Intermisión 3: Craig y el Primogénito de Oro (Parte 18)

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El resto del año transcurrió fácilmente; era la tercera vez que Craig experimentaba los cumpleaños, fiestas, las semanas lejos de Henry por los viajes de la familia, las festividades entre los empleados de la mansión, incluyéndose él. Henry le había advertido que detestaría la vida como un títere más de los Melville, pero la cercanía entre ellos permitió que esto se convirtiese en una mentira; eran dos contra uno, una promesa hecha y rehecha cada noche en que Craig se entregaba a las manos de Henry y las palabras desperdigadas de su primera noche en el auto de Craig comenzaban a conectarse: Henry, te adoro, todo está bien si estoy contigo. Craig, eres el primero y el único de quien me he enamorado.

Durante el invierno, se volvió una costumbre dormir en la habitación de Henry bajo una misma frazada. En algunas ocasiones la alarma era inútil y Craig terminaba corriendo por el pasillo minutos antes de que el resto de la mansión se levantase, pero también allí logro encontrar una pequeña felicidad.

Dado que Craig ya tenía su auto, él y Henry decidieron escapar de nuevo hacia el instituto de Vinny para su cumpleaños, celebrado además en la mansión. Vinny, frente a todos, empezaba a alejarse un poco mientras su personalidad se cimentaba: pretendía estar ajeno a lo que ocurría en la mansión, pero en el fondo lo sabía. Fester y Olivia lo apartaban. No esperaban mucho de él. Fue alrededor de esas fechas en que Vinny le dijo a Henry algo terrible: he abrazado más a Georgia o Ian que a nuestros padres. Y no había manera de borrar esa verdad de su mente.

Las conversaciones entre Henry y Craig giraban en torno a esas crueldades a las que Fester sometía a todos quienes lo rodeaban. Henry, desde ya, ideaba las maneras que podía para contrarrestarlas. En las noches en que hablaba del pasado, de sus memorias de una infancia escenificada y el apoyo honesto de los empleados en la mansión, a veces Craig notaba la mirada de Henry perdida. Era la mirada con la que consideraba el verdadero liderato que él deseaba personificar; no el próximo magnate de los Melville, sino la piedra angular que determinaría la familia peculiar que conformaba su universo: mayordomos, cocinera, un hermanito inquieto, y un chico a quien encontró al azar y ahora era un pilar fundamental en su mundo.

Había hitos a los que no podían escapar. Las fiestas por cosas banales como San Valentín, aniversarios, cumpleaños. Las fiestas estrictamente de negocios, por la firma de un contrato, la alianza con un nuevo empresario o financiero, jubilación de viejos empleados. Pasaron los meses y Craig le confesó a Henry: no puedo esperar el día en que haya permanecido más tiempo contigo que en mi encierro.

Una noche al final de Mayo, Craig y Henry yacían juntos en silencio. Habían regresado de la fiesta por los dieciséis de Henry, la cual había sido celebrada en la casa de campo de un nuevo asociado de Melville Autoparts, como gesto de buena fe. Las ocasiones se habían entremezclado, lo mundano con los negocios, y Craig y Henry casi no habían tenido tiempo para verse o cruzar más que un par de palabras. Craig besó a Henry durante los minutos que les restaban antes de medianoche. Al separarse, Henry sonrió y empezó a cantar.

Rey de belleza de solo 18 años, él tenía algunos problemas consigo mismo —Henry cambió levemente la letra—. Él siempre estaba ahí para ayudarlo, él siempre le perteneció a alguien más...

Para ese entonces la voz de Henry era definitiva, más profunda que la primera vez que Craig lo había escuchado cantar. No solo eso: no había dejado de crecer. Craig era arrullado por su voz, acunado entre sus brazos.

—Este día es acerca de ti, no de mí —Craig repuso.

—Pues al final de todo es lo mismo —Henry dijo, y continuó—: No me importa pasar cada día fuera en tu esquina, bajo la lluvia torrencial. Buscar al chico de la sonrisa rota, preguntarle si desea quedarse un rato. Y él será amado, él será amado...

Escrito en el AsfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora