vez en mucho tiempo, Hank podía quejarse de sus empleadores, hablar de pequeñeces, comentar un programa en la televisión o escuchar elogios por el café que preparaba. Compartía curiosidades que había aprendido en la universidad con ellos, y había desempolvado los viejos libros en su armario. Su resignación hacia la manera en que se ganaba la vida había cambiado. Si ellos se iban, Hank dudaba poder seguir con su farsa, seguir atendiendo las heridas de matones Arkwright sabiendo que cualquiera de ellos podría haberle estado arruinando la vida a otro par de chicos la noche anterior.

Aún así, Hank no tenía derecho a oponerse. En el principio se había comprometido a ayudar a los chicos en todo lo que estuviese a su alcance, pero con Vinny de pie y capaz de continuar su camino, ¿cómo podría detenerlos? Si se habían limitado de ponerse en contacto con sus amigos o conocidos por pensar que le causaría problemas, Hank no podía sino sentirse culpable.

Terminó aceptando. Únicamente insistió en que los chicos aceptaran su dinero para el teléfono público, les dio las direcciones de todos los que conocía en el área y más allá, y acordaron una señal para dejarles saber que no había ningún visitante inesperado cuando regresaran.

Escrito en el AsfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora