XXIV (Parte 3) - Sobre Una Reunión Esperada

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Craig tenía un largo historial de huidas y persecuciones. De alguna manera parecía que la mayor parte de su vida había transcurrido corriendo de un lugar a otro, entre los callejones, deslizándose de una calle a la siguiente, escuchando los pasos que seguían su rastro y examinando todos los alrededores en busca de una manera de defenderse. Se dibujaba las peleas en la mente, ensayaba los escenarios, perdía el miedo a recibir golpes y la timidez de repartirlos por su propio puño. Las armas arruinaron su ritmo, pero Craig pudo adaptarse. Tenía que hacerlo. Nunca tuvo opción.

Sin embargo, ahora su pensamiento no fluía con tanta facilidad. Los escenarios que reproducía mentalmente mientras corría eran interrumpidos por un temor del que Craig no podía deshacerse. ¿Qué tanto saben de mí? ¿Por qué vienen por mí? ¿Bajo órdenes de quién?

Quería saber, pero no había manera de simplemente preguntar. Craig se había perdido en las calles oscuras; su respiración era desesperada, entrecortada, y su pecho se sentía como una caldera. A los cinco persecutores de hacía unos minutos se les había sumado un sexto, y Craig sabía que estaban cerca, sabía que trabajaban para la familia Arkwright, pero no habían hecho un solo disparo contra él en cada ocasión en que el ex-tutor se habría creído un hombre muerto.

Su propia arma seguía con el seguro puesto. Craig cerró los dedos alrededor de la culata con fuerza y pensó en sangre, en gritos, en años de convivencia con ese mundo de bestias y demonios. Por toda la fuerza que aparentaba tener, a la hora de la verdad le costaba tomar las decisiones de vida o muerte. Muchas veces había estado a punto de morir, y aunque ahora estaba poniendo su vida sobre la mesa por un par de chicos inocentes, en el fondo Craig fue invadido por la culpa. Culpa, porque lo que lo mantenía fuerte, lo que hacía que no se detuviera, no era su deseo de proteger a otros o protegerse a sí mismo, sino el miedo de dejar que las voluntades de otros fueran impuestas sobre él.

Quitó el seguro de la pistola. Respiró hondo. Encontró una camioneta vieja en un costado de la estrecha calle y se deslizó junto a ella, rodando sobre el asfalto para esconderse debajo. Esperó. Las zancadas de los matones llegaron segundos después y Craig, apretando los dientes, disparó.

La bala dio en el tobillo de uno de los tipos, quien inmediatamente cayó de rodillas y soltó un grito desgarrador. Sus compañeros dieron un paso atrás y recorrieron sus alrededores con las miradas en busca de Craig. El ex-tutor inhaló con fuerza. Tenía que seguir mientras su escondite no fuese descubierto, pero la sangre empapaba el pantalón del hombre a quien le acababa de disparar, y era difícil continuar como si simplemente estuviese apuntándole a latas apiladas en una feria...

—¡Ahí! —un tipo señaló la camioneta. De repente cinco miradas iracundas encontraron a Craig y tuvo que huir de nuevo.

Rodó hacia la calzada, dando con ella con fuerza. Ignoró el dolor y se puso de pie, bajando la cabeza, escondiéndose tras el resto de autos estacionados a lo largo de la calle. Los disparos de sus oponentes resquebrajaron vidrio tras vidrio a sus espaldas y Craig fue ensordecido por el estruendo de cristales en el suelo, maldiciones en el aire, y la adrenalina inundándole las venas y amplificando el latido de su corazón.

Se detuvo al final de la calle, tras un auto cuatro-puertas. Los cristales de sus ventanas volaron en segundos y grupos de pasos se acercaron. Craig volteó hacia la esquina de la cuadra, donde ya no había otros vehículos estacionados, y tomó impulso. Un tipo se deslizó sobre el capó y el ex-tutor lanzó una patada hacia su rostro sin pensárselo dos veces; a pesar del grueso y pesado material de sus botas, creyó sentir elc crujir de hueso bajo su pie.

Atrás suyo aterrizó otro hombre, y Craig se tumbó al suelo para esquivar su ataque. Haciendo uso de sus reflejos rápidos, atrapó el tobillo de su oponente y tiró de él hasta que este cayó de espaldas. Craig se alzó de nuevo y le asestó tres patadas en el estómago antes de golpearlo en la sien con la culata del arma.

Escrito en el AsfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora