Intermisión 3: Craig y el Primogénito de Oro (Parte 4)

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Craig tardó algunos días en conciliarse con su decisión. En la tarde de su reencuentro con Henry los nervios le hicieron imposible hablar u ofrecer alguna explicación, pero Henry no se mostró molesto. Se fue poco después, siempre sonriente y asegurando que regresaría, y Craig agradeció el espacio y la consideración. Lo había sospechado antes, pero ahora creía saber con alguna certeza que Henry era muy maduro y sensible a pesar de su corta edad.

Las semanas que siguieron le dieron oportunidad de confirmarlo. Craig llegaba al cuarto nivel del edificio abandonado con una pizca de ansias presionándole sobre el pecho, preguntándose si el otro día había sido un sueño o una alucinación, recordando la sensación de cuando se conocieron por primera vez hacía más o menos un año. Henry estaba siempre a la vista, sentado en el piso junto a la caja de madera, pero con una postura diferente. Sus brazos y piernas se habían alargado y parecía que Henry no sabía qué hacer con ellos, y encorvaba su espalda como queriendo regresar a su vieja estatura. Volteaba hacia Craig tan pronto lo escuchaba llegar y le ofrecía una sonrisa amplia. Su expresión y el brillo de sus ojos se mantenían tan genuinos como antes.

No era difícil notar que Henry se esforzaba mucho con su propia vida para estar ahí. A menudo aparecía con algún libro o un cuaderno de apuntes para estudiar mientras Craig llegaba, o después de que Craig se fuese, además de una novela por si Craig estaba cansado y tomaba una siesta. Al mayor le gustaba curiosear desde su posición en la caja para saber qué tan complicados eran los contenidos de un estudiante de su edad, si habían cambiado desde sus últimos días en una escuela formal.

En realidad, tenía curiosidad sobre otro número de cosas, pero Craig no creía tener el derecho de preguntar. Veía los trazos cuidadosos de Henry, sus números pulcros, su gusto por los libros usados, su tendencia por usar colores oscuros en su ropa, y quería preguntar el porqué de todo. ¿Por qué había decidido llegar hasta ahí, en realidad, cuando se suponía que la vida en el norte de Vertfort era mucho más segura? Si Henry también tenía problemas, Craig quería escucharlos, aunque no estuviese en capacidad alguna de ofrecerle consejos útiles.

Estas batallas internas cambiaban la atmósfera alrededor de ellos. Henry volteaba hacia Craig y lo examinaba con una expresión curiosa.

—¿Sucede algo?

Craig fruncía el ceño para esconder sus meditaciones. —Espero que no estés sacrificando tus notas para estar aquí.

—Sé que te molestarías conmigo si lo hiciera, así que ten por seguro que no es el caso. ¿Quieres ver mis notas para comprobarlo? —Henry ofrecía. Craig negaba con la cabeza y daba la conversación por terminada, pero Henry tomó nota mental de enseñarle todas sus pruebas a partir de ese momento. Sus notas eran impecables, y Craig estaba impresionado e, incluso, un poco orgulloso. Una pequeña parte de sí se regodeaba del hecho que su presencia no perturbaba al chico menor. No le hacía mal. Podía seguir, podía dejar de sentirse tan culpable.

Pero un nuevo tipo de culpa lo agobiaba poco después. Tan pronto Craig regresaba con Riff y caminaba hacia la guarida, recordaba que en realidad era él quien mantenía los secretos peligrosos. Henry no se guardaba nada, se mostraba tan transparente como podía sin hostigar a Craig, y él todavía no sabía cómo regresar esa confianza. Si iba a tomar esta oportunidad, si iba a convertir a Henry en su ancla con la realidad, si iba a empujar sobre él la responsabilidad de ser el único que conociera quién era en verdad Craig Memphis, tenía que dejarle saber el porqué.

Recordó, de nuevo, su primer encuentro. Henry le había preguntado si Craig también estaba en peligro, si esas personas peligrosas que rondaban por el área eran personas que él conocía. Era injusto apoyarse en el chico y no revelarle la verdad sobre su encierro, la verdad sobre el grillete de los Arkwright cerrado fuertemente alrededor de sus tobillos. Henry era el tipo de chico que inmediatamente se ofrecería para correr hacia la policía, y Craig pensó en cuanta persuasión le tomaría convencerlo de que sería inútil quejarse.

Escrito en el AsfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora