—Maldito puto —Riff escupió, con todo el desdén del mundo contenido entre las sílabas.
Craig no le hizo caso. Los problemas de actitud de Riff y su vocabulario limitado habían dejado de ser relevantes. Se limitó a ajustarse las gafas y seguir supervisando mientras los subordinados novatos de la guarida cargaban un sofá por las escaleras, girando con dificultad en el rellano, hasta finalmente depositarlo en la oficina que era ahora plenamente la habitación de Craig.
Sus peticiones habían dejado de ser tímidas. Si había un límite a lo que podía exigir y lo que no, Craig estaba dispuesto a llegar hasta él. Incluso si Ingram se mostraba molesto por su osadía un día, al siguiente estaba ya haciendo los movimientos necesarios para mantener a la fuente de sus ingresos satisfecha. Muy en el fondo, Craig sabía que Riff tenía un poco de razón en sus insultos, pero también sabía que quedarse de brazos cruzados por fingir tener mejor moral que sus captores no lo llevaría a ninguna parte.
Los tipos cargando el sofá no lo voltearon a ver. Usaban ropa desaliñada y tenían el cabello alborotado, viva prueba de que sus rondas nocturnas posicionando la droga que se cortaba en la guarida se iban alargando poco a poco con la llegada de la primavera. Ingram los despertó a todos cuando un tipo de una tienda sin nombre apareció frente al edificio, con el corazón en la garganta y un sofá-cama en el furgón a sus espaldas, y los obligó a cargarlo dentro. Habían pasado meses desde que Craig hiciese su voluntad valer más que la de los trabajadores de Ingram, y cualquier objeción que pudiesen haber tenido fue silenciada a escondidas del chico, pero silenciada al fin y al cabo.
Craig tenía ahora libros que eran de su propiedad, una montaña considerable de cuadernos de apuntes, ropa holgada entre la que podía escoger para tener puesta durante su tiempo en la guarida, y una aversión total a siquiera acercarse a la cocaína que no dejaba de procesarse dentro de las paredes del edificio. Pretendía no tener interés pero siempre mantenía un ojo atento y oído afinado para captar cualquier conversación que le diese una pista sobre qué tan arriba en la escala de los Arkwright se encontraba Ingram, pero hasta el momento no había tenido éxito.
Bruno y Clancy lo habían llamado dos veces desde la fatídica noche de ese invierno pasado. En una de las ocasiones había habido una chica para acompañar a Craig, una que él no había conocido antes, y en otra ocasión pareció que Bruno únicamente quería satisfacerse con el nuevo método que había encontrado para usarlo. Craig apenas empezaba a recuperarse del asco, pero se forzó a sí mismo a tratar todo el asunto con toda la frivolidad del mundo para que Riff e Ingram no pensasen por un solo segundo que iba a quebrarse.
Craig esperó a que los tipos se marcharan y se cruzó de brazos. Bajo el marco de la puerta estaba Riff, observándolo, estudiándolo. Craig le dirigió una mirada cansina y esperó hasta que el matón se marchó también para acomodar su nuevo mueble, arreglando sobre él las mantas que había acumulado en una esquina de la oficina. No era lo más cómodo del mundo, ni podía reemplazar a una cama de verdad, pero Craig no quería dar la idea de que estaba allí para quedarse. Aunque fuese inútil tener esperanza, su actitud era la única que no podía dejar desmoronarse, aunque por dentro estuviese absolutamente desesperanzado.
Alzó la mirada hacia las ventanas altas. Las había abierto hacía unas horas, al despertar, y una brisa fresca removía suavemente el aire de la estancia, acarreando el aroma de la mañana. Había trozos de cielo que asomaban entre los cristales, de un azul tan intenso que Craig se encontró dejando su habitación para ir de nuevo hacia la de Riff, motivado para fastidiarlo de nuevo, sobrepasar un nuevo límite.
—Quiero salir —dijo secamente. Riff, quien estaba encendiendo un puro, dejó que la llama incendiara el tabaco mientras estudiaba al chico como si se tratase de un acto—. Ahora.
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Escrito en el Asfalto
Teen FictionLa ciudad de Vertfort fue, por muchos años, tierra de nadie. Ahora, luego de generaciones de herederos, bancarrotas, absorciones y traiciones, quedan tres familias: Arkwright, Landvik, y Melville. Vinny Melville, a sus dieciocho años, es el joven h...