La joven recepcionista tras el escritorio tecleaba nerviosamente. Su mirada se repartía entre las palabras en la pantalla y la escena inverosímil que se pintaba en la sala de espera. La estancia era amplia, con varias lámparas colgando de un techo alto y brillando sobre pisos encerados y los acabados metálicos de las paredes. Había sillas para los visitantes además de un elegante sofá de cuero negro, pero la recepcionista estaba acostumbrada a verlo ocupado por extraños que venían a poner quejas, o ejecutivos a la espera de un socio. La imagen del presidente de la compañía sentado sobre él era tan anormal como si un perro callejero empezara a recitar poesía.
Fester Melville, con los brazos cruzados sobre su pecho como gesto de irritación, tenía los ojos clavados sobre las puertas de cristal que dirigían al exterior. Llevaba varios minutos esperando a alguien, y si bien se le veía un poco aburrido, no parecía enteramente de mal humor. En contraste, a su lado se sentaba su chofer, Dominic Neumann, quien era la mismísima encarnación de seriedad y rigidez. Los reflejos de la iluminación del lugar le daban a sus irises un color casi blanco, y cada cierto tiempo sus dedos pasaban sobre el nudo de su corbata, como temiendo que estuviese siquiera un milímetro fuera de lugar.
La recepcionista podía ver en él a alguien concentrado e imperturbable, pero la verdad es que la mente de Dominic estaba en otra parte.
—Ahí está el imbécil —dijo Fester, poniéndose de pie con cierto letargo. Dominic dirigió la mirada hacia el auto que acababa de detenerse frente a la entrada, y reconoció la figura que salió del asiento trasero.
Los tres hombres se encontraron en la puerta. El recién llegado extendió sus brazos a sus costados como recibimiento, y Fester se adelantó para darle dos fuertes palmadas en los hombros.
—Llego un poco tarde, pero no es mi culpa, ¿de acuerdo? —empezó a excusarse, haciendo una mueca de enojo—. Son esos idiotas en el aeropuerto. Mi equipaje aún no había llegado y...
—Guárdate las patrañas para otro momento —cortó Fester, pasando junto a él para salir. Alzó una mano y chasqueó los dedos—. Dominic, sé rápido. No he comido todavía, y apuesto que hay un festín esperándonos cuando lleguemos.
El auto en el que el tipo había llegado era de la compañía, y sería llevado a la cochera. La mini-limosina estaba un poco más adelante. Fester avanzó rápidamente hasta ella, dejando a los otros dos caminando tras de él para mantenerle el paso. Antes de tomar el asiento del conductor, Dominic sintió la mirada del otro tipo sobre él y volteó para verlo frente a frente. El tipo sonrió de lado.
—Te promovieron, pero sigues siendo el conductor designado. Dime, ¿cómo prefieres que te llame? ¿Señor Chofer? ¿Sirviente Número Uno?
—Señor Myska —respondió Dominic, su voz vacía tanto de odio como de cordialidad—. Vamos tarde.
Myska abrió la puerta y se encogió de hombros. —Podrías dejar el "señor". Todos somos adultos aquí, Neumann.
Sin más, Dominic ocupó su lugar tras el volante y arrancó de inmediato. La mini-limosina tomó las calles con rapidez, pero a su interior el ambiente seguía tranquilo. Dominic miró el espejo retrovisor, reparando en las figuras de los dos hombres que conversaban animadamente. Parecía ser que él era el único incómodo, y no había más remedio que soportarlo, aunque hubiese preferido que Myska se tomara más tiempo en su viaje al extranjero.
Entre todos los asesores y socios de Fester, Oswald Myska era el único quien podía llamarse su mano derecha. Al igual que el magnate, en su rostro se leía una vileza que no se detendría ante nada con tal de conseguir el mejor contrato posible. Myska tenía una escasa cabellera negra y su piel se veía pálida. Su rostro tenía pómulos prominentes, líneas de expresión definidas, una barbilla angulosa y cejas finas, que volvían sus expresiones mucho más maliciosas de lo que ya eran. Era delgado, a diferencia de muchos otros hombres de negocios, y apenas más alto que Fester.
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Escrito en el Asfalto
Novela JuvenilLa ciudad de Vertfort fue, por muchos años, tierra de nadie. Ahora, luego de generaciones de herederos, bancarrotas, absorciones y traiciones, quedan tres familias: Arkwright, Landvik, y Melville. Vinny Melville, a sus dieciocho años, es el joven h...