XXII (Parte 1) - Sobre la Llama en el Viento

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Las rodillas de Scott golpeteaban contra el tablero. Scott no parecía percatarse, o simplemente no le importaba; había pasado demasiadas noches acurrucado en un espacio oscuro y diminuto como para molestarse en ese momento. El concepto de comodidad en sí ya no existía para él, y no había espacio para ello en su mente. Ahora, con el ruido del motor y su vibración bajo sus pies, Scott pensaba en las cosas más básicas: vivir, huir, acelerar, seguir sin detenerse.

En el espejo retrovisor no veía más que oscuridad, una pantalla negra rota ocasionalmente por una mancha más clara, un edificio gris, y un par de faroles de automóvil observándolo como los ojos de un depredador. Scott tomó una curva a toda velocidad, sintiendo el quejido del motor y el chirrido de los neumáticos, y continuó su camino entre las fábricas abandonadas. La amplitud del exterior casi cegadora. Había tanto que ver, tantas cosas desplegadas sobre un espacio extenso del que había sido privado por tanto tiempo, que sus ojos apenas podían procesarlas. Se sentía abrumado por las cosas más mundanas, y asqueado por cuán fácil había dado por sentado que jamás volvería a verlas.

Los faroles en el espejo retrovisor se hicieron más pequeños. Scott observó los indicadores en el tablero de su auto. Iba a unos 140 kilómetros por hora, una velocidad imposible de imaginar si estuviesen en el corazón de la ciudad de Vertfort. Era difícil creer que ese lugar, ese cementerio de estructuras, era parte de ella. Scott no tenía la más mínima idea de dónde estaban, o hacia dónde se dirigían. ¿Qué debería hacer? ¿Qué giro debería tomar? ¿Dónde estarían a salvo? No tenía una respuesta, y a pesar de ver a sus persecutores quedar rezagados en la carretera, Scott sabía que su verdadero enemigo era el tiempo.

Seguía sosteniendo el arma en una mano. Lentamente, Scott la dejó sobre su regazo y extendió su brazo hacia Vinny, quien yacía en el asiento de copiloto, envuelto en una manta. Cuidadosamente, Scott posó una mano sobre el hombro de Vinny y respiró hondo.

—Buscaré ayuda —dijo—. Encontraré ayuda. Pronto. Solo espera un poco más, por favor...

—Por favor ingrese un destino —una voz mecánica interrumpió. Scott tomó el arma de nuevo, casi instintivamente, y echó un vistazo a sus alrededores—. No se ha ingresado un destino. Para obtener asistencia del navegador, ingrese su destino, por favor.

Los ojos de Scott se enfocaron en el centro del tablero. En una abertura había una pantalla pequeña, al parecer táctil, con la imagen de un signo de interrogación. Scott observó con más cuidado y reparó en un logo en la esquina inferior de la imagen: "Navegador GPS".

Había más información en la pantalla. Scott alzó una mano y empezó a explorar las opciones del menú, volteando cada cierto tiempo para ver el camino delante de él y los autos que lo perseguían en el espejo retrovisor, tan pequeños como estrellas pero muy insistentes. Mientras se movían por la pantalla, sus dedos temblaban y dejaban marcas de sangre. En una esquina de su mente, Scott pensaba en cuán extraño era ver tecnología de nuevo, luego de que su vida fuese supervisada por cámaras de seguridad con imagen en blanco y negro.

Eran cerca de las tres de la mañana. El GPS también tenía el nombre del dueño del auto, su dirección, destinos frecuentes, y la confirmación de que el sistema estaba en línea en esos momentos. Scott buscó alguna manera de cambiar la configuración, pero era inútil. No estaba seguro de cómo funcionaban los navegadores, pero empezó a sospechar de que se trataba de un intercambio bidireccional: él podía digitar un destino, y alguien más detrás de algún computador podría rastrear esa elección y atraparlos.

Scott pisó el acelerador. Tenía que perder los autos de vista de una maldita vez. No podía seguir en ese auto durante mucho tiempo.

Vinny seguía sin reaccionar. Scott puso una mano sobre su hombro para mantenerlo en su lugar y encendió las luces altas. Más adelante divisó un lote abandonado con algunos escombros y avanzó directamente hacia él. El auto abandonó el pavimento y saltó al atravesar la tierra. Nubes de polvo se alzaron tras ellos y Scott zigzagueó al esquivar los obstáculos. El polvo se iluminaba con los faroles de los autos que bamboleaban por el camino improvisado, y Scott apretó los labios mientras maniobraba. Tosió al sentir el aire sucio entrar por la ventanilla rota, y aceleró de nuevo.

Escrito en el AsfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora