XIX (Parte 1) - Sobre Perros de Caza

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Dos hombres, cada quien con un puro prensado entre sus labios, se reclinaron sobre sus respectivos asientos. Uno de ellos sacó una cerilla y la encendió con su pulgar; la luz naranja se reflejó brevemente sobre la pared de fondo, mientras ambos hombres encendieron sus puros y tomaron una primera calada.

—Nunca entenderé cómo estos sofás vinieron a parar acá —dijo uno de ellos, pellizcando el forro púrpura con cierto odio—. Parecen sacados de algún prostíbulo barato. Digo, sin ánimo de ofender. Sé que entiendes a qué me refiero, Clancy.

Clancy sonrió sombríamente. Tomó una larga calada del puro y lo sostuvo entre los dedos de una mano mientras saboreaba el humo dentro de su boca, sacándolo con una elegante lentitud.

—Era una solución temporal. Los cambiaremos tan pronto surja la necesidad.

El otro hombre bufó. Examinó su puro con detenimiento, e hizo una mueca de displicencia.

Tan pronto surja la necesidad... Claro, al final todo pierde su novedad, ¿no? —el hombre musitó, pero Clancy no dijo nada. Continuó fumando mientras el otro seguía con su monólogo—. Creí que la diversión duraría por un tiempo más, pero supongo que fui demasiado optimista. Debo empezar a tomar más riesgos. Ah... —volteó hacia Clancy—. Gracias por lo de anoche, por cierto.

—Brutus —Clancy interrumpió, el humo de su puro escapando por sus fosas nasales—, sabes que odio las trivialidades. Quisiste que nos reuniéramos aquí por una razón. Dime cuál es.

Brutus sonrió de lado. Se inclinó hacia el frente para sacudir las cenizas de su puro y se encogió de hombros. —Tan burdo como siempre, ¿eh? Estaba preguntándome si estarías dispuesto a repetirme el favor a partir de la próxima semana.

Clancy meditó por un segundo antes de responder. —No es tan simple, y lo sabes. Usar el incinerador para tus propios fines tendrá su costo.

—Y estoy dispuesto a pagarlo. Es uno de los riesgos a los que me refería.

—Hm. Pensé que habías dicho que el tuyo era un negocio redondo.

—Lo es —Brutus bajó la mirada hacia el piso, recordando los rostros de la multitud la noche anterior—. Las apuestas han aumentado. El crecimiento ha sido fenomenal, y el lugar se llena a tope, pero es justamente por eso que no puedo dejar que los ánimos se enfríen.

Clancy se reacomodó en su asiento, con el fantasma de una sonrisa en sus labios. —Entiendo. Es como el tabaco, entonces. Nunca puedes quedarte únicamente con lo que fumabas al empezar. La necesidad va creciendo. Es una adicción, al igual que la sed de esa gente por violencia.

—Entonces, ¿puedo contar contigo?

—De acuerdo. E intentaré dar una vuelta por tu coliseo, para ver este nuevo plan que tienes en mente.

Brutus asintió. Tornó su atención al humo que se perdía en el aire cuando a ambos los alertó el sonido de la puerta abriéndose, y un par de pasos entrando tranquilamente. Al alzar la mirada, Brutus se encontró con la figura de un joven: Jinx. En sus manos sostenía unas bolsas de supermercado. Al ver a los hombres mayores, hizo un gesto con la barbilla a modo de saludo.

—Ah, ya están aquí. Siento la tardanza, tenía que hacer algunas compras.

—Jinx —dijo Brutus, irguiéndose en el sofá—. ¿Finalmente nos honras con tu presencia?

Obviando el sarcasmo, Jinx avanzó hasta la cocina para guardar las compras. —Debieron haberme avisado antes. Los lunes suelen ser mis días libres, pero podría haber hecho una excepción si se trataba de ustedes. Servicio preferencial, podría decirse.

Escrito en el AsfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora