Intermisión 2: Craig Memphis Toca Fondo (Parte 6)

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Un reguero de líquido oscuro se extendía por el pavimento. Un hombre, en manos y rodillas, seguía ampliándolo con su propia sangre. Se tambaleó hasta ponerse de pie de nuevo y recibió un derechazo a la mandíbula antes de poder cerrar sus manos en puños.

Ingram, a cierta distancia, observó la sangre con desinterés. Riff seguía haciendo su trabajo de matón, esperando hasta que el tipo cayera inconsciente para asegurarse de que hubiese aprendido la lección de no pasarse de listo con la mano que lo alimentaba, y era algo tan rutinario que a Ingram le resultó aburrido. Quería fumar, pero no quería dejar las cenizas sobre la sangre, ni sobre sus zapatos, así que se contuvo.

Riff tardó un zurdazo y una patada más antes de terminar. Volteó hacia su jefe mientras se quitaba los guantes de cuero, y no le sorprendió ver que él no prestaba mayor atención. Era difícil concentrarse cuando tenían una nueva mascota en la guarida, y Riff, con su razonar simple, se preguntaba por qué Ingram seguía dejando pasar los días como si nada. Ya había pasado casi un mes, cuatro tortuosas semanas de voltear hacia las escaleras con cada ruido pensando que el chico intentaba escapar, y aunque estaba mucho más dócil que cuando recién había llegado, Riff quería verlo más dócil aún.

Ambos pensaban en el complejo de oficinas que llamaban centro de operaciones, olvidando su tarea actual. A sus pies, el tipo, uno de sus socios encargado de la distribución de mercancía, escupió un diente y perdió el conocimiento. Riff se guardó los guantes y esperó a que Ingram reaccionara, guiándolos fuera del callejón.

El aire de la noche era fresco. El verano se había marchado muy rápido, y el otoño se anunciaba con cielos claros y fiestas en las cuales distribuir mercancía. A pesar de ser relativamente nuevos en ese ámbito, por lo menos en cooperación con los Arkwright, el negocio de la droga en sí llevaba décadas acechando las calles de Vertfort del sur. En ese tiempo, Riff había subido un escalón, de chico problemático a matón que cobra por usar los puños, e Ingram había tomado la decisión de dejar atrás su barrio pobre de Inglaterra para llegar a un barrio pobre americano, a pesar de lo amargado que parecía acerca de ello. Riff no sabía las condiciones exactas que lo llevaron a esa decisión, pero sí sabía que era mejor no preguntar para no alterar a su jefe. Presumía que la cicatriz de Ingram tenía algo que ver, y se preguntaba cómo habría sido su rostro en los días en que su acento era demasiado pesado como para que los americanos de Vertfort lo entendieran.

La zona en que trabajaban ahora no era exactamente una zona Arkwright, y esa era parte también de su trabajo. Los movimientos hacia el norte, buscando evitar la peste de crimen que se expandía por el sur, habían dejado espacios inhabitados y nuevas batallas territoriales para dominarlos. Riff no las llamaría exactamente batallas, sino más bien bravuconerías, y eran lo que le daban la oportunidad de vivir bien a pesar de no tener un triste título con el cual conseguir otro trabajo más digno. Ya había soportado a sus padres quejumbrosos por años, así que trabajar con Ingram, un tipo silencioso y mortal, le daba igual.

Ingram, por su parte, veía las luchas territoriales como una bomba de tiempo. Los días se escurrían entre los callejones mientras los Arkwright decidían quién se merecía el control de las nuevas zonas, y quién tendría suficiente cara para mostrarla frente a los Landvik y Melville cuando fuese necesario. Ingram era uno más de un amplio grupo de aspirantes, siempre en búsqueda de cómo convertirse en el mejor candidato.

Una vez más, su pensamiento se desvió hacia el chico encerrado en la oficina. Ingram sacó un puro de su bolsillo y fumó viciosamente mientras caminaban de regreso al auto. El camino de regreso a la guarida fue silencioso, y cuando Ingram entró de nuevo al edificio señaló un pasillo.

—Dale de comer al mocoso —dijo. Riff soltó un quejido de protesta, pero no dijo palabra alguna.

Arriba, un teléfono empezó a sonar. Ingram le dirigió una mirada comandante a su socio antes de subir las escaleras de dos en dos. En el segundo piso, dos de sus asistentes bebían en una habitación luego de haber reportado sus ganancias. Ingram los ignoró y fue a su oficina, donde el teléfono no paraba de sonar.

Escrito en el AsfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora