Un espejo resquebrajado vibraba con el ritmo de la música de afuera. El baño estaba desierto, con excepción de él, por lo que se dio el lujo de cerrar los ojos y lavarse el rostro en los lavabos. Tomó agua en sus palmas y la vertió sobre su cabello, alborotándolo, empapándose, sintiendo un pequeño escalofrío con un par de gotas que bajaron por su cuello. Incluso ahí dentro había un fuerte olor a humo de cigarrillos en el aire y, en ese punto, ya ni siquiera sabía si estaba impregnado en su chaqueta, en su cabello, o en su mente.
Henry respiró hondo. El calor lo había hecho sudar demasiado en las últimas noches y se sentía más exhausto de lo usual. Pensó que sería mejor pedir su paga de inmediato y descansar un poco antes de tener que seguir su camino, y se mentalizó para rechazar las invitaciones a tragos que le esperarían afuera.
Iba a secarse el rostro con una toalla de papel cuando el estruendo de la música se detuvo abruptamente. Henry llevó su mirada hacia la puerta, sus sentidos agudizados, y esperó. En el silencio repentino escuchó voces, gritos, golpes, y pasos, pero ninguno que se acercase a los baños. ¿Una disputa? Quizá, pero Henry no recordaba haber visto a nadie con aire hostil durante su número musical de hacía un rato. Debía tratarse de alguien que recién llegaba al bar.
El joven se ató nuevamente el cabello negro en una pequeña coleta y tomó aire. Salió con pasos calculados, recordando la cercanía de un extintor que podía funcionar como un arma de así necesitarlo, pero se encontró con una escena diferente a la que se había imaginado: la barra se había vaciado, las personas en las mesas permanecían inmóviles, y la única evidencia de un altercado eran los parlantes del equipo de sonido en el suelo. El bartender intentaba levantarlos para colocarlos en su apoyo, sin mucho éxito. Relajando su postura, Henry decidió acercarse y ayudarlo.
—Permíteme —dijo. El bartender, un tipo bajito y medio calvo, le dio las gracias mientras Henry alzaba el equipo sin esfuerzo—. ¿Qué sucedió? ¿Alguien se pasó de copas?
El bartender se encogió de hombros. —Unos sujetos extraños vinieron a hacer algunas preguntas sobre la fotografía de alguien. Nadie tenía idea de qué estaban hablando así que se fueron enfadados y... —su explicación fue interrumpida por otro estruendo, esta vez fuera del bar—. Oh, no.
Henry avanzó a zancadas hacia la puerta. La abrió de un empujón y vio inmediatamente a un par de sujetos pateando los autos estacionados frente al establecimiento, lanzando maldiciones y escupitajos a los parabrisas. Los demás clientes se apresuraron hacia la puerta, alrededor de él, y Henry se abrió paso entre ellos hasta regresar a la tarima.
—Necesito mi dinero —dijo al bartender, quien no sabía muy bien hacia dónde dirigir la mirada—. Por favor.
—Claro... Sí, sí, enseguida —el hombrecillo trastabilló hasta la barra y produjo unas llaves de su bolsillo. Reunió el dinero en un sobre y se lo entregó a Henry, luego de que él recogiera sus cosas y se echara el bajo a la espalda.
El joven escondió el sobre en el forro de su bajo y se escabulló de nuevo entre las personas para salir hacia la calle. Escuchó a sus espaldas las advertencias, pero hizo caso omiso de ellas. Si nadie lo había reconocido, podía deducir que la persona a quien los tipos buscaban no era él. Sin embargo, no podía seguir con su camino sin hacer algunas averiguaciones. Reunir información era su tarea prioritaria, más importante que los shows, y Henry sabía de sobra que las pistas podían estar escondidas en cualquier parte, incluso en las manos de unos matones fanfarrones.
Ambos tipos seguían inspeccionando los autos destrozados, en caso de encontrar a alguien escondido dentro. Henry los observó. Ambos eran fornidos, de cara cuadrada y ceño fruncido. Uno tenía una barba canosa, y el otro tenía un tatuaje en la clavícula que subía hasta la base de su cuello. Henry enfocó la mirada en sus manos. El tipo del tatuaje mantenía una mano sobre sus caderas, y el joven supo que se debía tratar de un arma.
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Escrito en el Asfalto
JugendliteraturLa ciudad de Vertfort fue, por muchos años, tierra de nadie. Ahora, luego de generaciones de herederos, bancarrotas, absorciones y traiciones, quedan tres familias: Arkwright, Landvik, y Melville. Vinny Melville, a sus dieciocho años, es el joven h...