XVII (Parte 1) - Sobre Máscaras y Fortuna

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Las noches de fin de semana eran las más largas. Los bares nadaban con jovencitos en una ávida búsqueda por alcohol, sexo, y otras maneras de sentirse importantes. Aunque muchos adultos recurrían al mismo método de desahogo, el área cosmopolita de Vertfort era mayormente frecuentada por gente madura, profesionales que aún en las noches de domingo buscaban únicamente un lugar donde relajarse, beber un poco, y ordenar los sucesos de la semana que acababa de llegar a su fin.

Ese grupo selecto constituía la clientela de Mordred Bar and Lounge, un elegante y moderno local que se había hecho un hueco entre rascacielos, oficinas, y centros comerciales. Era un lugar amplio y discreto, proveyéndoles a los visitantes tanta privacidad como era posible; el interior era iluminado tenuemente por lámparas que pendían de un intricado cruce de listones de madera en el cielo raso, y las paredes en tonos fríos invitaban a relajarse y dejar las preocupaciones de la ciudad lejos del bar. El área de clientes consistía en un salón diagonal lleno de mesas con una amplia y excepcionalmente abastecida barra a su centro, como una tarima en un evento musical. Cortinas de las telas más finas separaban cada mesa, y las vistas al exterior eran bloqueadas por un cristal opaco. Una puerta junto a la barra llevaba hacia los baños, y del lado contrario una puerta similar daba acceso a la otra mitad del local, en la cual se ubicaban las estancias privadas, oficinas, cocina, y bodegas.

Casi todos los asientos estaban ocupados esa noche. Cuando el reloj en lo alto de la barra pasó de la medianoche, poco a poco el murmullo de voces bajó de intensidad, los clientes optando por pagar la cuenta y regresar a sus apartamentos, suites o pent-houses. Pronto también la barra quedó desierta y, finalmente con espacio para respirar, el bar ténder se apoyó sobre la encimera de lustre madera, moviendo su cabeza de un lado a otro para liberar tensión en su cuello.

Era joven, sí, pero tanto tiempo de pie podía cansar a cualquiera. Jens, conocido más como Jinx para todos sus clientes y socios, no solo preparaba y servía los tragos; era también el dueño del lugar. Mientras el par de meseros que había contratado por la temporada iban escoltando a las últimas personas hacia la puerta, Jens sacó tres vasos cortos y una botella de ron.

—Acérquense —les dijo, luego de que corrieran el cerrojo de la puerta principal—. Fue una buena noche.

—Ah, gracias —dijo una chica pelirroja, la primera empleada femenina que Jens había tenido—. No pensé que un domingo sería tan ajetreado.

—Y que lo digas —agregó el otro empleado, un tipo de cabello rizado y nariz chata—. Menos mal que ahora tendemos algunos días libres. Creo que podría hibernar como un maldito oso.

Jens sonrió cordialmente. Los chicos no eran mucho menores que él, acababan de cumplir la edad en la que podían beber, pero aún sin licor tendían a ser mucho más parlanchines de a lo que él estaba acostumbrado. Su tarea como superior y gerente era ser agradable, nada más. Confiando en que un trago los calmaría, llenó los tres vasos cortos y los repartió frente a él.

—Esta noche probarán uno más fuerte. Si llegan al final del próximo mes, quizá les prepare algo más elaborado.

La chica tomó su trago y lo observó con cierta duda.

—Eh, ¿se sentirá en mi aliento? No creo que a mi novio le agrade que...

—Entonces tu novio es un patán, y tiene mal sentido del olfato —aseveró Jens—. En este bar solo hay bebidas de calidad, bebidas que yo recomiendo.

Ambos chicos se sorprendieron por la repentina seriedad de su superior. Apenas habían empezado a trabajar dos semanas antes, únicamente porque el empleado de confianza de Mordred había tenido una emergencia familiar, pero no se acostumbraban a lo volátiles que eran las personas en esa parte de la ciudad. Casi por obligación, bebieron el ron con cierta dificultad, suspirando luego de que el líquido bajara por sus esófagos.

Escrito en el AsfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora