XIX (Parte 2) - Sobre Lecciones de Disciplina

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Ian doblaba y desdoblaba la esquina de una página en su cuaderno. Frente a él, Penley, su profesor impromptu, calificaba una prueba que recién había terminado de contestar. Era poco más del mediodía, y durante el almuerzo tanto Penley como su aprendiz habían estado ausentes para poder terminar la lección lo antes posible.

—Todo bien. Te tardaste un poco más de lo esperado, y esa es mi única queja —Penley dejó la papeleta frente a Ian y lo miró con cierta decepción—. Deberías hacer estos cálculos mecánicamente. Espabila un poco, Ian, ¿quieres?

El más joven asintió, apenado. Penley soltó un suspiro lastimero y tomó su maletín, metiendo dentro todo lo que había traído consigo. —Bueno, hasta aquí llegamos por hoy. Tengo una reunión y no puedo llegar tarde... Ah, recuerda leer los artículos que te dije.

—Entendido —Ian se puso de pie con intención de abrir la puerta para el abogado, un viejo hábito que no podía quitarse de encima, pero el tipo negó con la cabeza.

—Puedo salir solo, chico. Voy con prisa, no necesito un escolta.

Fríamente rechazado, Ian se quedó de pie en su lugar mientras escuchaba los pasos de Penley alejarse por el pasillo. Bajó la mirada hasta su papeleta, y a pesar de no haber cometido error alguno, a pesar de estar avanzando en los estudios que Fester le había impuesto, Ian no podía sentirse satisfecho. Se dejó caer de nuevo en la silla y cruzó sus brazos sobre el escritorio, apoyando su cabeza sobre ellos.

Los días lo cansaban demasiado. Se encontraba pensando a media tarde en cómo deseaba que el día llegase a su fin cuanto antes, cómo deseaba que algo, cualquier cosa, rompiera con la atemorizante rutina que había caído sobre la mansión Melville. El mismo agotamiento de sus lecciones y sus nuevas tareas hacían que por las noches no pudiese siquiera esperar a que Dominic y Fester regresaran de sus reuniones y cenas de negocios. Ian tenía ya dos días de no ver al primer mayordomo, y era suficiente para crearle una sensación de sofocamiento en el pecho.

Recordaba la última vez que habían pasado tanto tiempo separados, más de una década atrás, cuando Ian apenas empezaba sus estudios de suficiencia para la secundaria y Dom recién había completado su entrenamiento como chofer. Aquella había sido también una época de cambios, pero la atmósfera en la mansión había sido diferente: Henry tomaba sus lecciones en su estudio, Vinny hacía un escándalo afuera, en la piscina o corriendo por los jardines, y los títulos de primer y segundo mayordomo les habrían parecido tan irreales que Ian y Dom habrían echado a reír. En medio de ese ajetreo, ver a Dominic lo llenaba de una euforia incomparable, algo que Ian llamaba felicidad, mientras que ahora en lugar de anticipación solo sentía una terrible ansiedad.

Craig se había dado cuenta. Ian, quien compartía correos un poco más casuales con el ex-tutor, no se percató del momento en que sus mensajes se volvieron más cortos, menos expresivos, pues su mente se matenía preocupada. Craig lo había mencionado casualmente, preguntándole si había algún problema, algún detalle que los mayordomos le habían escondido por miedo a hacerlo sentir culpable, e Ian se encontró sin una respuesta convincente para ofrecerle. No tenía duda alguna de que era mejor que Craig se hubiese liberado de Fester, pero la falta de noticias sobre Vinny y la soledad de la mansión empezaban a destruir todo positivismo que había existido dentro de Ian. Había pasado un mes desde que sus tardes despreocupadas se habían esfumado por completo, y la memoria parecía cada vez más distante, borrosa, como si nunca hubiese existido.

Ian empezaba a adormitarse, sus párpados volviéndose lentamente más pesados, cuando un sonido grave retumbó en su estómago. No había comido aún, y si no hacía algo al respecto en verdad se quedaría dormido allí mismo. Con un suspiró, Ian se puso de pie, se frotó el rostro con las palmas de sus manos, y puso su mejor cara antes de salir en dirección de la cocina.

Escrito en el AsfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora