Intermisión 3: Craig y el Primogénito de Oro (Parte 2)

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La situación de Craig era un constante reequilibrio de balanzas. No solo los móviles y las armas, sino también otro sinfín de beneficios vinieron rápidamente con el favor de Bruno, incluyendo nuevos autos y cargamentos de droga más constantes. Craig se quedaba hasta tarde estudiando por su cuenta para dedicar el día entero a cooperar con el pesaje. Eventualmente el trabajo fue demasiado para ellos, e Ingram decidió incorporar a más subordinados en la guarida.

Tener a casi diez personas era mucho más difícil que tener a tres. Craig se mantenía al margen del grupo y observaba la dinámica entre Ingram, el jefe, y sus nuevos empleados. El inglés no era un tonto y les dejaba claro que no confiaba en ellos; empezó a tener esporádicas muestras de poder limpiando su arma desde su silla mientras los otros trabajaban, o sosteniéndola con el dedo puesto sobre el gatillo mientras repartía indicaciones. Craig, desde la puerta, se esforzaba por medir las reacciones de los nuevos. Si había un eslabón más débil en esta cadena, él debería aprovecharlo.

Sin embargo, había un segundo hecho que se le hizo claro casi de inmediato. Ingram, por cualquiera que fuese la razón, sí parecía confiar en Riff. El matón era su mano derecha y su método de control, ocupándose de la supervisión de tareas y análisis esforzado de cifras de ventas y movimientos por la ciudad. Su nuevo rol hacía que su horario quedase cargado la mayor parte del tiempo, dificultando las escapadas de Craig hacia la biblioteca. Si el chico se dejaba ser hecho a un lado, jamás recuperaría el contrapeso que había logrado obtener. Sus noches de terror con Bruno no contarían para nada, y eso era simplemente inaceptable.

No le importaba despertar a Riff temprano para aprovechar las horas de la mañana en que el tráfico de drogas se mantiene relativamente inactivo. Craig se plantó en la puerta de la oficina-habitación donde Riff pasaba su tiempo en la guarida y no dejó que gritos, maldiciones o amenazas rompieran su resolución.

—Me llevarás —dijo, manteniendo el contacto visual, aferrándose de la imagen de un Bruno demoníaco para reafirmar cuán insignificante era Riff en comparación—. Ahora.

—Maldito puto —gruñó el otro, enfundándose el arma y echando su móvil en su bolsillo. Riff se acercó a Craig y lo tomó por el cuello, arremetiéndolo contra la puerta. Craig no alejó la mirada. Hastiado, Riff hizo sonar las llaves de su nuevo auto y se abrió camino hasta la salida del edificio.

Una vez en el auto, Craig se permitió hacer una mueca de dolor. El secuestro le había enseñado cuán frágil era su cuerpo, en especial su cuello. Incluso la mejora en su dieta alimenticia no era suficiente para hacerlo crecer más, y Craig tendría que acostumbrarse a la idea de que sería un tipo menudo durante toda la vida.

No sabía cuánto tiempo tendría en la biblioteca, así que Craig se esforzó por aprovecharlo. Tomó una montaña de libros sobre temas aparte de los números, los cuales había cubierto a lo mejor de su capacidad por varias semanas. Se concentró en literatura, inglés, ciencias e historia. Estaba de pie frente a las estanterías cargadas de libros sobre grandes batallas y personajes de renombre cuando una idea lo hizo detenerse en seco.

Buscó a Riff, más allá del pasillo, en su posición usual cerca de la recepción. Parecía estar batallando con el sueño, y Craig, sin la más mínima pizca de respeto para el matón, consideró que no podría atar cabos aún si se diera cuenta del plan que el chico empezaba a forjar. Los ojos de Craig regresaron a los libros y buscaron, más al fondo, una sección que hasta ese entonces no le había interesado: una hemeroteca.

Se acercó lentamente, los pensamientos llegándole en torrentes, las preguntas surgiendo una tras otra sin descanso. ¿Qué tan amplio sería el archivo de una biblioteca tan pequeña? ¿Qué tipo de revistas tendrían? ¿Cuáles eran las posibilidades de encontrar lo que buscaba en los viejos periódicos de Vertfort?

Escrito en el AsfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora