IV (Parte 2) - Sobre un Ajetreo Matinal

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Aún si Olivia Melville viniera con manual incluido, Dominic estaba más que seguro que jamás la entendería. Había un único principio fundamental que había logrado derivar de su conducta, y era que, básicamente, los odiaba a todos. Las únicas excepciones aquí eran aquellas personas que le servían ciegamente, como Margaret, y aquellas personas que tenían toda la potestad de mirarla de menos, como Fester.

Para el resto de habitantes de la mansión era una historia diferente. Georgia gozaba de una neutralidad envidiable, pero Ian era detestado tan solo por ser ese tipo a quien Margaret odiaba. Craig era el tutor que no tenía el más mínimo derecho de poner pie en esa casa, mucho menos vivir en ella, pero que habría logrado permanecer ahí durante casi una década por giros incomprensibles para ella. Por último, Dominic había formado parte del personal incluso antes de que Olivia conociera a Fester, pero ella lo consideraba un imbécil que llevaba a su esposo a bares y prostíbulos sin rechistar ante sus órdenes. A pesar que estas palabras no habían salido explícitamente de boca de Olivia, los tres estaban conscientes de cómo eran vistos en sus ojos, e incluso habían aprendido a lidiar con ello.

Lo que nadie había podido comprender era el trato que tenía hacia sus hijos. Se divertía cuando Vinny pasaba un mal rato, se molestaba cuando mostraba entusiasmo o alegría. Cuando Vinny fue expulsado del instituto de élite al que asistía en la ciudad aledaña, Olivia había sido la primera en sugerir un listado de internados en Europa donde el chico solo tendría unas nueve semanas al año para regresar a Vertfort. A Fester no podría haberle importado menos; fue Craig quien logró persuadirlo para que, a pesar de la indignación de su madre, Vinny fuera inscrito en North Vertfort Middle School, y posteriormente en la secundaria de la misma institución.

El asunto de Henry había sido otro golpe difícil de digerir. Casi todos estaban destrozados, exceptuando a los padres. Fester parecía únicamente enfurecido, como quien acaba de perder su casa en un juego de cartas. Olivia, por otro lado, parecía feliz por la ausencia de su primogénito. Ni siquiera había intentado contactar a Vinny, quien en aquellos entonces estaba todavía en el instituto privado y había recibido las noticias en un silencio agonizante. Meses después, en el momento de la expulsión, ninguno de los mayordomos ni Craig pudieron reprocharle su conducta; si su propio hermano mayor no le había comentado sobre sus planes de escapar, no había duda de que Vinny se sentiría abandonado y confundido, y esa confusión se tradujo en una rebeldía que ellos lucharían por contener.

Ahora, años después, Dominic seguía pensando que el ambiente en la mansión no lograba sino emperorar. Estaba apoyado sobre una de las columnas que sostenían el techo en el camino que anexaba la residencia principal con la de la servidumbre, donde antes las habitaciones apenas habían dado abasto para todos los empleados, y donde ahora los viejos muebles solo acumulaban polvo dentro de las estancias desocupadas. Era temprano, y el aire de la mañana se iba haciendo más cálido poco a poco. La primavera se preparaba para llegar, y se notaba en el color que tomaban los jardines, con los retoños de las flores que empezaban a abrirse, el césped que pronto resplandecería de nuevo, y los árboles que volverían a llenarse de hojas de los tonos más intensos de verde.

Dominic pensó, inevitablemente, en los ojos de Ian. Escuchó el eco de su voz dulce y tranquila despertándolo un par de horas antes, sus pasos delicados sobre los pisos que él mismo se encargaba de limpiar, sus manos finas apenas apoyadas sobre la perilla de la puerta. En el fondo de su mente siempre estaba la imagen de Ian, quien había logrado, contra todo pronóstico, mantenerse tan afable y conciliador como era una década atrás.

Como si hubiera sido invocado, el segundo mayordomo apareció entonces por la puerta de la residencia de empleados. Dominic iba a pararse derecho, actuar tranquilo, comentar casualmente cuán difícil había sido el fin de semana, pero entonces vio que Ian no se detenía. Se saltó la verja que limitaba el pasillo y corrió a toda velocidad rumbo a la calle de acceso, hacia las puertas de hierro.

Escrito en el AsfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora